El amor de madre acaba pasando factura

24 de mayo de 2011
24 de mayo de 2011
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Seguro que cuando oyes la palabra ‘marca’ crees que es algo de lo que sólo tienen que preocuparse las grandes empresas. Sí, así era antes, pero ya no: hoy todos tenemos que preocuparnos por alguna marca, ya sea pequeña o grande; porque en la era de Internet, tu marca personal compite con la mía o con la del señor ese gordo con gafas con quien a diario compartes ascensor.
Y sí, a veces ganamos clientes o perdemos una oportunidad por los pocos segundos en que alguien mueve su instinto en función de las primeras señales sonoras o visuales de nuestra marca, ya seamos una empresa o, simplemente, un nombre personal que aspira a llevarse esa cuenta, a entrar en un trabajo o a encontrar un inversor para comernos el mundo.
Imagina: envías un curriculum a una empresa en la que te encantaría trabajar. La persona que criba ese río de emails que cada día le imploran un puesto procura sacar petróleo de cada detalle, pues son los detalles lo que le lleva a tomar interés por unos candidatos frente a otros. Lee tu carta y ve que la envías desde damevenenoquequieromorir@yahoo.es, o abre el de otro candidato que escribe desde quetechupeque@gmail.com. Sí, tuvieron su puntito al crearlos pero igual te han dejado fuera de la empresa de tus sueños…
Son casos aislados, pero todos cometemos torpezas por no prestar atención a nuestra marca. ¿Qué hace un posible empleador cuando intuye que puedes encajarle en su proyecto? ¿Y un posible cliente que se queda con buena impresión tras esa comida en que habéis intercambiado tarjetas? Claro, lo mismo que harías tú: googlear tu nombre en cuanto tiene un momento, para confirmar sensaciones sobre ti o profundizar en aquello que le inquieta antes de tomar su decisión.
Cuidar nuestra marca personal no es difícil ni requiere que seamos expertos. Basta aplicar algo de sentido común y echarle un poco de empatía para ver qué hacemos nosotros cuando sentimos curiosidad por alguien a quien apenas conocemos o de quien nos han hablado. Buscamos… y de esa búsqueda depende muchas veces todo lo que ocurra luego.
Si además de la marca personal lanzas una empresa propia, por pequeña que esta sea, entonces sí que tienes que cuidar muy bien el nombre y la marca (cómo representes ese nombre) de tu pequeño negocio. Estoy harto de toparme marcas como ‘Abogados Castellana 60’ o ‘Consultores Goya’. ¿Es que nunca pensaron que un día dejarían de tener la oficina en esas calles? Pues no, no se dan cuenta.
Y cuando alguien les llama perdido tras brujulear por todo el edificio que un día habitaron, no saben dónde meterse: «No me digas que estás en Castellana, 60… pero si hace años que nuestra oficina está en Alcalá, 34… con razón no llegabas a la reunión…». Otro clásico son las marcas tipo ‘Gallego, Martín y Crespo’, que reflejan el equipo completo que formó esa sociedad… y que cuando se va Martín se quedan compuestas y sin saber cómo redenominarse…
También es importante pensar que la marca nos tiene que durar, como quien dice, toda la vida. Y eso aconseja no unirla a fechas concretas. Porque, como decía Mecano, «ese día un día llegará». Una empresa de investigación de mercados llamada ‘Research 2010’ o una editorial de libros de empresa como ‘Gestión 2000’ reflejaban mucha modernidad cuando se crearon, en los ’90… pero hoy son cómicas y en vez de aportar valor, lo restan y generan desconfianza. De vanguardia, a reliquias.
Tampoco una marca debe reflejar todo lo que hacemos, ni ser tan específica que adelante nuestros productos o servicios, porque entonces le pasará lo mismo: se quedará pequeña en cuanto demos un giro a la empresa o nos orientemos hacia otro mercado. Un caso clarísimo es Gas Natural. ¿Imaginas qué les dirías si mañana se les ocurre aparecer en tu casa a venderte televisión por cable? «Zapatero a tus zapatos», claro.
También hay ejemplos perfectos de lo contrario, de marcas que son tan poco específicas que sirven para vender casi de todo: a Muji, Yamaha o Suzuki… les comprarías casi cualquier cosa, porque han conseguido hacer de sus marcas un vocablo que aporta confianza al objeto que lo lleve. Son marcas capaces de arropar, como un paraguas, casi cualquier producto, por distintos que sean: un piano, una moto, una camiseta, un tractor, unos palillos de comida china o incluso un té, son productos que se venden bajo esas marcas.
En cuanto a las marcas personales, procura cuidar desde el email al nombre de usuario de Twitter o de Skype, porque mañana igual pasas vergüenza cuando un cliente te pida tu cuenta para mantener una conferencia y le digas que te busque por «Pachulomipirulo». Otro clásico son los nombres de usuario compartidos, en esos momentos en que el amor –o unos celos mal canalizados– nublan nuestro entendimiento. ¿De verdad pensaste que «MiCosita» o «ChuchiYManu» eran un buen nombre de usuario para una red social?
Sí, claro… en algún momento podemos cometer una torpeza, pero el concepto de usuario es individual, sí, y el amor no está en compartirlo con tu amado o amada, sino en comeros un helado juntos… o lo que se tercie. Pero nunca, nunca, nunca, en meteros en Facebook con un solo usuario-pareja, ni en que tu foto seáis los dos abrazados para que a nadie se le ocurra tirarle los trastos a tu churri… Pues eso dice muy poco de ti y de tu churri. Quien lo vea pensará en inmadurez, personas celosas, inseguridad, novio moro o chica sinsustancia. Vamos, conceptos muy poco atractivos para que alguien lejano decida tomarte en serio.
Si has aguantado hasta aquí, repite conmigo: no volveré a tatuarme «Amor de madre» en el pecho, ni pondré el nombre de aquel amor como nick en ningún sitio, ni crearé cuentas en ninguna red social o web que mañana me muera de vergüenza al pronunciarlas en público. Y si aun así te apetece crearte emails o usuarios más chorra, hazlo. Pero ten la precaución de que eso no invada nunca tu marca personal para los negocios. ¿Lo prometes?
 
Imagen: LuisB

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