Nos avisaron con tiempo, pero no les hicimos caso. Estábamos tan fascinados con las promesas del nuevo mundo digital que fuimos incapaces de hacer las preguntas más obvias: ¿Qué normas regirán este nuevo escenario? ¿Quién las marcará? ¿Cómo afectará todo esto a mi vida?
Lobos con piel de cordero. Los padres de internet, los hijos del MIT, no vestían de Armani. Imitaban más bien a aquellos hippies que nos hablaban de paz y amor en las fiestas del Flower Power. Es más, muchos de ellos realmente creían estar construyendo un mundo mejor.
Pero el reverso tenebroso es implacable y algunos se pasaron al lado oscuro.
Esa fue la razón por la que hace seis años un grupo de grandes expertos en antropología, ciencias cognitivas, informática, ingeniería, derecho, neurociencias, filosofía, ciencias políticas, psicología y sociología se reunieron en Bruselas para redactar El manifiesto OnLife.
Un documento que nos puso sobre aviso de algunos de los riesgos inherentes a este cambio de ciclo debido a las cuatro grandes transformaciones que se han producido en el mismo.
- El desvanecimiento de los límites entre lo real y lo virtual.
- El desvanecimiento de los límites entre ser humano, máquina y naturaleza.
- El paso de la escasez a la sobreabundancia informativa.
- La transición del primado de las cosas al primado de la interacción.
En este nuevo escenario, los expertos nos plantearon la revisión de muchos de los conceptos con los que trabajamos en la actualidad y la necesidad de adaptarlos para proteger el valor de «lo humano» en un futuro ya presente.
Es un mundo lleno de oportunidades y peligros en el que la idea de intimidad, del yo social y el yo individual, el control, la libertad, etc. se están viendo sometidos a un estrés jamás conocido en nuestra ya larga historia.
Pero de todos ellos, hay uno que suele pasar bastante desapercibido y al que, en cambio, este documento concede una importancia absoluta: el de que una sociedad sobreinformada pueda reducir su capacidad atencional, con el devastador coste personal que ello conlleva.
La cita de esta parte del documento es un poco larga, pero merece la pena leerla por el interés de la misma:
«Creemos que las sociedades deben proteger, alimentar y cuidar las capacidades atencionales del ser humano. Eso no significa, por otra parte, renunciar a la búsqueda de mejoras, que será siempre útil. Afirmamos más bien que las capacidades atencionales constituyen un bien limitado, precioso y raro. En la economía digital, la atención es contemplada como un bien o intercambiable comercialmente o canalizable en los procesos productivos».
«Esta aproximación instrumental de la atención cercena, sin embargo, su dimensión social y política, es decir, el hecho de que la capacidad y el derecho de centrar nuestra propia atención son las condiciones fundamentales e indispensables para la autonomía, la responsabilidad, la reflexión, la pluralidad, el compromiso y la búsqueda de sentido. Igual que los órganos humanos no deben ser intercambiados en el mercado, nuestras capacidades atencionales merecen ser protegidas».
«El respeto de la atención debería ir asociado a los derechos humanos igual que la protección de la vida privada y la integridad física, pues la capacidad atencional constituye un elemento inherente al sí relacional dado el papel que juega en el desarrollo del lenguaje, de la empatía y de la colaboración».
«Creemos que más allá de ayudar a elegir de manera informada, los parámetros por defecto y otros aspectos proyectados de nuestras tecnologías deben proteger y respetar las capacidades atencionales».
Esa protección y respeto es la que debemos exigir a todas las redes sociales y demás tecnologías de la información y la comunicación. Porque a estas alturas hay algo que ya hemos aprendido todos: nada es gratis y si te dicen que lo es, te saldrá mucho más caro.
Prestar atención, sí. Pero prestarla desde el acceso a una información abierta y transparente que no venga predeterminada por otros intereses que nos sean los nuestros.