El fin del espectáculo y la era del conocimiento exprés

En un entorno digital donde las jerarquías culturales han sido dinamitadas por la hiperconectividad, asistimos a una transformación profunda de los códigos de influencia y aprendizaje. La figura del influencer tradicional, así como la concepción clásica del experto, se tambalean frente a nuevas dinámicas marcadas por el cansancio colectivo ante lo superficial y la fascinación social por la inmediatez. Ambas tendencias son analizadas en profundidad en Consumer Trends 2025* .

Influencia en crisis: más allá del brillo superficial


Durante años, las redes sociales han actuado como catalizadores de una nueva economía de la atención, donde la relevancia se medía en likes, seguidores y métricas de impacto volátil. Sin embargo, esta lógica empieza a mostrar signos de agotamiento. El público, especialmente el más joven, ya no tolera con la misma ingenuidad los códigos ensayados de la vida ideal, el discurso aspiracional vacío o las recomendaciones disfrazadas de espontaneidad.

La cultura de la influencia se enfrenta así a una demanda creciente de autenticidad. Ya no se trata solo de mostrar, sino de conectar desde la verdad. En este nuevo escenario, las audiencias premian la transparencia frente a lo artificial, la vulnerabilidad frente al filtro, y la coherencia frente a la ostentación. Se valora más la afinidad con las experiencias compartidas que el acceso a un estilo de vida inalcanzable.

Este giro no significa el fin de los influencers, sino su mutación. Las marcas y creadores que entienden este cambio están reformulando sus estrategias, apostando por contenidos más horizontales, voces diversas y relatos que se alejan del espectáculo para acercarse a la experiencia común. La era de los macroinfluencers da paso a un nuevo tejido de comunidades pequeñas pero altamente comprometidas, donde la recomendación es consecuencia de una conexión genuina, no de una transacción interesada.

 

Aprender sin pausa: el espejismo del saber instantáneo


En paralelo, se identifica un nuevo fenómeno por el que el conocimiento se convierte en un bien de consumo fugaz. El acceso inmediato a información, tutoriales, opiniones y contenidos de autoayuda ha democratizado el aprendizaje, pero también ha diluido su profundidad. Hoy, saber un poco de todo —aunque sea por un instante— se valora más que desarrollar una verdadera maestría en algo.

Esta cultura de la influencia y la inmediatez ha instaurado un modelo de aprendizaje acelerado, donde cualquier persona puede adoptar el rol de especialista con apenas unos clics. En apariencia, se trata de una oportunidad para la autoformación y la adaptabilidad. En la práctica, muchas veces se traduce en una peligrosa superficialidad, donde los atajos sustituyen a los procesos y la improvisación se disfraza de conocimiento.

La consecuencia es doble: por un lado, se multiplica la frustración ante la incapacidad de sostener el ritmo o cumplir con las expectativas; por otro, se desvaloriza el tiempo como aliado del aprendizaje real. Frente a ello, empieza a abrirse paso un discurso contraintuitivo pero cada vez más resonante: reivindicar la lentitud, el error, la pausa como componentes esenciales del saber significativo.

En un mundo que premia la reacción sobre la reflexión, reaprender a esperar puede convertirse en una verdadera forma de rebeldía intelectual. Frente al ruido y la saturación, las marcas, instituciones y agentes sociales tienen ante sí el reto de cultivar espacios que favorezcan la comprensión profunda y el pensamiento crítico. No basta con informar: es necesario formar con propósito y con tiempo.

 

Nuevos territorios para marcas y cultura

Ambas tendencias —la erosión de la influencia tradicional y el auge del expertise instantáneo— plantean una misma pregunta de fondo: ¿qué tipo de conexión estamos dispuestos a construir con el mundo que nos rodea? Y más aún: ¿cómo redefinimos nuestra relación con el conocimiento, la credibilidad y la pertenencia en una era que ha hecho de la velocidad su bandera y del espectáculo su lenguaje?

Para las marcas, instituciones culturales y agentes sociales, este escenario exige mucho más que adaptaciones tácticas. Requiere una transformación profunda en las lógicas de relación con sus audiencias. En un ecosistema sobresaturado de estímulos, mensajes y narrativas —donde la atención es volátil y la sospecha es la reacción por defecto—, las organizaciones que aspiren a seguir siendo significativas deben entender que la notoriedad ya no es sinónimo de influencia, ni la visibilidad garantía de impacto.

Hoy, el valor se construye desde la confianza, la coherencia y el cuidado. Esto implica revisar las promesas que se hacen al público, pero, sobre todo, la manera en que se cumplen. ¿Es creíble lo que decimos? ¿Es consistente lo que hacemos? ¿Responde lo que ofrecemos a una necesidad real, o simplemente a una moda pasajera? En este nuevo contexto, la relevancia se gana con hechos sostenidos en el tiempo, no con fogonazos virales.

La visibilidad debe dar paso a la vinculación. Esto significa abandonar la lógica extractiva del engagement —que mide a las personas como KPI— para abrazar una lógica relacional, donde el vínculo se construye desde la escucha, la reciprocidad y la resonancia emocional. No se trata solo de estar presentes en más plataformas, sino de estar mejor presentes en las conversaciones que importan.

Y por encima de todo, la velocidad debe dar paso a la visión. El vértigo de lo inmediato ha convertido a muchas organizaciones en entidades reactivas, atrapadas en un ciclo infinito de contenido sin contexto. Pero construir cultura —y comunidad— exige pausa, perspectiva y propósito. Es el momento de invertir en estrategias que perduren, que no respondan únicamente al pulso del algoritmo, sino al latido de las personas.

Porque si algo nos deja claro este momento es que influir y aprender seguirán siendo esenciales… pero nunca volverán a significar lo mismo. Lo que está en juego no es solo cómo nos mostramos al mundo, sino cómo queremos formar parte de él. Y en ese tránsito, solo quienes sepan abandonar las fórmulas agotadas y apostar por la verdad, la empatía y la profundidad lograrán habitar los nuevos territorios digitales con autenticidad y futuro.

 

* Consumer Trends es un estudio de tendencias de mercado y consumo realizado por Zorraquino para entender las necesidades y demandas de la población que determinarán el devenir del año y las respuestas y estrategias que pondrán en marcha compañías y entidades para responder a este sentir. 

¿Qué opinas?

Último número ya disponible

#142 Primavera / spring in the city

Sobre nosotros

Yorokobu es una publicación hecha por personas de esas con sus brazos y piernas —por suerte para todos—, que se alimentan casi a diario.
Patrick Thomas

Suscríbete a nuestra Newsletter >>