¿Por qué necesita la democracia a los artistas?

26 de septiembre de 2017
26 de septiembre de 2017
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El artista Joseph Beuys

«Preguntaréis: ¿Y dónde están las lilas? (…) ¿Y la lluvia que a menudo golpeaba sus palabras llenándolas de agujeros y pájaros?». Así empezó Pablo Neruda un poema en el que indicaba un giro literario y vital. Había comenzado la Guerra Civil y el poeta encauzó un camino político que afectaría a su vida y a su obra. En ese poema titulado Explico algunas cosas cuenta que a veces el mundo obliga a los artistas a implicarse.

Desde su obra, Neruda dotó de palabras a quienes no sabían explicar su propia desventura. Los versos de Canto General levantaron una cosmovisión del oprimido y se recitaron en muchos rincones del mundo como si fueran versículos de la Biblia. Pero, a la vez, el chileno se implicó de forma activa en las instituciones y militó en el Partido Comunista. Era poeta total, y también, en su vida personal, abarcó todas las posibilidades de participación.

Ahí anida el centro del debate: ¿hasta dónde debe sumergirse el artista en la política? Hay que diferenciar, no obstante, entre distintas formas de inmersión. Existe una participación crítica, ajena a la institucionalidad y a cualquiera de sus brazos políticos como pueden ser los entornos de influencia de los partidos. De este modo, el autor inserta el discurso de sus obras en los problemas de la vida pública y, además, lo hace con una voluntad de cambio. Sin embargo, permanece al margen.

Por otro lado, hay un adentramiento más oficial a través de la participación directa en las instituciones. El crítico Hans Ulrich no descarta esta opción en su artículo ¿Por qué necesitamos artistas en política? «El arte es comunicarse, participar e interactuar, y cualquier organización que no fomente estas relaciones está inevitablemente condenada al fracaso», defiende. En síntesis: el estado democrático necesita de los artistas.

De los márgenes a las instituciones

En su análisis de las intervenciones artísticas urbanas, Gisele Freyberger explica que esta modalidad incluye formas de expresión que tocan de cerca el activismo: «Trabajan en contra de la progresiva despolitización del espacio público». La relación entre la obra y el lugar, argumenta, amplía el sentido de la acción en sí. Un ingrediente fundamental de estas iniciativas es el desafío.

Eso es lo que trata de conseguir el artista Dosjotas, que ha intervenido las calles de ciudades de España, Francia, Alemania, Estados Unidos, Holanda o Bolivia. Su principio de partida, como explica a Yorokobu, es usar «el lenguaje del poder en contra del poder». Con esta pretensión, emuló la publicidad institucional de la Oficina de Empleo de Madrid para señalizar las papeleras («deposite su CV», escribe señalando con una flecha hacia la boca del recipiente) o creó placas de señalización de las calles en alemán para denunciar la intervención económica desde el país germánico.

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Intervención de Dosjotas ‘Madrid Strabe’

«Lo principal es crear una reflexión, un paréntesis en el día a día de las personas, y poner el dedo sobre ciertos temas», indica. Intenta comunicar dilemas que señalen una «obviedad obviada». «El espacio público tiene la gran ventaja de llegar a mucha más gente y, sobre todo, al espectador en general, no solo al espectador de arte, quitando así ese aura de superioridad que otorga el mundo del arte a los objetos».

La vocación política de Dosjotas radica en la incitación al cambio a través de la activación de la conciencia del ciudadano: «Puede servir como educador, traductor o simplificador de algunos conceptos abstractos que se dan en política» de cara a replantear «problemas y conflictos sociales».

Con esta hoja de ruta han trabajado artistas como el checo David Cerny, que en 1991 pintó de rosa el tanque que llevaba desde 1945 parado en la plaza Smíchov como conmemoración de la victoria del Ejército Rojo sobre las fuerzas alemanas. Esa conversión de la figura amenazante del carro de combate en una especie de chicle rosa pretendía cuestionar la política exterior rusa.

«Dentro de las disciplinas artísticas se puede trabajar con temas y decir cosas que en otros campos serían inimaginables», señala Dosjotas. El momento actual es crucial y empuja a los creadores a pronunciarse: «Se está dando un gran retroceso de libertad de expresión y cada vez hay más censura gratuita».

Esta capacidad de reflexión radical inherente al arte es también el motivo por el que Hans Ulrich ve útil la participación directa (y, para ello, cita el caso de Edi Rama, pintor y Primer Ministro de Albania).

Siguiendo las reflexiones del artista conceptual John Latham y del integrante del grupo fluxus Joseph Beuys, Ulrich explica por qué el artista debe zambullirse en la política y no esconderse en su torre de marfil. La base de la idea es que el creador «cumple un papel específico en la sociedad abriendo un espacio libre en el que las ideas radicales podrían ser exploradas».

Este posicionamiento combate también la supuesta superficialidad del arte, y va más allá: la cultura es infraestructura de la sociedad. Lathan apostaba por «colocar a los artistas en posiciones influyentes en la sociedad». La política requiere creatividad. Sin amplitud de miras, sin esa imaginación para traspasar los cauces de lo establecido que se encuentra en abundancia en pintores, literatos o cineastas; sin esto, el cambio profundo sería impracticable.

El espíritu artístico, según el artículo de Ulrich, sirve para construir lo que se llama el «espacio agonísitico». En una sociedad moderna, el consenso no es esencia, a pesar de que se aluda a él como el producto democrático más puro (en España llamar al consenso adquiere categoría de mantra). El «espacio agonísitico», ahora Ulrich se apoya en Chantal Mouffe, «debe permitir la diferencia y la diversidad» que conducen a un conflicto controlado.

El debate sobre la comunicación entre arte y política viene de lejos. Los favorables al distanciamiento arguyen que filtrar la política a través del arte reduce la calidad de las obras. Pero quizás ese pensamiento provenga de que seguimos asumiendo el posicionamiento político como un colocarse tras una trinchera. Y la trinchera sí menoscaba el arte porque lo reduce. ¿Será que todavía nos cuesta asumir el verdadero espíritu (plural y amplio) de la democracia y por eso contemplamos todo posicionamiento político como una sacrificio de libertad?

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