«Si una persona hiciera su propio diccionario, se descubriría a sí misma». Lo dice, convencido, Lluís Segura después de haber escrito el suyo: el Diccionario Sexual Supremo. Él empezó por la abstinencia sexual, esa «perversión sexual de la más alta índole» y acabó por la zorra, una «mujer astuta e inteligente que se acuesta con quien le da la gana, hecho que no todos los animales pueden entender, sobre todo las urracas, los buitres y los osos hormigueros».
En esas cien páginas que describen al baboso, al infollable, a la dominatriz o a la robanovios, Segura se halló a sí mismo. «Si lo lees del tirón, conocerás lo que pienso sobre el sexo».
No era esa su intención cuando empezó a dar nuevas explicaciones, con humor, a muchas palabras sexuales. Esa revelación llegó al final, sin esperarlo, como cuando al chuperretear el palo de un polo aparecía un premio para comerse otro.
Por las noches, cuando no podía dormir, Segura inventaba definiciones sin ninguna pretensión. «En vez de tomar un Valium, me ponía a escribir. Era un juego», relata. El guionista escribía en su blog. Ahí soltaba lo indecible, lo que no cabía en los guiones que hacía por encargo y en los libros que redactaba como «escritor fantasma». En El amor supremo, como llamó a aquel cuaderno digital, conversaba con su pene y contaba historias para sacarse las angustias de encima. «Como nadie lo leía, podía desfogar más», explica.
Ahí estableció que la barba es el «condimento picante de un beso de un cunnilingus» y que las bragas son una «prenda cuyo interés sube cuando bajan». Era el principio de un «abecedario sexual» que escribía en un lugar que apenas leía nadie.
Pero un día la productora Esther Fernández pensó que ese listado merecía estar en un lugar más agradable de manosear que una pantalla. Buscó a un director de arte, Pau Bonet, y buscó una editorial, Bridge. Mientras, Segura seguía construyendo un alfabeto de voces y expresiones que, a veces, trascienden lo erótico. Es lo que ocurre, por ejemplo, con el campo de nabos, una «fiesta de trabajo donde solo acuden personas con un alto cargo».
Ya había establecido que la zoofilia es la «relación con animales que va más allá del tonteo y las caricias». Había definido la zanahoria y la zona erógena. Había dedicado todo un año a encontrar la definición de algunas palabras y había necesitado apenas veinte segundos para hallar la explicación de otras. Y ya, cuando la Z dijo hasta aquí y no había más términos que definir, empezaron el diseño de un libro que aspira a ser algo «que huela a diccionario pero que no lo sea».
Esta idea desterró los dibujos y las fotos del Diccionario Sexual Supremo. «No quería ilustraciones para que no pareciera una enciclopedia», recuerda. «Prefería que solo hubiera letras porque no hay nada más erótico y más sensual que una letra en grande. Una buena tipografía es más sexy que una imagen». Y aunque Segura se había propuesto que el libro oliera a diccionario, lo que embalsamó el diseño de sus páginas fueron unos gin-tonics. «Quedábamos algunas noches en un bar que está al lado de mi casa», detalla. «Trabajábamos ahí con el ordenador».
ω ω ω ω ω
Al guionista le gustaron siempre los diccionarios. De pequeño buscaba palabras y le sorprendía no encontrar muchas de sus preferidas. Pero fue de mayor cuando se llevó el susto más gordo. En pleno siglo XXI, en la era de la domótica y a punto de conquistar Marte, encontró en una edición anterior del diccionario de la RAE que gozar era «conocer carnalmente a una mujer» y que lo femenino era «débil, endeble».
De aquel asombro partió la tesis del Diccionario Sexual Supremo:
—Todos los diccionarios mienten —indica, tajante—. Crean una convención que hoy o mañana va a ser falsa. Las palabras dependen de la coyuntura y hasta del gobierno. Te van a limitar. Lo que piensas es lo que te limita.
Esa idea encontró su cita en la voz de Oscar Wilde. Alguna vez el escritor irlandés dijo que «definir es limitar» y el guionista lo plantó, como advertencia, al principio del Diccionario Sexual Supremo. Segura hace hincapié en que su glosario no está escrito con guantes y mascarilla de cirujano. Él se pringa y contagia a las definiciones de sus ideas sobre la sexualidad. Piensa que cada listado de palabras representa una visión del mundo. Una; una entre cientos de miles más. Y lamenta que pocas veces alguien lea una definición sin sentir la más mínima desconfianza: «Ya no te planteas si lo que dice la Wikipedia es real».
El autor desconfía también del burbujeo de nuevos palabros y etiquetas sexuales. En los últimos años hay denominaciones de todas las tallas y pelajes: asexuales, grisasexuales, alosexuales, lumbersexuales, demisexuales, sapiosexuales, pansexuales, spornosexuales, polisexuales, flexisexuales… Existen heteroflexibles y bicuriosos. A algunos eso de un sí o un no al romanticismo les parece una birria y prefieren proclamarse arrománticos, birrománticos, heterorrománticos, homorrománticos, panrománticos, transrománticos o polirrománticos. Y estar gordiflaco o fofisano se ha convertido en una nueva calificación estética y erótica.
Pero Segura recela de tanto cartel. «Todo está etiquetado para hacer ver que hay más libertad sexual. Y es alrevés. Si lo estás etiquetando, lo estás reduciendo». La sexualidad, para el guionista, tendría más que ver con el universo en expansión que con cuatro palabras encapsuladas. Con algo más amplio, más etéreo, como la definición que da en su diccionario del ñaca-ñaca: «Onomatopeya prehistórica sinónimo de traca-traca, zumba-zumba, bumba-bumba, toma-toma, zusca-zusca, raca-raca, mete-saca-entra-entra, sale-entra, folla-folla, chusca-chusca, tiki-taka, flaca-flaca, chupa-chupa, fasca-fasca, trapa-trapa, mata-mata, plasca-plasca, muaca-muaca, waka-waka, gaka-gaka, baka-baka, fuaka-fuaka, trapa-trapa, ñiqui-ñique, ñoco-ñoco… Y mil millones más».
Socia fundadora de Yorokobu y subdirectora de Ling. Premio de Periodismo Accenture 2017, en la categoría Innovación. Autora del libro De estraperlo a #postureo (Vox) y, junto a Mario Tascón, escribió Twittergrafía. El arte de la nueva escritura (Catarata). También es coautora de la guía para los nuevos medios y las redes sociales Escribir en Internet, de Fundéu, y del libro Comunicación Slow. Todo lo que ahí cuenta está basado en hechos reales. Pero, a veces, es mejor la imaginación. Entonces cae algún #instarrelato.