El crowdfunding de los hipsters consiste, fundamentalmente, en apoyar pequeños proyectos e ideas en los que se cree a cambio de recibir unas modestas recompensas. El crowdfunding de los yuppies, que está ganando peso rápidamente, pasa por que los ‘mecenas’ pongan el dinero a cambio de unos activos financieros que les brindan intereses y que pueden transformarlos en accionistas. Es un mercado de alrededor de 2.600 millones de dólares, según algunas estimaciones.
Es verdad que existen modelos híbridos, como el que ofreció la cadena de restaurantes mexicanos Chilango en Londres. Prometieron pagar sus deudas en dinero y en comida y el mecanismo era sencillo. El crowdfunder compraba un bono y ese bono funcionaba como un préstamo que le concedía a la empresa a cuatro años por el que tenía derecho a recibir la devolución con intereses del dinero y a todas las raciones gratis de burritos que quisiera. A los medios nos encantó: ¡Sabrosos beneficios! ¡Apetitosos intereses! ¡Vivan los mariachis!
Sin embargo, cuando una empresa se anima a lanzar una campaña de crowdfunding y ofrece activos financieros, estos no son, por lo general, ni simples bonos ni tampoco burritos. Hablamos de unos bonos que se pueden convertir en acciones de la compañía con el paso del tiempo. Si los compramos, no seríamos mecenas ni filántropos, sino prestamistas, inversores y copropietarios. Habríamos pasado de hipsters a yuppies.
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Claro que aquí surge uno de los primeros problemas: ¿cuánto valen realmente las acciones de un proyecto que apenas es un boceto? La respuesta, normalmente, es de dos tipos. Puede que la empresa lleve a cabo su propia valoración antes de lanzar la campaña y que así los inversores tengan la oportunidad de hacerse una idea de su potencial (resumen: me pagas porque yo lo valgo). La otra opción es que la valoración sea la consecuencia directa del interés de los crowdfunders por adquirir los bonos (resumen: te pago porque creemos que lo vales).
El segundo problema importante es que las campañas de crowdfunding, incluso las que venden activos financieros complejos, se dirigieron durante los primeros años a todos los inversores, incluso a los menos sofisticados. La idea de estos últimos, cuando deciden invertir una start-up, suele ser poner poco capital y esperar grandes rendimientos como a quien le toca la lotería. No siempre eran conscientes de lo que estaban comprando y, en muchos países, siguen sin serlo.
Esto se entiende mejor con ejemplos. Detrás del alegre anuncio de Chilango se escondía falta de transparencia, un riesgo financiero altísimo y la realidad de que los bonos no estaban asegurados frente a otros que sí lo estaban, lo que significa que, como acreedores, los que los compraron serían de los últimos en recuperar el dinero si las cosas iban mal. Los burritos eran, en definitiva, una burrada solo apta para expertos. Y eso que la cadena de restaurantes quería captar millones con su campaña. Es posible que a algunos se les atragantara la inversión, que como mínimo debía ser de 500 libras. El burrito más caro de su vida.
No es para todos los públicos
Es verdad que, según algunas estadísticas, muchas de las compañías que se nutren de este tipo de crowdfunding pueden presumir de mejor salud y estabilidad que sus rivales (desaparecen y se colapsan menos a corto plazo) y que más de 2.000 negocios han utilizado este instrumento en Reino Unido desde 2011 sin que se haya condenado a nadie por estafa. También es cierto que la nueva regulación que ha empezado a implantarse prohíbe que las plataformas promocionen productos financieros complejos y arriesgados entre inversores no sofisticados y los que cuentan con pocos ahorros.
En Londres, un inversor sofisticado debe poseer conocimientos avanzados en finanzas o gestión de empresas. Si carece de ellos, solo podrá participar si su patrimonio o sus ingresos anuales son contundentes. Si no sabes leer un balance, tu patrimonio no llega a las 250.000 libras o no cobras al menos 100.000 libras al año, el crowdfunding para yuppies no es para ti. Es mejor que no te pases de hipster.
Las propias plataformas de crowdfunding para inversores también han empezado a lanzar programas para diversificar o acotar los riesgos que asumen incluso los que pueden jugar en este casino sin restricciones. Crowdcube, quizás la más importante de Europa, ha abierto un fondo de capital riesgo en el que los crowdfunders compran participaciones. Ese fondo, gestionado y cribado por profesionales, luego será el que adquiera los bonos de múltiples start-ups para evitar poner todos los huevos en la misma cesta. Seedrs, otra gran plataforma, ofrece la posibilidad de invertir también en varias start-ups pero a través de una incubadora.
De todos modos, el motivo por el que los rendimientos que estos negocios ofrecen con sus bonos son tan considerables (Chilango vendió los suyos con intereses del 8%) es que también son muy arriesgados. No hay duros a cuatro pesetas ni el inversor debería creerse más listo que los fundadores de las empresas. ¿Pero cuáles son exactamente los riesgos que corren los inversores?
Tres peligros y oportunidades
Como en toda apuesta por un proyecto recién nacido, el primer peligro es que muera prematuramente y que los inversores lo pierdan todo. Eso es lo que, según un informe reciente, suele ocurrirle a una de cada cinco start-ups que toman su primer impulso del crowdfunding en Reino Unido.
El segundo gran peligro es lo que se llama «dilución agresiva» y consiste en que el valor de los bonos y las acciones cae dramáticamente con las nuevas subastas que la empresa llevará a cabo para seguir recaudando. Las acciones, como son de una categoría inferior, ni cuentan por lo general con una protección contra la dilución ni les dan a sus titulares la capacidad de votar sobre el gobierno de la empresa. Aunque hayamos ayudado a comprar el coche jamás podremos conducirlo y seremos siempre pasajeros, una circunstancia algo incómoda si nos aproximamos a un precipicio a toda velocidad.
El tercer peligro a tener en cuenta es que la información de las compañías es en parte publicitaria y que, por eso mismo, sus previsiones de crecimiento y beneficios son exageradas. Además, los inversores pueden confundir los buenos sentimientos y la simpatía que genera el proyecto y su calidad como inversión. Las mejores promesas, como decía Joaquín Sabina, son las que no se pueden cumplir y salvar el mundo o hacernos a todos felices puede ser un terrible negocio. Especialmente, cuando lo garantiza una pyme con cinco trabajadores que no sabe ni siquiera si va a poder salvarse a sí misma del colapso.
Sin embargo, todos esos peligros y riesgos no deben llevarnos a pensar que esta forma de crowdfunding no esconde grandes oportunidades detrás de los riesgos o que el fenómeno es un bluf. Hablamos de una fuerza desatada que está empezando a combinar su brutal impulso con todo el batir de alas de los business angels para multiplicar las posibilidades de unos proyectos que, hasta hace pocos años, se habrían quedado, para perjuicio de los consumidores que ahora los disfrutan y de los soñadores que los conciben y se dejan la piel por ellos, en una hoja amarillenta de papel mojado.
También se ha convertido en una avenida espectacular que puede ser, para algunas empresas, más útil que las tradicionales. El pequeño gigante de la economía colaborativa holandés Peerby acaba de lanzar una campaña en la que ha obtenido 2,2 millones de dólares en un fin de semana, una cifra que supera lo que le había aportado el fondo de capital riesgo con el que trabaja (2,1 millones) y casi siete veces mayor que la que habían pedido. Su objetivo es expandir su plataforma –ofrecen a los vecinos de 20 ciudades en Europa y Estados unidos la posibilidad de que se alquilen entre sí los productos del hogar que no están utilizando– y añadirle un servicio de transporte y distribución. Su sueño se ha hecho realidad gracias al crowdfunding para yuppies.
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[…] poco de convencional. Y finalizo con un artículo reciente, publicado en el magazine digital Yorokobu y provocativamente titulado, “Soy crowdfunder y quiero acciones, no regalitos”. Tras un […]