Que un niño forme parte de una familia creyente y sea educado en el marco de una determinada fe no le garantiza una mayor formación en valores. Es más, según un estudio publicado por Current Biology, son los niños que crecen en ambientes laicos los que se muestran más empáticos y justos ante determinadas circunstancias.
Es la principal conclusión del estudio que, según recoge Agencia SINC, estuvo liderado por el investigador Jean Decety, del departamento de Psicología de la Universidad de Chicago (Estados Unidos). En él participaron 1.170 niños, de entre 5 y 12 años, procedentes de seis países (Estados Unidos, Sudáfrica, Canadá, China, Jordania y Turquía) y la mayoría pertencian a familias cristianas (23,9%), musulmanas (43%) y no religiosas (27,6%), aunque también participaron judíos (2,5%), budistas (1,6%), hindúes (0,4%) y hogares agnósticos (0,2%).
A todos ellos se les entregaron pegatinas que debían compartir con otros compañeros de su mismo grupo étnico. Los más proclives a ceder sus pegatinas solían coincidir con los que procedían de ambientes no religiosos.
Otra de las apreciaciones recogidas en el estudio tenía que ver con la manera de juzgar «el daño interpersonal» por parte de los niños. Los educados en ambientes religiosos mostraban actitudes más severas y eran partidarios de castigos mayores que los ateos o agnósticos. Por otro lado, eran los padres de niños religiosos (especialmente cristianos y musulmanes) los que consideraban a sus hijos más sensibles ante las injusticias.
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«Suele pensarse que la religiosidad está vinculada con el autocontrol y la moralidad. Esta creencia está tan profundamente arraigada en la sociedad que, en algunos ambientes, las personas que no son religiosas se llegan a considerar moralmente sospechosas», explica a Agencia SINC Decety quien pone como ejemplo a los políticos estadounidenses: «Los candidatos no religiosos tienen pocas posibilidades de ser elegidas para altos cargos».
El investigador, incluso, llega a relacionar las conclusiones del estudio presentado por su universidad con otro tipo de estadísticas: «Los países democráticos con poca fe religiosa –como Países Bajos, Suecia, Dinamarca, Japón, Bélgica o Nueva Zelanda– a día de hoy tienen los niveles más bajos de criminalidad en el mundo y en ellos destaca el bienestar de sus ciudadanos».
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Son estas mismas investigaciones en las que Phil Zuckerman, profesor de sociología y estudios seculares en Pitzer College, lleva años apoyándose cuando responde con un rotundo «No» a los padres norteamericanos que se preguntan si hacen mal en educar a sus hijos fuera de un ambiente religioso. «Los niños criados sin religión no adolecen de falta de rasgos positivos y virtudes».
En un artículo en Los Angeles Times, el autor de Living the Secular Life: New Answers to Old Questions se refiere a los más de 40 años de estudio invertidos por el profesor de gerontología y sociología Vern Bengston en el mayor estudio sobre familia y religión realizado en Estados Unidos. «Cuando Bengston detectó el incremento de hogares no religiosos en Estados Unidos decidió incorporar a su investigación a este tipo de familias en el estudio».
Según Zickerman, el investigador llegó a confesarle su sorpresa al comprobar los altos niveles de solidaridad familiar y cercanía emocional entre padres e hijos en la mayoría de familias seculares analizadas: «Muchos padres no religiosos eran más coherentes y apasionados en sus principios éticos que muchos de los padres creyentes».
Las investigaciones de Zickerman llevan a conclusiones similares a las de Bengston: «Mi experiencia con los casos estudiados me confirma que la vida familiar no religiosa está repleta de valores morales propios y preceptos éticos enriquecedoras, la mayoría basados en la resolución racional de problemas, la autonomía personal, la independencia de pensamiento, la elusión del castigo corporal, el espíritu de ‘cuestionarlo todo’ y, por encima de todo, la empatía».
Porque, según Zickerman, es un viejo imperativo moral y ético el que rige este tipo de familias: «Una de las madres con las que contacté me lo explicó de esta manera: “Se trata de intentar que los niños se pongan en el otro lado, que traten al resto de la gente como les gustaría que les tratasen a ellos. No veo ninguna necesidad de Dios para tratar de enseñar esto”».
A lo largo de su artículo, Zickerman sigue citando estadísticas y estudios como el realizado por la Universidad de Duke en 2010 según el cuál los adolescentes no religiosos muestran actitudes menos racistas que sus compañeros creyentes. «Muchos estudios psicológicos muestran que los adultos laicos tienden a ser menos militaristas, menos vengativos, menos nacionalistas y más tolerantes que los que se consideran religiosos», añade.
Datos que, sin embargo, contrastan con la percepción generalizada de la población mundial según la cuál religión y moral van de la mano. El estudio realizado en 2014 por Pew Research Center, y citado por The Guardian, indica que la mayor parte de los habitantes de 22 de los 39 países analizados consideraban que creer en Dios era un paso esencial para poder ser considerado como una persona con moral. Los porcentajes de personas que comparten esta afirmación se disparan en el caso de países menos desarrollados, superando el 90% en algunas regiones de África, Asia o América Latina.
En España, por el contrario, son amplia mayoría las personas que consideran que no es necesario ser religioso para ser una buena persona: 80%, solo superado por el 85% recogido en Francia.
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