Cuando uno ve películas de acción es fácil preguntarse qué parte de lo que sucede pasa en realidad y qué parte es pura ficción. Vale, que todos los espías sean guapos y atléticos, ingeniosos, inteligentes y buenas personas es ficción. Que hagan esas cabriolas y sean capaces de acertar un disparo de espaldas y a doscientos metros, también. Pero hay cosas que se hacen en la vida real que quizá te sorprendan.
Quizá pienses que en España eso de los espías sea un poco de aquella manera, pero no. Aquí hemos tenido agentes de inteligencia que se las han arreglado para huir durante décadas con millones de euros bajo el brazo y que nadie les encuentre. Por si no sabes la historia de Paesa, seguramente nuestro espía más conocido, échale un ojo porque es de película: llegó incluso a fingir su propia muerte enviando una esquela a la prensa… hasta que años después lograron fotografiarle paseando por la calle.
Pero aunque por desgracia nuestro espionaje se viera manchado con las salvajes tramas de corrupción de principios de los ’90, nuestra Inteligencia funciona. Y de qué manera. Gracias a ellos se evitan decenas de secuestros en África y Oriente Medio, se han evitado incursiones islamistas en una no siempre tranquila frontera marroquí y se atemperan ánimos en zonas delicadas del norte de África. Y todo eso por no citar el trabajo que se ha hecho contra ETA y que sirvió para pasar de los ‘años de plomo’ en los que había un muerto cada tres días hasta los últimos y agónicos años de la banda, en los que apenas lograban hacer daño.
Esos espías, al contrario de lo que sucede en las películas, no ocultan su trabajo a su familia. De hecho seguramente te sorprendería saber que en el entramado de seguridad del Estado hay mucha gente que cuenta cosas. Muchas. Y que no es complicado, por ejemplo, que agentes de las Fuerzas de Seguridad te cuenten aventurillas sorprendentes, fallos del pasado o, incluso, que te detallen cómo harían ellos para organizar un ataque contra el objetivo al que protegen.
Sí es algo típico lo de tomar algunas precauciones. Por ejemplo, los ordenadores que utiliza el personal reservado de seguridad no es lo que parece. Las teclas, al menos, no funcionan como las tuyas. Puede que tú creas que escriben una cosa, pero escriben otra muy distinta, ya que son teclados ‘ciegos’ que realmente no se corresponden con las letras que tienen escritas. Y eso sin contar con la encriptación que utilizan. Esos ordenadores además suelen tener deshabilitada la cámara frontal que hoy en día muchos portátiles llevan. Hay virus informáticos capaces de activar la cámara de forma remota y delatarte estés donde estés sin que te enteres, así que es la mejor forma de evitar riesgos innecesarios.
De los escoltas aprendí, por ejemplo, a distinguir los coches con blindaje de los que no llevan gracias al reborde de los neumáticos y el tapacubos. Aprendí también una de las manías que siempre llevo a cabo en mi vida privada: aparcar el coche de forma en que no tengas que hacer ninguna maniobra a la hora de arrancar aunque eso haga que te cueste más aparcar. La frase literal fue «siempre sabes la prisa que tienes al llegar, pero nunca sabes la que tendrás cuando tengas que salir».
Es particularmente complicado tener acceso a un espía. De hecho, si lo intentas por la vía oficial verás lo paradójico del caso. Inténtalo. Busca la página web oficial del Centro Nacional de Inteligencia, busca la parte de contacto y mándales un correo preguntándoles algo. Poco después recibirás un mail en el que, muy cordialmente, te dirán que no pueden responder tu pregunta y citarán varias leyes que protegen su trabajo y que vienen a decir que todo lo que hacen es secreto ¿Para qué, entonces, habilitar una forma de contacto?
Si algún día, por algún azar del destino, coincidieras con un espía o algún agente de seguridad del Estado en una mesa y supieras quién es lo más probable es que te pida que dejes el móvil sobre la mesa. Después te pedirá que lo apagues. Y después, que le quites la batería y la tarjeta. Es la única manera, creo, de inhabilitar cualquier tipo de señal de localización o radiofrecuencia que pudiera, por ejemplo, activar un dispositivo. De hecho si alguna vez has perdido la cobertura de forma repentina o tu coche electrónico ha empezado a pitar sin motivo aparente seguramente sea porque algún inhibidor de frecuencia esté funcionando en la zona para proteger a alguien de la Casa Real o alguna alta institución del Estado. Ante la duda, busca por la zona coches con varias antenas sobre el maletero, lunas traseras tintadas y conductor encorbatado.
En otra ocasión, años atrás, en un coche con agentes de un cuerpo de las Fuerzas de Seguridad del Estado tuve la ocasión de viajar ‘oculto’. Era un coche de escolta en el que no puede entrar nadie más que el equipo operativo y, en caso de extrema urgencia, el protegido en cuestión. Antes de arrancar me dijeron «estás aquí sin que nadie lo sepa y porque la persona a la que protegemos lo ha pedido y, como hay buena relación, lo hacemos. Pero oficialmente tú no estás aquí en ningún sentido. Si pasa algo, sales del coche. Si hubiera un accidente nunca constará que estabas aquí». Asentí, y arrancaron. Al final hubo una especie de persecución a toda velocidad por una pista forestal. Y cuando digo a toda velocidad es a toda velocidad. Ahí quedó todo.
A otros escoltas les ofrecí una vez la bolsa que llevaba con la cámara de fotografía para que la vieran. Me miraron, negaron con la cabeza y me dijeron «Ahí no llevas un arma porque no cabe, y no será un explosivo porque serías el primer terrorista suicida español de la historia, no hace falta que la veamos». A los dos minutos me hizo moverme de donde estaba, me apartó y cogió una riñonera del suelo. Le dije que podía habérmela pedido y se la hubiera alcanzado. «No, tranquilo, ya la cojo yo», me dijo. Había dejado olvidada su arma detrás mío.
Descuidos como esos hay centenares. Poco antes del 11M interceptaron a uno de los autores en un control de carreteras en el que le sorprendieron con el maletero lleno de armas blancas, pero no le dieron el alto. También los servicios de Inteligencia habían enviado decenas de informes alertando de cómo España estaba en riesgo claro de atentado islamista. Décadas atrás los servicios de Inteligencia lograron descabezar a la ETA más letal de la historia en una reunión en Francia. Y, casi desde entonces, un destacado terrorista está en busca y captura aunque las Fuerzas de Seguridad del Estado le han tenido localizado en varias ocasiones en varios puntos de Europa ¿Por qué no le detienen? Quizá, quién sabe, porque de quien se esconde no es precisamente de la Policía.
La forma de combatir al terrorismo y las redes criminales se ha ido volviendo más y más compleja. Del inabarcable circuito de aliados locales con los que contaron los etarras durante décadas, que les protegían y escondían en pueblos y caseríos remotos, hasta la estructura distribuida de Al Qaeda, cuyo terrorismo ‘en red’ no sólo debe su nombre a su funcionamiento casi sin jerarquía sino a que sus objetivos son siempre las redes del sistema al que atacan para hacer más daño, las venas de las ciudades por donde discurre más sangre, como los trenes, los metros o los aviones.
Y ese espionaje se dirime hoy en día en gran medida en la Red. Por poner un ejemplo descrito por uno de los máximos responsables de ese área en nuestro país, tardaron años en saber cómo lograban los terroristas de Al Qaeda comunicarse de una punta a otra del mundo sin dejar rastro. La solución era tan sencilla como indetectable: escribían los e-mails pero no los mandaban, sino que los dejaban como borradores para que el receptor entrara en esa misma cuenta de correo y los leyera
¿Sencillo, no? Pues eso, como todo lo anterior, son sólo ejemplos y vivencias contadas como sin dar importancia, cosas de primero de espionaje. Imagínate las técnicas que usarán unos y otros en este preciso momento en el que lees esto. Eso sí nos parecería digno de una película de espías…
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Foto: Wikimedia Commons