Y para la tarde, ¡un thriller! El que narra la historia de Kevin Mitnick, el hacker más buscado por el gobierno de Estados Unidos, que abandonó el lado oscuro de la intrusión informática para abrazar el lado correcto encarnado por los planchados trajes de grandes empresas que le piden consultorías de seguridad. ¿O ha optado por el oscuro lado oficial dejando atrás el transgresor universo hacker?
La duda quedó flotando en el Auditorio Museo Príncipe Felipe, que albergó su conferencia durante la decimoquinta Campus Party de Valencia.Todo lo que cuenta Kevin Mitnick está barnizado con una capa de arrepentimiento provocada por el sufrimiento que, según sus palabras, ha pasado a lo largo de su vida. La curiosidad, en este caso, no mató al gato, pero si le hizo multitud de perrerías que han marcado más de dos décadas de su vida. Mitnick está convencido de que ahora está de parte de los buenos, pero muchos militantes del universo hacker piensan que no tiene de qué arrepentirse.
El hacker, que hacía su cuarta aparición en el evento valenciano, comenzó su peculiar carrera con doce años. Sus padres se separaron cuando el era muy pequeño y su madre, para mantenerlo, tenía dos empleos. En consecuencia, el pequeño Kevin pasaba mucho tiempo solo en casa. Mala -o buena- cosa para una mente inquieta como la suya. «Con 12 años hackeé el sistema de autobuses urbanos de Los Ángeles. ¿Cómo podía engañar al sistema un niño de doce años?», contó. Y comenzó a dar las primeras pistas sobre una de las claves de su destreza como hacker, la ingeniería social. «Estudié las perforaciones de los bonobus, compré los punzones para horadar los bonos (para eso pregunté a los conductores dónde podía hacerlo) y los bonos los recogía de la basura. De esa forma exploraba Los Ángeles. Iba a las paradas y hacía que todo el mundo viajase gratis», explicó.
Lejos de ser recriminado por su conducta, Mitnick era reconocido tanto por sus padres, que cuando se enteraron de que «pirateaba» los billetes de autobús le dijeron que era fantástico, como por alguno de sus profesores pocos años después. El estadounidense creó un programa con el que robó las contraseñas de sus compañeros de clase en lugar de realizar un ejercicio relacionado con la secuencia Fibonacci y obtuvo un sobresaliente por ello. Todo esto no hizo sino animar a Mitnick a seguir el camino. «Tenía un planteamiento diferente de la vida. Para mi los ordenadores eran magia y estaba fascinado en aprender los secretos de los trucos de magia. Siempre he querido conseguir cosas que estaban prohibidas».
Tras eso siguió un aprendizaje de los secretos del hacking de sistemas telefónicos, algunas bromas que pulían sus habilidades de ingeniería social y algún conflicto laboral hasta que en 1988 tuvo su primer encontronazo con el FBI. «Mi amigo Lenny y yo jugábamos a entrar en las redes de la empresa del otro. Nos retábamos porque nos aburriamos. Lenny perdió y no pagó su apuesta, le hice una broma y se enfadó. A causa de eso y de su reacción nos pilló el FBI», explicó.
A partir de ahí, su vida se convirtió en un thriller de oscuros agentes trajeados y meses de aislamiento. «Hubo muchas falsas acusaciones contra mi: hackear ordenadores de la policía, entrar en los sistemas de la Agencia de Seguridad Nacional o algunas tan ridículas como silbar al teléfono y conseguir los códigos de lanzamiento de misiles nucleares. Me incomunicaron durante un año. Dijeron, básicamente, que era un amenaza a la seguridad nacional por mis silbidos».
Cuando fue liberado se vio obligado a adoptar falsas identidades (una de ellas fue la de Eric Wise, que era el verdadero nombre de Houdini) y seguir huyendo de las autoridades. «Me fui a Dakota del Sur para intentar hacerme con la identidad de algún fallecido». Allí se dio cuenta de lo fácil que era hacer lo que quisiera en el registro civil con sólo utilizar sus habilidades sociales y caer bien. «Fui capaz de encontrar el papel de las partidas de nacimiento y la prensa que lo timbraba en relieve. Así obtuve otra identidad», explicó.
Tras más huidas, y una portada en el New York Times, Mitnick es capturado y llega a un acuerdo con la fiscalía para pasar cinco años en una prisión federal. «Me encanta aprender cosas nuevas. Me sentía como un explorador, no era una cuestión de dinero sino de entrar, que era fascinante. Sin embargo, cogí el camino más difícil y aprendí a palos, de la forma más dura».
Tras un total de cuatro condenas, Mitnick cruzó la línea hacia el bando legal. El gobierno le llamó para trabajar para ellos y ahora es experto en seguridad que hackea con autorización. «Ahora me pagan. Nunca soñé cuando era un hacker en ganar dinero. Una actividad delictivapuede convertirse en una actividad profesional legal», contó aliviado. «Me doy cuenta de que estaba causando muchos dolores de cabeza a mucha gente para mi propia satisfacción. Hoy le he dado la vuelta y puedo ayudar a las empresas a mitigar los efectos de los ataques de hacking».
Mitnick, del que ya se ha hecho incluso una película, Hackers, presenta ahora Ghots in the Wires, la biografía con su ajetreada trayectoria. «No he podido escribir mis memorias en esto últimos 7 años por una restricción gubernamental. El 15 de agosto sale en EEUU», explicó. «Espero que se traduzca y publique también en España».