Bukake de marcas

He dejado de ser un consumidor activo de pornografía porque logré enamorar a una mujer en HTML6 –hecha de carne y hueso–, pero no siempre fue así. Y cuando me masturbada ante la pantalla inexpresiva de un ordenador solía escoger vídeos bien producidos, interpretados por actrices profesionales del sector. Mi modelo ideal era «mujer caucásica de entre veinticinco y treinta años, sin el pecho operado y con la sensación de que está disfrutando de la escena más allá de que cobra por ese papel». Lo último era lo más importante. Podía ser más o menos flexible con el resto de requisitos, escoger a una madurita o a una asiática, pero era incapaz de correrme ante orgamos mal fingidos o vejaciones de la protagonista.
[pullquote class=»right»]Hagámoslos partícipes de nuestros valores en una suerte de comunión orgiástica entre logotipo y público[/pullquote]
No llegué a cruzar el umbral de la pornografía amateur, tocarme viendo cómo se tocan una pareja de adolescentes delante de la cámara de un móvil, aunque tenía buenos amigos que me lo recomendaban encarecidamente. Sospecho que ellos también perseguían y encontraban en los actores no profesionales los destellos de autenticidad que tanto me excitaban. El mismo recurso que Jacques Becker quería para su cine, y que, trasladado al porno, me provocaba la sensación de estar violando la intimidad sexual de una pareja (me preguntaba cómo terminaban ese tipo de contenidos online: ¿se grababan y luego cortaban y uno de los dos compartía el vídeo a modo de venganza? ¿Lo subían a la nube por error, como en la última película de Cameron Díaz? ¿Era un ejercicio buscado de pornographie verité?).
Los productores de sexo guionizado debieron acceder a nuestras estadísticas de visionado en los portales X o detectar una tendencia en el mercado, porque me fue paulatinamente más fácil encontrar falsas escenas caseras, en las que las actrices profesionales jugueteaban con el cámara como si ambos se grabaran para ellos mismos. El máximo exponente del movimiento era, es y será el aclamado P.O.V. o Point Of View o perspectiva subjetiva, donde el ángulo de cámara te hace partícipe en la acción al meter en plano lo que podrías ver con tus propios ojos, facilitando la fantasía de que la polla en pantalla es tu propia polla.
[pullquote class=»left»]Por mucho que la tecnología o los ideólogos del capitalismo jueguen a difuminar la frontera entre producto y servicio, storytelling y storydoing, labios mayores y labios CSS, sabemos distinguir entre una verdad y una verdad provocada[/pullquote]
El mismo propósito que escucho cada vez que voy a recoger un briefing o asisto a una jornada de «inmersión de marca». Cada uno de los modernos brand arrows, que son el mismo brand arrow, matizan la necesaria inclusión del consumidor en el claim del producto. «Si les decimos power to you para que nos compren un teléfono, no nos limitemos al spot bonito en TV realzando el concepto; démosles ese poder». Hagámoslos partícipes de nuestros valores en una suerte de comunión orgiástica entre logotipo y público… Pese a los ideales onanistas del sistema, el impedimento contra el que nos damos de bruces (y ojalá nos sigamos dando siempre) marcas y publicitarios es que las personas todavía no nacemos con el cerebro de silicona. Por mucho que la tecnología o los ideólogos del capitalismo jueguen a difuminar la frontera entre producto y servicio, storytelling y storydoing, labios mayores y labios CSS, sabemos distinguir entre una verdad y una verdad provocada. Aunque a veces no sea fácil y recurramos a ¡fibra óptica a máxima velocidad y mejor oferta! para consolarnos a pajas.

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