¿Cuál es la última comedia romántica buena que has visto? El mezcladito de amor, humor y drama siempre ha dibujado el romanticismo conforme a la misma idea: a todo el mundo le gusta reírse de las mierdas de los demás. Es divertido porque relativiza las propias. Era divertido, al menos.
La comedia romántica se ha ido diluyendo en favor de una industria del cine que, por lo general, está a otra cosa. Ver hace unos meses Mi gran boda griega 2 entre las opciones de la cartelera tuvo su gracia, pero pagar por una entrada es otra historia. Los amores del pasado es mejor dejarlos donde están, no sea que la nostalgia bonita se convierta en grima de la fea.
La jauja boba del cine cómico-romántico no siempre ha sido tal, a pesar de que Adam Sandler haya aparecido en más películas de la cuenta. Sin embargo, las fórmulas repetidas hasta la saciedad han ido matando de aburrimiento al espectador: finales de felices para siempre, enamoramientos súbitos, amores verdaderos que no surgen hasta que ella está a punto de casarse —con otro, claro—, bodas de ensueño, viajes que rehacen matrimonios, rupturas dadas a la fantasía, terapias de pareja para lectores de Coelho. El amor que todo lo puede. La monogamia consumada. O sea, cine heteronormativo para blancos del primer mundo.
Por suerte, los antecedentes —los buenos— invitan a pensar que la comedia romántica es un género capaz de contar historias, de diluir el espacio emocional que separa a la realidad de la ficción. Así lo demostró Annie Hall (1977). Con cuarenta añazos a sus espaldas, aún sigue siendo un referente porque fue capaz de mostrar las realidades de pareja en un tiempo en el que el discurso era otro. El esfuerzo de una relación, los problemas.
El amor fracasa en Annie Hall. Diane Keaton le dice a Woody Allen que se pire, que ella quiere vivir su vida. La mujer protagonista no solo da la espalda a las excentricidades del personaje masculino, sino que se rebela contra la parafernalia romántica. «Uno siempre está intentando que las cosas salgan perfectas en el arte, porque conseguirlo en la vida es realmente difícil», dice Allen hacia el final de la cinta.
Love Actually (2003) es la prueba fehaciente de que la comedia romántica puede funcionar y construirse en torno a una buena película. Su concepto del amor es entrañable y la puesta en escena es exagerada, pero no pierde (demasiado) de vista la realidad. ¿Quién no se identifica con el bailecito de Hugh Grant? Love Actually es del británico Richard Curtis, igual que el guión de Cuatro bodas y un funeral (1994). En Londres sucedía Notting Hill (1999). De Francia llegó Amélie el mismo año que El diario de Bridget Jones, 2001, reafirmando la brecha temporal existente entre nuestros días y las películas que ocupan las posiciones altas de la comedia romántica.
Fotograma de Juno
¿Después? Juno (2007) es importante. Juno lleva la comedia romántica del cine mainstream al terreno de un instituto. Hay un embarazo no deseado y grandes dosis de clamor adolescente en un mundo de adultos incapaz de reconocerse a sí mismo. Juno habla de lo que llevamos dentro, pero no siente autoindulgencia. Un sentimiento que sí ha recorrido a esas decenas de películas estrenadas en los últimos diez años protagonizadas por nombres tan repetidos como Jason Segel, Kristen Bell, Ashton Kutcher, Jennifer Aniston, Paul Rudd, Mila Kunis, Steve Carell, Cameron Diaz o incluso Ryan Gosling. Actores que han mantenido a la comedia romántica en la cresta del entretenimiento, justo al lado de Transformers y Fast & Furious.
Amy Nicholson, crítica de cine, se preguntaba hace un tiempo quiénes eran los responsables de haber matado a la comedia romántica. La carencia de comedias románticas cada año en los rankings de películas lleva a pensar que, efectivamente, es un género cadáver. Nicholson enumeraba una serie de posibles sospechosos: la escasa presencia de público adolescente en salas, hombres reacios a reconocer que les gusta la comedia romántica, malos guiones, el factor estrellas de cine, el cambio de costumbres y las películas de superhéroes.
El creciente interés en los filmes de superhéroes —la nueva mina de oro del cine— es, de hecho, una firme teoría en relación al descenso productivo de la comedia romántica: los grandes estudios han cambiado su tendencia drásticamente desde 2012, primer año en el que el número de rodajes con superhéroes superó al de comedias románticas. Desde entonces, la diferencia ha ido aumentando. Pero el problema, resumía Nicholson, iba (y va) en otra dirección: los guiones son una porquería y los estudios no escapan a sus convencionalismos.
La resurrección de la comedia romántica
La industria del cine es, a día de hoy, incapaz de conectar sentimentalmente con su público. Incapaz de entender cómo la audiencia se relaciona y cómo se comporta con respecto al amor y el sexo. Partiendo de ahí, resulta lógico tratar de buscar comedia romántica fuera de la industria habitual. Por suerte para todos, 2017 ha sido un buen año en este sentido; esperanzas de futuro para el género fuera de los encorsetamientos de Hollywood.
The Big Sick —La gran enfermedad del amor; se estrena en España el 3 de noviembre— es una comedia romántica de manual: chico y chica se conocen, se gustan, pasan cosas, cortan, pasan otras cosas. Salvedad: el protagonista, Kumail, es de origen paquistaní. El detonante de la película es doble. Por un lado, el choque cultural entre las familias de los enamorados. Esto ya lo pusieron en práctica los griegos. Por otro, la enfermedad súbita de la chica, Emily. Tampoco es la gran novedad. En cualquier caso, no hay toxicidades de por medio. La cinta es sincera. Hay drama, pero no es una fábrica tonta de lágrimas. Respeta los tiempos. El humor encaja perfectamente. Y, sobre todo, se toma en serio al espectador.
Fotograma de The Big Sick
The Big Sick representa, de algún modo, la comedia romántica moderna. Sus protagonistas son jóvenes, pero no tanto. Viven en Chicago. Kumail es conductor de Uber. Emily no busca relaciones serias. Los padres de Kumail creen ciegamente en el matrimonio concertado. Los padres de Emily ya no saben si se quieren. Quizá The Big Sick no sea una de esas películas que se te clavan en el pecho; es, eso sí, una historia con la que grupos de población diametralmente opuestos pueden sentirse identificados.
Aunque si hablamos de minorías y buen hacer, Master of None se lleva la palma. Lo que ha hecho en este sentido Aziz Ansari, creador y protagonista de la serie de Netflix, es una pequeña revolución. Indios en televisión, población asiática representada, visibilización afroamericana. Master of None rompe todos los moldes. Los moldes blancos. Y aún así —donde aún así significa por si fuera poco— es la mejor comedia romántica en años. Una comedia romántica capaz de relatar con naturalidad y sosiego la realidad actual de las relaciones amorosas.
Ganadora del Emmy en 2016 a mejor guión de comedia, Master of None se ha reafirmado este año con su segunda temporada ganando el mismo premio y convirtiendo a Lena Waithe —que interpreta a Denise en la serie— en la primera mujer negra en ganar el galardón por el episodio Thanksgiving, un canto a la libertad sexual.
Un bar. «Soy gay, siempre lo he sido. Pero sigo siendo la misma. Sigo siendo tu hija. Nada ha cambiado», le dice Denise a su madre. Entre lágrimas y resignación, su madre le responde: «No quiero que tengas una vida difícil. Ya es bastante duro ser una mujer negra en este mundo, y encima quieres añadir algo más». «No lo he elegido yo», dice Denise. «It’s just who I am». Es ella, Denise. Sin más. Durante el resto del episodio, el tiempo pasa, la tensión se rebaja y Denise se muestra presentándole a sus novias durante diferentes comidas de Acción de Gracias. La aceptación y el amor, con algo de humor —siempre hay espacio para el humor, por suerte—, van ganándole terreno al miedo y el rechazo.
Fotograma de Master of None
¿Es Master of None una comedia romántica? Sí, claro. De los pies a la cabeza. En la segunda temporada, Dev, un actor encasillado y falto de ideas viaja hasta Italia para hacer pasta y descubrirse a sí mismo (algo así). Allí conoce a Francesca, una chica italiana que lleva años pegada a su novio. Él se vuelve a Nueva York, y más tarde la pareja italiana viaja a la ciudad, donde afloran todo tipo de sentimientos encontrados y sin encontrar entre Dev y Francesca. Un amor imposible de los que duelen y se retuercen.
Master of None es, sobre todo, una comedia romántica que Ansari y compañía desarrollan de forma coetánea a su público. Un público que se cuestiona la religión de sus padres, que se siente indefenso por el simple hecho de ser mujer, que es excluido de su trabajo debido al color de su piel, que constantemente siente miedo a perder lo que ha construido, que lucha cada día por su futuro. Un público que hace todas esas cosas y que, además, se enamora. Claro que se enamora. Pero hay más. Había más cosas que contar. Y Master of None las cuenta.
Quizá el problema sea que la comedia romántica de la que se ha hablado durante años no es comedia romántica. Irremediablemente se le parece, e incluso comparte buena parte de sus ideas. Pero hace tiempo que dejó de representar a sus espectadores. Hace tiempo que esa supuesta comedia romántica decidió escoger un camino basado en la indiferencia hacia las emociones y vivencias del mundo real. Ahora, actores jóvenes y formatos nuevos, de todos los colores y formas, tienen la voz. La voz para contar al mundo sus inquietudes, sus problemas, sus amores. La voz para volver a contar historias que afecten a su público. La voz para proclamar que la comedia romántica no solo no está muerta: está más viva que nunca.
Se nota cuando una persona que escribe no es periodista, porque la lectura se hace cargante, pesada, incómoda, a rebosar de relleno, a explotar de desconocimiento, y repleta de clichés. La pedantería del ignorante, del que te habla con flores para ahorrar argumentos, rezuma por todo el texto a la par que recoge retazos traducidos de textos en inglés.
Esto para mí no es CTXT.
Hola Anapesiete, que palabras más bellas has escrito. Qué apasionado fervor. Tu verbo llega al corazón y lo hace por el camino angosto de la sinceridad. Cuánto amor en tu interior. Ojalá fuera yo periodista y pudiera tocar esa tecla en tu interior que apagase tu desdicha para siempre. Ojalá no tuviera yo que ahorrar argumentos y pudiera darte todas las flores que tu abonada vida espera.