‘Chinchín’ no es el sonido de las copas al brindar

El verano es el momento ideal para entregarse al solaz y al sosiego, pero también para desparramar y machacarte el hígado entre tintos de verano, cervecitas frescas y mojitos de garrafón. Es tiempo de brindis, qué demonios, porque hay que celebrar que la oficina ha quedado atrás y que tus suegros te invitan al apartamento en la playa que tú no te puedes pagar, a cambio de su grata compañía y la de todos tus cuñados.

Las reuniones familiares se prestan a los brindis. Así que alza la copa y di «chinchín». Chinchín, que no ‘chin-chin’, ni ‘chin chin’. Todo juntito es como recomienda la RAE escribirlo. Porque, amigos, lejos de lo que muchos piensan, chinchín no es una onomatopeya ni imita el sonido de las copas de cristal al chochar una contra otra. Su origen es otro y tenemos que buscarlo en China, ni más ni menos.

Estas son las cositas con las que puedes entretener a tu público familiar mientras saboreáis unos mejillones en escabeche regados con una lata helada de cerveza del Dia, antes de que llegue la abuela con la comida. Porque la sabiduría no ocupa lugar y tu imagen de cultureta no puede venirse abajo a pesar de tu moreno agromán.

La palabra nos llegó a través de los ingleses, quienes la tomaron de la expresión china ch’ing ch’ing, que significaba «por favor, por favor». Los chinos, ya se sabe, son uno de los pueblos más corteses del mundo y esa era la forma educadísima que tenían de hacer una invitación. Lo de la repetición es un recurso intensificador propio del lenguaje oral. No te olvides de aclararlo. Los ingleses la trajeron al viejo mundo y nosotros, que somos muy de acoger todo lo que viene de fuera menos un refugiado sirio, la adoptamos y adaptamos finalmente a nuestro idioma.

En todas las vacaciones familiares que se presten, si sois de aquellos que las padecen, no puede faltar el sabiondo del clan. Normalmente es un cuñado, pero si no lo hay cerca, echa coraje al asunto y asume tú su función, ¡qué diantres! Tu familia te necesita, qué otra razón hay que alegar. Así que saca pecho, levanta tu vaso y explica así, como quien no quiere la cosa, de dónde viene eso de brindar.

Para atraer la atención de tus interlocutores, empieza por contarles un cuento. Recurre a la mitología griega y explica que el dios Dionisio, Baco para los amigos romanos, organizó en el Olimpo un banquete al que invitó a todos los dioses y a los cinco sentidos. Todos disfrutaban de los manjares y bebidas que el anfitrión les ofrecía. Bueno, todos no. El Oído se lo estaba perdiendo porque no podía escuchar el vino. Dionisio le llevó entonces a las bodegas para que pudiera oír cómo fermentaba, pero al Oído le supo a poco. Lo que él quería era saber cómo sonaba el vino en una fiesta. El dios congregó de nuevo a los invitados y les pidió que cada vez que se reunieran en torno a la comida, levantaran sus copas y las hicieran chocar para que el Oído también pudiera escucharlo.

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Una vez que has acaparado su atención, no lo dejes ahí. Aprovecha la referencia a los antiguos griegos y romanos y continúa tu explicación. Tirar de la Historia da mucho empaque a cualquier discurso y el tuyo no puede ser menos, aunque lo hagas frente a un ventilador del chino y en bañador y pareo del Todo a cien.

De todos es sabido la afición de estos dos pueblos de la Antigüedad por los banquetes y el vino. Pero como también les gustaba jugar con el veneno y verterlo en la copa del contrario para eliminarle definitivamente de la lista de invitados, se dice que el anfitrión de esas comilonas levantaba su vaso y bebía el primero para demostrar a todos que el vino no estaba envenenado.

Cuando la fiesta se les iba de las manos y la reunión pasaba de ser íntima a una rave de la época, la manera que tenían aquellos de llamar la atención de los sirvientes para que les rellenaran las copas era levantarlas y golpearlas.

Lo del veneno —podéis continuar demostrando vuestra sin par sabiduría— siguió siendo trending topic en la Edad Media como la manera más rápida de liquidar a quien no te caía bien. Imitando a aquellos griegos y romanos, los comensales hacían chocar violentamente sus copas para que el vino saltara de una a otra. Si la bebida estaba envenenada, morían todos. Y si uno de los invitados no bebía vino después del brindis, había firmado claramente su confesión como autor del envenenamiento. Se notaba en cualquier caso que la vajilla no era de cristal. Si no, otro gallo cantaría.

Hasta ahí, las anécdotas. Ahora que el jefe del clan os ha pedido que os sentéis a la mesa porque la comida está a punto, y las cervecitas del aperitivo están haciendo efecto, toca pasar a explicar cosas más serias, como la etimología de la palabra. Demuestra que eres de Letras, saca pecho. A ver si tu sobrino el ingeniero de caminos es capaz de explicar de dónde viene brindis.

De Alemania nos la trajo Carlos V. Bueno, más que él, sus tropas. Alfred López explica que, tras la victoria y posterior saqueo de Roma por parte de las tropas del emperador español, había que justificar ante el Arcediano del Viso que el monarca no había tenido la culpa del expolio, sino que aquello había sido por voluntad divina. Y para demostrarlo, los mandos militares llenaron sus copas de vino y las alzaron diciendo bring dir’s, «yo te lo ofrezco», que evoluciones mediante ha llegado hasta el brindis de hoy.

Ahora sí. Dirige tu mirada a tu audiencia y antes de lanzaros en picado a la ensaladilla rusa que con tanto amor ha preparado tu suegra haz un brindis por la cocinera. Será el remate perfecto para tu pequeño momento de gloria.

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Patrick Thomas

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