Durante la fiesta, todo eran confetis, desparrame, aquiescencias y anuencias. No había nada que no se pudiese hacer, no había un euro mal invertido. Al día siguiente llega, claro, la resaca. Duele la cabeza, el estómago se revuelve y el mantra se repite: “No volveré a pasarme más”. Hasta que llega la siguiente juerga.
Estamos ante un asunto de tamaños, de ritmos, de intención proyectual. La historia dice que cada sede olímpica ha hecho, urbanísticamente hablando, honor al lema olímpico. Se ha construido más rápido, más alto, más a lo bestia. Más, más y más. Como en una bacanal en la que todo lo que no se consume en ese momento no puede conservarse, los años previos a las citas olímpicas se llenaban de proyectos colosales, de inversiones milmillonarias y de milongas que trataban de justificar soluciones con una vida útil más breve de lo deseable.
La ciudad estadounidense de Salt Lake City se encuentra en pleno resacón dándole vueltas a qué hará con su planeamiento urbanístico tras sus juegos de invierno. Una de las iniciativas llevadas a cabo por las autoridades locales ha sido el SixtyNine Seventy Project, una convocatoria que tiene la intención de convertir las manzanas 69 y 70 de la capital de Utah en un polo cultural y creativo capaz de enriquecer el tejido urbano.
[pullquote]La propuesta es una rotunda crítica a un modelo de desarrollo urbano tremendamente cortoplacista, un sobreesfuerzo infraestructural que deja bastante de lado al ciudadano.[/pullquote]
El estudio madrileño PKMN se ha hecho con el People’s Choice Award de dicho concurso, dotado con 40.000 euros. Su proyecto, bautizado con el nombre de From Olympic Games to Urban Games pretende trasladar la ilusión que produce en los ciudadanos una designación olímpica al proceso de transformación y planificación de la ciudad.
A la vez, la propuesta es una rotunda crítica a un modelo de desarrollo urbano tremendamente cortoplacista, un “sobreesfuerzo infraestructural que deja bastante de lado al ciudadano”, explica Carmelo Rodríguez, uno de los componentes del equipo creativo de PKMN.
El grupo de arquitectos, que enarbola una visión de la arquitectura muy centrada en el ciudadano como vehículo del cambio en la ciudad, apela a un replanteamiento total del proceso de construcción olímpica que, hasta hora y salvo excepciones, se entiende como un despliegue de poderío económico y político. “La crítica determina un cambio de escala radical: queremos ir desde la omnipotencia infraestructural, arquitectónica, programática y constructiva hasta un sistema de gestión de espacios, activación, participación y con pequeñas infraestructuras móviles, adaptables y reconfigurables», describe el arquitecto.
Para los madrileños, lo positivo de toda la jarana olímpica, al menos a nivel social, es su capacidad de implicar a los habitantes de las ciudades con un objetivo común. Para Rodríguez, “es un punto de partida interesante para ir a propuestas que alineen factores como la reversibilidad, la flexibilidad o la reactivación de espacios”.
From Olympic Games to Urban Games ataca a las mayores carencias de esas manzanas 69 y 70 del downtown de Salt Lake City. Ahora mismo, según Rodríguez, en ese espacio no se puede hacer casi nada ya que es un erial poblado por vacías avenidas o aparcamientos inmensos. “La ciudad necesita acción urbana. Desde el principio, pensamos en la reactivación de espacios a través de pequeños eventos e infraestructuras que se contrapusieran a las grandes estructuras arquitectónicas duraderas que no pueden ser colonizadas y disfrutadas por la ciudadanía de Salt Lake City”. En ese sentido, From Olympic Games to Urban Games es la guía de viaje para esa habilitación de espacios.
La relación metafórica entre los juegos olímpicos y estos juegos urbanos planteados por el colectivo de arquitectos madrileños no terminan ahí. PKMN ha desarrollado un concepto que premia a “los mejores ciudadanos”, una idea que gira en torno a la gamificación y que se erige como una especie de “marca de prestigio urbano”, según explican.
El Urban Clout sería un sistema de puntuación que, de manera análoga a como lo hace Klout en las redes sociales, mide la actividad del ciudadano en el entorno urbano. “Sería una herramienta que ‘hibridaría’ acciones ciudadanas físicas y reales con una plataforma digital en la que pudieran cuantificarse, puntuarse y valorarse. Nuestras contribuciones al espacio público como ciudadanos podrían darnos puntos canjeables por beneficios culturales o sociales, desde entradas para museos o eventos públicos hasta encuentros con políticos o gestores”, cuenta Rodríguez.
La propuesta es coherente con la visión que PKMN tiene de la ocupación del espacio público. Son muy críticos con las normativas locales que pecan, casi sin excepción, de restrictivas. Denuncian que casi cualquier actividad llevada a cabo en esos espacios se empuja, a golpe de norma, al terreno de la ilegalidad. “Para nosotros, el discurso no es acerca de si se puede o no hacer algo, sino de generar los contextos posibles para que todo ocurra sin perjuicio del ciudadano. Los ciudadanos tenemos que demostrar a las autoridades que estamos capacitados para ese cambio de paradigma en relación al espacio público”, declara el arquitecto.
PKMN trabaja con el convencimiento de que las macroestructuras olímpicas son incapaces de aportar flexibilidad o adaptabilidad a un entorno urbano cambiante. Ese caduco modelo, que no es sino una extensión del de ‘un Guggenheim por ciudad, sea al precio que sea’, necesita planeamientos con usos redibujables. Al igual que en los asuntos políticos, la respuesta está en la mano de los ciudadanos, que han de ser los que empuñen la voluntad de cambio. Esa es la arquitectura de PKMN y con ese tipo de ideas quieren cambiar Salt Lake City.