En abril de 1992 un concierto en Vancouver se convirtió en el último bolo de The Pixies. Su líder, Black Francis, pidió un año de relax para dedicarse a su primer trabajo en solitario. Ese verano envió un escueto fax al manager de la banda sentenciando que no habría reencuentro. Sus compañeros no se lo esperaban.
El grupo había editado cuatro álbumes y un EP que habían sido mucho más influyentes de lo que las escasas ventas reflejaban. En Europa no les iba mal, pero en Estados Unidos seguían actuando en salas pequeñas. El gran salto no llegaba. Su última apuesta fue irse de gira como teloneros de U2. Error. Cada noche les tocó salir a estadios a medio llenar con un público que no les hacía puñetero caso. El enfado sobre el escenario aumentaba en el backstage. Las broncas entre Francis y la bajista Kim Deal se volvieron insostenibles. Igual la banda no se debería haber sorprendido cuando el manager comunicó el contenido de aquel fax.
Francis vivió durante seis meses en Puerto Rico justo antes de montar The Pixies. Se pasó el tiempo en la playa, bebiendo cerveza, pateando de noche la ciudad. Allí aprendió algunas palabras de español y en varias de sus canciones las utilizó sin complejos. Isla de Encanta habla directamente de su experiencia portorriqueña. Más inconexa resulta Crackity Jones, dedicada a su alocado compañero de cuarto en la isla. Esta última apareció en su disco Doolittle de 1990.
Si el debut de los Pixies, Surfer rosa, los había situado en el radar de toda una nueva generación musical, Doolittle los canonizó. Su mezcla perfecta de ferocidad y melodías asentó las bases para nuevas escenas que emergían por todo el planeta, desde el grunge del noroeste de EEUU a las principales ciudades británicas (Blur o Radiohead se reconocieron discípulos de los Duendes) pasando por España (sobran ejemplos en nuestra escena indie).
[full_background_video videoId=»PVyS9JwtFoQ»]
Su música era poderosa e inmediata. Bebía del punk, del pop clásico o del surf. Jugaban con los contrastes de voces y usaban acordes sencillos, envueltos con las espirales y el ruido que producían las guitarras de Francis y Joey Santiago. Pero las letras eran todo lo contrario. Textos crípticos, de difícil lectura, construidos sobre imágenes del universo personal de Francis, su atracción por los ovnis, el cine, la literatura o los pasajes de la Biblia. Muchas de sus letras no tienen sentido ya que él prefería atender al sonido de las palabras más que a su significado. Esta canción es un ejemplo perfecto.
La inspiración de Debaser surgió de Un perro andaluz. Un cortometraje mudo de 1929 escrito y dirigido por Luis Buñuel con la colaboración de Dalí. Las imágenes eran oníricas, agresivas y perturbadoras, absolutamente transgresoras con los cánones de la época. Un chien andalou se convirtió en la gran película del cine surrealista, pero hay que reconocer que su visionado, aunque solo sean 17 minutos, no era —ni es— algo sencillo.
Francis llegó a ella a través de un profesor de su universidad. Fue tal el impacto causado que tras la clase volvió a visionarla y escribió la letra de la canción. La degradación de la moralidad era uno de los objetivos de Buñuel y Dalí, y de ahí el título del tema de los Pixies. Debaser, ‘ser degradante’. La frase «slicing up eyeballs» hace referencia al momento más impactante del film, cuando una cuchilla raja en primer plano el globo ocular de una mujer, que en realidad era un ojo de vaca.
La canción es uno de los grandes momentos en el valioso legado de una banda que no obtuvo su reconocimiento cuando lo necesitaba. Quizás, si los Pixies hubiesen aguantado otro año llegando juntos al momento en que Kurt Cobain declaró que Debaser fue la gran inspiración para el clásico de Nirvana Smells like teen spirit, las cosas habrían cambiado. Solo quizás.