Aquel día se recuerda porque las salchichas de sobre volaron. No quedó ni una en las tiendas de Islandia. Ese fue el menú en casi todas las casas. El 24 de octubre de 1975 no hubo periódicos. Apenas sonó un teléfono. Los aviones no despegaron. Muchos mercados permanecieron cerrados; los colegios también.
Las profesoras, las dependientas, las azafatas, las telefonistas, las mecanógrafas. Más del 90% de las mujeres pararon y el país colapsó. Lo llamaron Women Day Off o Viernes largo: más largo que un día sin pan. Por eso los hombres compraron salchichas como ceporros. Porque sus mujeres se negaron a hacer la comida. Ellos tuvieron que cuidar de los hijos, arreglar la casa y esas tareas que parecían estar atadas, por una extraña ley biológica, a las que nacían con vagina.
Ese caos fue la prueba irrefutable de su lema: «Si nosotras paramos, se para el mundo». La idea ha pervivido desde entonces. En los últimos años se han hecho estudios para ver el golpetazo que se llevaría la economía si las mujeres decidieran pasar un día tumbadas en el sofá.
El Confidencial midió un agujero de 630 millones de euros en España si las asalariadas no trabajaran durante un día. El comercio y los talleres de reparación de vehículos perderían más de 105 millones en una sola jornada; la hostelería, más de 64 millones. Y, según este periódico, «la familia y el hogar quedarían en stand by durante cuatro horas y media si todas las mujeres no se ocupasen de ellos».
Lo más común ha sido pintar este erial mundano en cifras, pero hay más formas de imaginarlo. Las investigadoras Atxu Amann y Serafina Amoroso han puesto la lupa en un concepto que Amann lleva años estudiando: «la ciudad cuidadora». ¿Cómo serían las calles si las mujeres optaran por cruzarse de brazos?
El pasado 7 de noviembre, en el festival Urbanbat de Bilbao, llevaron a escena la ficción de un día que amanece como otro cualquiera. Pero… a medida que avanza… los niños lloran, ladran los perros, ¡grita la gente y rugen todo tipo de ruidos inclasificables! «El tiempo parece ralentizarse y los espacios dilatarse: las mujeres han desaparecido de la Tierra. La naturaleza sonríe mientras los humanos están al borde del colapso».
Este día sería el One No Woman Day y lo mostraron en código fuente audiovisual: «un formato híbrido entre la conferencia audiovisual y la proyección comentada», explica Amoroso. «Es un formato escénico, una especie de juego en el que buceamos en nuestras referencias audiovisuales para compartir un relato relacionado con una investigación».
Cuenta esta doctora arquitecta que la idea de hacer un código fuente audiovisual partió de dos obras. De la película Un día sin mexicanos, de Sergio Arau, y de una reseña imaginaria que hizo Stanislaw Lem de un libro que no existió, en el que cuenta todo lo que ocurre en el mundo durante un minuto, One Human Minute. «Hay muchos estudios con datos, pero nosotros queríamos contarlo de un modo más lúdico, más divulgativo y con humor».
LA CIUDAD CUIDADORA
A veces pensamos la ciudad en un único lenguaje: el de los edificios y ladrillos. Pero el aspecto lo hacen también las personas que la habitan y las personas que cuidan.
—El paisaje ha cambiado de forma radical en los últimos años. Ahora, si tienes dinero, pagas a una madre del este o latinoamericana, que a su vez deja los cuidados de sus hijos a la abuela, y viene a cuidar de nuestros padres y nuestros niños —dice Amann—. Nadie quiere hablar de esta situación, pero es muy lamentable y ha cambiado el paisaje humano de la ciudad. Hoy vemos a extranjeros paseando a ancianos con andaderas y cuidando a niños en el parque. Habría que pensar por qué no estamos cuidando nosotros de nuestras familias y amigos.
Este vacío de cuidados ya ha echado raíces. Está en la publicidad, en las pólizas que contratamos. Amann lo ha oído esta misma mañana en la que hacemos la entrevista:
—Una compañía de seguros anunciaba en la radio que invirtieras para asegurar los cuidados de tu dependencia. Eso es superincreíble. Aseguras tu casa, aseguras tu coche y ahora tienes que asegurar también tu vejez. De esto surge la idea de crear una ficción en la que desaparecen las mujeres y los cuidados.
Desde que ellas han dejado de estar presas en el hogar, al cuidado de todo y de todos, la ciudad tiene otras vistas. En los sonidos, detalla Amann: «Este paisaje sonoro de llantos, “¡Aaahh!”, “¡No soporto más a este niño!”, ha cambiado a otras expresiones». En la tonalidad: «Los hombres iban vestidos con trajes negros y las ciudades eran más oscuras. Las mujeres, al salir a la calle, hemos dado policromía a la vida. Un día sin mujeres haría una ciudad en blanco y negro». En los aromas: «Echo de menos el paisaje de olores de mis dos abuelas. Ese pollo en pepitoria, esos huevos fritos… Un día sin mujeres olería a lata precocinada».
Aunque ese echar de menos no es nostalgia de un pasado mejor. Amoroso y Amann piensan que es un asunto que incumbe al Estado: los cuidados son cosa de todos. Es un problema, dicen, de organización del tiempo.
—Si en algo somos expertas es en organizar los tiempos de lo cotidiano. Ellos no han sido educados para organizar el tiempo. Lo de la lata de conservas tiene más que ver con que se te viene el tiempo encima que con una incapacidad de hacer de comer —indica Amann—. En el mundo sin mujeres pensado desde esta ficción morirían muchos más viejos (sería una eutanasia activa estupenda). Sería un poco nazi porque todas las personas dependientes morirían por inanición, por aburrimiento, pillados por los coches. También morirían las plantas. Sería todo lo contrario a una ciudad amable y cuidadora. El problema no son ellos; el problema es que el Estado debe tener en cuenta que los cuidados son obligatorios, como la educación y los derechos humanos.
Fotografías de URBANBAT reproducidas bajo licencia CC.