«Es un proceso vital. Llega un momento en que te replanteas lo que quieres hacer con tu vida. Un día te das cuenta de que vida sólo hay una, y que, si se puede, hay que hacer lo que uno ama». Y lo que él amaba era contar cuentos. Así es como Nelson Calderón cuenta su peculiar ‘conversión’, aunque no sea tal: decidió dejar su próspera profesión para dedicarse a contar historias, aunque el cambio ya le iba por dentro.
Este colombiano de 40 años lleva década y media en España, donde llegó para hacer una cosa y acabó haciendo otra. Como tanta gente, pero con una diferencia: este cambio lo deseó él. Acaba de llegar de una gira por Teruel, y se prepara para partir hacia Marruecos, donde estará unos días contando historias en un instituto español. Arrastra consigo una pequeña pero voluminosa maleta de mano, de la que sobresale un palo de lluvia. Pide terminar media hora antes de que empiece su siguiente sesión, «necesito vestirme y prepararme, dejarlo todo listo para empezar».
Llegó con su titulación en arquitectura bajo el brazo para cursar un máster, pero traía algo más en la maleta. «Llevo 20 años contando cuentos, escuchando y escribiendo», explica. Empezó, precisamente, en la universidad, en su tierra. Allí comenzó a interesarse por la narración oral y poco a poco se fue metiendo en ese mundo. Cuando llevaba cinco años en España le llegó ese momento vital que inclinó la balanza: aparcó su vida como arquitecto y decidió dedicarse a contar historias.
Como arquitecto aquí conoció los años del ‘boom’, y precisamente fue en ese mejor momento cuando decidió dar el paso. «No estaba desempleado, trabajaba para una importante constructora, y era jefe de obra. Cuando les conté mi decisión de marcharme intentaron que no lo hiciera, incluso me ofrecieron dividendos». Pocos dejarían todo para ser cuentacuentos, pero aún menos lo harían viniendo del mundo de la construcción en el momento en el que la boyante economía de antes de la crisis hacía millonarios a los empresarios del sector.
«Es un trabajo profesional como los otros», relata. En él narra cuentos a bebés, jóvenes y adultos. «De cero a cien años, o hasta que la persona sobreviva», bromea. Y no ve más complicado contar cuentos a unos o a otros. Cada cuento, cada público, tiene un objetivo: «entretener, enseñar, sensibilizar, motivar…». Con tanta variedad, asegura, hay mercado, y se puede vivir de contar cuentos… si eres lo suficientemente bueno para ello, como en todo.
No es, por tanto, el único de su especie. «El movimiento actual de narración oral surge a partir de los años ochenta, con cierto resurgir en la universidad«, cuenta, pero más allí que en España. Aquí lo más común en ese sentido corresponde a otro género, el del humor, con la eclosión hace unos años de los monologuistas. Y no es lo mismo.
«Aquí en la universidad no se cuentan historias», dice. Allí sí, y esa tendencia se articula en grupos. Recuerda el primero en el que estuvo, más de dos décadas atrás: «Empezamos unos pocos y llegamos a ser un grupo de unas trescientas personas escuchando. Una madrugada acabamos todos aullándole a la luna, transformados en hombres-lobo».
Describe lo que hace usando mucho la apelación a las sensaciones. «El poder de los cuentos parece poco, pero no lo es», resume. Lo que más valora es «esa magia que ve uno con las palabras, cómo puede no generar tantas cosas en una persona. Cuando cuentas cuentos a un niño, a un joven, a un adulto, y les ves prestándote atención, con la cabeza creando su historia, como leyendo un libro. Hasta los bebés a veces sonríen, porque también ellos crean sus mundos».
A la pregunta de cómo llega uno a ser cuentacuentos dice que lo primero es «enamorarse, querer escuchar historias, y luego formarse y escribir». Esa formación pasa por escuchar mucho y escribir, incluso por talleres diversos. «Yo he sido muy autodidacta. He hecho teatro, pero soy más ‘cuentero’ que ‘teatrero’, soy más un narrador de historias», confiesa. «Éste es un arte muy desnudo: hay un atrezzo mínimo, porque suelo vestirme, pero no hay escenografía, estás solo delante de todos, sin actores a tu alrededor…».
Recuerda cuál fue el primer cuento que contó de forma profesional. «Fue uno para adultos, se llamaba ‘Alguien que aprendió a vivir’, el primero que escribí, que está en el primer libro que publiqué. Es una historia sobre la muerte enamorada».
Desde entonces hasta ahora no sólo han pasado quince años: ha vivido un cambio de país, un cambio de profesión y un cambio de vida; ha contado cuentos en una docena de países, ha publicado cuatro libros, ha formado su propia familia y sigue adelante. Cabe suponer que en casa será él quien cuente los cuentos antes de dormir.
El arquitecto que dejó el sector en su mejor momento para dedicarse a contar cuentos
