Ciudad, planificación y revueltas

12 de agosto de 2011
12 de agosto de 2011
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La revolución es un fenómeno urbano. Las ciudades, con una combinación de libertad, interconexiones y anonimato, permiten la gestación de movimientos sociales contrarios al sistema establecido. Pensemos en lo que ha pasado recientemente en el mundo árabe y nuestro 15-M. Las revueltas que ahora están sucediendo en Londres y se expanden por Reino Unido son también urbanas, aunque su carácter violento y la falta de objetivos definidos las separan de los otros caso antes mencionados.
No sé si será una opinión generalizada, pero entre amigos informados y compañeros de universidad he escuchado ya varias veces el mismo razonamiento: la densidad y la cercanía (es decir, la condición urbana), son, entre otros factores (como la conexión por redes sociales y aplicaciones para teléfonos móviles), lo que facilita el efecto imitación y la extensión de la violencia. Me parece muy importante matizar esa relación.
Está claro que los motivos son múltiples. Para muestra el artículo de Roger Senserrich en Politikon.es, que afirma que los ajustes fiscales, por si solos, no explican lo que está pasando. El recorte de servicios sociales y del gasto público directo si que son causas directas, hecho que está relacionado con las políticas de planificación urbana, a las que volveré luego. Entre los demás análisis, creo que uno de los más acertados es el que hace Gavin Knight en El País. Es el primero entre los que he leído que de alguna forma vincula la estructura urbana (no sólo usando la manida expresión ‘barrios marginales’) con los estallidos violentos.
Los jóvenes desencantados viven en determinados barrios. En este mapa actualizado al minuto se puede observar la geo-localización de los incidentes, cuándo se han mencionado en Twitter con un código postal. Una rápido vistazo demuestra que están concentrados en algunas zonas de la ciudad de Londres.
En este caso, son áreas más centrales que la ‘banlieue‘ francesa, pero su estado, derivado de una deliberada planificación urbana, es similar. Son barrios de viviendas baratas, con una mala dotación de servicios sociales (además con nuevos recortes) que la gente, nada más subir un peldaño económico, abandona.
La ‘banlieue’ y los barrios londinenses son clusters de exclusión y pobreza. Pero mientras que en el primer caso, fueron creados ad-hoc para facilitar acomodo a las clases más pobres, en el caso inglés se trata de áreas más o menos centrales de los que la gente con poder adquisitivo se ha ido marchando.
Gavin Knight dice en su artículo:

Reino Unido es desde hace algún tiempo dos países. Está el que todo el mundo conoce, el de la próspera economía de clase media. Y luego están los barrios céntricos pobres de los que nadie habla o informa, como su fueran un país del Tercer Mundo o una zona de guerra. Económicamente hablando, el declive puede relacionarse con el hundimiento del sector industrial durante el Gobierno de Margaret Thatcher y su política del derecho a una comprar casa que impulsó a las familias de la clase trabajadora con aspiraciones a marcharse de las urbanizaciones de viviendas subvencionadas.

El problema es que los gobiernos británicos posteriores no han podido (o querido) enmendar con éxito las políticas de planificación territorial del periodo Tatcher. En lugar de intentar crear zonas mixtas (en cuanto a poder adquisitivo y usos), se ha optado por el ‘zoning‘: aquí los pobres, ahí los ricos. Y eso, inevitablemente, genera desafección.
El caso me recuerda a lo que ha pasado en Detroit en los últimos 30 años. La presencia de la gran industria del automóvil presionaba para no invertir en transporte público, y el petróleo barato permitía la creación de atractivos suburbios residenciales a los que llegar en coche del trabajo. Al final en el centro de la ciudad solo quedaba una demanda cautiva compuesta por ancianos, minorías étnicas y gente empleo. Aquí Manu Fernández habla sobre el tema y enlaza impresionantes reportajes fotográficos sobre sus consecuencias.
En casos extremos como el de las favelas brasileñas, la pobreza y la riqueza están solo separadas por un muro. Hecho que aumenta la sensación de exclusión y de deseo/rechazo sobre la opulencia consumista desde la barriada pobre.
En cambio, los distritos mixtos suelen ser ejemplo de convivencia pacífica. La abundancia de servicios, comercios y personas de diferentes condiciones, interactuando a todas horas, en el espacio público compartido, genera seguridad. La calle es un lugar donde uno se siente a salvo cuando está rodeado de otra gente, pero no, cuando se está solo. Jane Jacobs ya hizo un influyente análisis sobre el Village neoyorquino en el libro ‘Muerte y vida de las grandes ciudades’ que se acaba de reeditar en castellano. Para más ejemplos tenemos el barrio de Russafa en Valencia, donde la mezcla de bohemia e inmigración crea un ambiente de convivencia fantástico. Los asaltos ingleses, protegidos por la noche, suceden en sitios dónde en esos momentos no pasa nada.
No pretendo ser concluyente y señalarlo como única causa (los barrios mixtos no crean por si solos empleo y riqueza), pero es evidente que hay una conexión entre la manera en que se planifican las ciudades y los brotes de rechazo de las personas que viven en áreas marginales (y lo propia existencia de estas últimas).
Ramón Marrades es economista urbano. Este artículo fue publicado originalmente en Ateneo Naider.
 

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