El día que Rajoy se aflojó la corbata

Tras unos segundos en silencio ella toma la palabra. «No sé. No vendrá mal la propuesta, por demostrar que se da un golpe encima de la mesa. Pero las consecuencias son tantas que…». «Joder, Soraya, me preocupa que no lo tengas claro. Igual se me ha ido la cabeza con esto, pero o hacemos algo así o no veo más salida».

De espaldas, junto a la mesa, el presidente del Gobierno coge el puro que tenía a medias en el cenicero, se lo lleva a los labios, inclina la cabeza y empieza a darle caladas mientras lo enciende cuidadosamente con un mechero con el emblema del partido. «Presidente, económicamente es arriesgado y políticamente comprometedor», le dice él. «Eso ya lo sé, Álvaro. Pero que Soraya piense en lo político; lo tuyo es la economía. Dime, ¿es una locura?».

Álvaro se encoge de hombros y, cuando el presidente se vuelve hacia él, le mira a los ojos. «Es una medida que tomaría un país como Cuba, salvando las distancias. Quizá esto se ha ido tanto de madre que es lo que se necesita», responde subiéndose las gafas con el dedo índice sobre su nariz. «Vamos a repasar el plan. Luego llamaré a los demás y montamos la reunión».

Viernes, 14 de septiembre, nueve y media de la tarde. En el despacho que tiene Mariano Rajoy en la planta séptima de la sede de la calle Génova solo están ellos tres. Él mismo, de pie junto a la ventana que hay de espaldas a su mesa; la persona en la que más confía de su equipo, la vicepresidenta Soraya Sáez de Santamaría; y su principal asesor económico, Álvaro Nadal. Ellos dos están sentados en sillones individuales semicirculares con un toque moderno. La reunión es a puerta cerrada y no ha sido invitado nadie más, ni siquiera los titulares de Economía y Hacienda. Ni siquiera su secretaria general. Confía en que nadie se entere de lo que se está hablando allí dentro. Al menos, todavía.

«Sé que pensábais que veníais a una reunión de evaluación de crisis, de ver qué hacemos, de cómo afrontamos esto… Y más o menos es lo que hay». «Hombre, presidente», interviene la vicepresidenta. «Lo que propone es que el Estado nacionalice de forma completa y efectiva un puñado de cajas y bancos y se convierta en la principal inmobiliaria del país«. «Sí», responde él. «Pero eso es así ya, en mayor o menor medida». Nadal se incorpora en el sillón, apoya los codos sobre las rodillas y junta las manos. «Más o menos, pero no exactamente. En cualquier caso la cuestión no es la absorción efectiva o no, sino lo que plantea hacer con los bienes inmobiliarios: expropiarlos y regalarlos a cambio de subvenciones. ¿Sabe qué dirán Aguirre y los demás? De esta, monta un partido liberal independiente». «Álvaro», le corta Rajoy. «Te he dicho que te centres en lo económico, lo político es cosa de Soraya».

«Repasemos la propuesta», media entonces ella, que se pone de pie y empieza a dar vueltas por el despacho con su carpeta de hojas en una mano. Va repasando la lección con rostro serio, usando un bolígrafo dorado para remarcar los puntos. Su cabeza de gestora bulle mientras repasa todo. «El lunes se convoca una rueda de prensa a mediodía. Dos horas antes habrás llamado a Cristóbal y Luis para comunicarles la fusión de sus carteras en una sola, que pasa a controlar nuestro invitado como vicepresidente económico«. «Correcto», dice él mientras cala de nuevo el puro. «En esa misma rueda de prensa anuncias una comparecencia extraordinaria el miércoles en el Congreso, que eso ya me encargaré de tramitarlo yo», dice levantando los ojos de los papeles mientras pasa página. «Y ahí lo cuentas todo».

«Yendo al grano: haré lo de siempre, explicar cómo hemos llegado a esta situación. A finales de agosto anunciamos un recorte en las pensiones y deslizamos un globo sonda con lo de la edad de jubilación. Anunciamos el recorte de 200.000 puestos de trabajadores públicos y la cancelación de la renovación de plazas salvo casos realmente necesarios, que pasaríamos a detallar posteriormente. Aquellas medidas desagradables fueron la contraprestación para que a principios de septiembre se pusiera en marcha el plan de rescate que, a pesar de lo dicho, finalmente no fue un rescate total…». «Pero casi», corta Nadal. Respira hondo y se reclina de nuevo en el sillón.

«Sigo», dice Soraya, pero el presidente la corta. «Lo de las pensiones y la jubilación es un clavo en mi tumba. Echar a funcionarios calma a la opinión pública, también lo de la tasa a los ricos que hemos anunciado hoy. Pero corremos el doble riesgo de que huyan las inversiones y de sufrir otra huelga general de funcionarios.  Lo del 25 de septiembre será bochornoso, ahí sí pareceremos Grecia». «Las inversiones están huyendo despavoridas desde hace años», interviene de nuevo Nadal. «Pero, a la vez, vienen otras nuevas, por desgracia somos muy baratos». «La cuestión», interviene de nuevo el presidente, «es hacer algo. Lo que decíais antes, un golpe sobre la mesa. Sé que Esperanza, María Dolores y otros tantos irán a la yugular, como el clan de los vascos está haciendo con el tema de los etarras ahora que Bildu está a punto de ganar en Euskadi». «Ahí lo malo es que el PSOE, pactando con el PNV, no solo se apunta el tanto de ser la llave del Gobierno, sino que se lleva la imagen de que ha conseguido evitar que gobiernen. Lástima que Basagoiti no vaya a conseguir mantener las cifras, será muy difícil», explica la vicepresidenta.

«Sigo», repite Soraya, pero el presidente la corta de nuevo. «Hay que recuperar la iniciativa, hacer ver que no somos un Gobierno intervenido. Si hay que dar una patada al panal, a tomar por culo», dice el presidente mientras se sienta en la mesa. «Si UPyD nos ha robado a los vascos del anterior equipo y el PSOE nos ha robado allí el papel de árbitros, mejor para nosotros: nos hemos quitado enemigos internos y hemos ganado externos, tenemos alguien contra quien focalicar el mensaje. Y, además, con todo lo que propongo hacer también desplazamos a los socialistas. Si nosotros decimos esto, ¿qué van a hacer ellos? ¿Ponerse a saquear supermercados con los de Izquierda Unida?». Nadie responde.

«Sigo», insiste Soraya. «En el Congreso anuncias cinco cosas. La primera, explicar el recorte de pensiones, apuntar lo de la jubilación, contar lo de los funcionarios y marcar la idea de que hasta aquí han llegado los recortes». Nadal toma el hilo: «Ahí damos por descontada otra huelga general de funcionarios, lo que paralizará el país. Habrá que incidir en las medidas de seguridad, en llamar a la calma, en demostrar que no somos Grecia…». «Álvaro, tú lo económico, no lo político», interviene el presidente. Soraya agacha la vista y sigue leyendo. «En segundo lugar, que el Banco de España interviene Bankia finalmente con todas sus consecuencias y absorbe su enorme patrimonio inmobiliario. El Estado se convierte así, de facto, en la mayor inmobiliaria de España. A cambio, acude al fondo de rescate financiero». «Nos dejará en evidencia económica, disparando posiblemente la prima de riesgo, pero aligerando la especulación en la bolsa», corta Nadal. Alguien llama a la puerta, todos miran asustados.

«Presidente, soy Alfonso», dice una voz tras la puerta. «Dime, Alfonso», contesta Rajoy. «Tiene el coche preparado y todo dispuesto, estoy en el pasillo; lo que sea, me avisa», dice la voz sin abrir la puerta. «No necesito escolta ahora, gracias. Ve abajo y te llamaré cuando salga», contesta Rajoy. «Presidente, sabe que no…» «Hazlo así, gracias», corta Rajoy. Se escuchan pasos alejándose de la puerta. La vicepresidenta espera unos segundos y sigue. «Tercero, el Gobierno anuncia un Real Decreto Ley para sacar a venta pública todo el suelo sin vender de las entidades financieras que controla. El objetivo será entregarlo de forma gratuita y de por vida, en propiedad, a  jóvenes desempleados». «En ese punto», corta Nadal, «Botín llama a Rubalcaba y le ofrece un cheque sin fondo para ayudarle a la reelección». Rajoy apaga el puro contra el cenicero mientras disfruta la última bocanada de humo.

«Cuarto«, sigue la vicepresidenta, diligente. «Los beneficiarios que accedan de forma gratuita a los pisos del Gobierno prestarán servicios públicos a media jornada durante un plazo de entre diez y veinte años, según la tasación del inmueble adquirido, y la remuneración que recibirán será el piso en sí, dejando de percibir la parte proporcionar del paro o del subsidio de desempleo de forma inmediata.». Unos segundos de silencio. «Quinto…», arranca de nuevo la vicepresidenta. «Espera, espera. Este punto es complicado. Estoy escuchando los teléfonos desde aquí, periodistas gritando y susurros en las banquetas del Congreso. Como si ya estuviéramos allí. El efecto sería inmediato: se reducirían drásticamente las cifras del paro y el gasto público en subsidios; los jóvenes dejarían de emigrar porque tendrían la obligación de residir en el país a cambio de un piso pagado», detalla Nadal. «Es lo primero positivo que dices, vamos bien», dice el presidente. «La duda es si trabajando cuatro horas para el Estado encontrarían otro trabajo de media jornada compatible con lo que les queda de cobrar del paro. Porque, ¿seguro que la idea es seguir pagando una parte del paro?». Rajoy asiente.

Unos segundos de silencio. «La idea es que trabajan media jornada para el Estado, que les asignará trabajo en su entorno geográfico acorde a su formación. No se les paga por el trabajo, el piso es el pago. Deberán superar controles de rendimiento, pudiendo rescindirse el contrato, todo con supervisión de los sindicatos, con los que habrá que pactar. Hay que ser transparentes. Cobrarán la mitad de lo que cobren ahora de paro o de subsidio, lo que corresponde a su media jornada de trabajo. Pero, además, podrán tener un contrato en vigor durante otra media jornada. Ellos trabajan, tienen piso, mejoramos radicalmente los servicios del Estado y reducimos a la mitad el gasto en subsidios, que ya sabes que no es poco…», dice el presidente sacudiendo el dedo índice de su mano derecha.

«Necesitarán encontrar otro trabajo para pagar comida y facturas; solo con un piso no se vive. Y medio paro no da para nada. Confiemos en que al menos esos trabajos a media jornada sí se puedan dar, tal y como está el mercado…» Nadal agita la mano, toma aire y sigue. «Liberados del pago de la hipoteca, no es complicado salir adelante con el dinero de una media jornada. La natalidad se recupera, el suelo deja de ser materia de especulación…» La vicepresidenta le corta y sigue: «Las viviendas no pueden venderse en un plazo de 30 años. Cuando se vendan, el Estado será el intermediario de la venta para asegurarse de que no hay fraude en la escrituración y se hace todo en blanco, y se quedará el 20% del precio de la transacción. En ese punto recuperamos parte del valor del suelo vendido. Bueno, nosotros no, quien esté en treinta años», dice sonriendo. «Tú eres joven aún. Bueno, los dos. Yo no estaré, espero», sonríe Rajoy.

«Quinto«, dice la vicepresidenta sonriendo. «Explicar qué hace el Estado con esa mano de obra. Emplearla en servicios públicos, cada uno en su sector y en su ciudad». Nadal interrumpe de nuevo: «El Estado, además de la principal inmobiliaria del país, se convierte en la mayor empresa por número de empleados«. La vicepresidenta replica con un lacónico «sin transacción económica alguna». «Bueno», empieza Nadal. «Álvaro, ¿no crees que haciendo eso se deshincharía cualquier burbuja especulativa?», sondea Rajoy. «El dinero, que fluiría en menor cantidad, se centraría únicamente en los bienes primarios como la alimentación, la ropa… también los servicios, el ocio, el transporte». «Lo que dudo, presidente, es que la gente encuentre medio trabajo con mucha más facilidad de la que tiene ahora para encontrar uno a jornada completa. Y dudo que con ese medio sueldo, por más que tenga medio paro y la casa pagada, pueda dar para mucho», responde. «Pero para más que ahora, sin duda, ¿no?», responde la vicepresidenta, que cierra su carpeta.

Otro momento de silencio. Rajoy, con las manos en la espalda, da pasos sin rumbo por el amplio despacho, ahora con la mirada en el suelo. Fuera, al otro lado de la ventan, se escuchan gritos y voces. La gente lleva horas en la calle gritando. Funcionarios, seguramente. «Nunca se mueven por nada, a no ser que les toques lo suyo», dice la vicepresidenta. «Soraya, somos funcionarios», replica Nadal. La vicepresidenta sonríe. «Por eso nos movemos. Nos han tocado la supervivencia de España como país, por eso estamos aquí, en este momento, en este despacho, planeando un profundo cambio en la economía española para salir de la situación», dice como hilando su discurso para repetirlo ante los medios. «Un camino hacia el comunismo, diría yo», rompe Nadal. «Creía que éramos poco amigos de la intervención del Estado». Y da un trago a la botella de agua que hay en el reposabrazos de su sillón.

«Yo también», interrumpe el presidente. «Pero hemos intervenido bancos y cajas. Quizá hacer lo que no haría nunca un capitalista sea la única forma de salvar el capitalismo«. Carraspea. «No tenemos industria porque la poca que teníamos se paralizó para cumplir con Europa. El campo no da de sí, solo engulle subvenciones. Como la mina. Como casi todo. Hemos dado muchísimo a Europa, y ahora nos tienen de rodillas. Me niego», dice el presidente elevando el tono. «Las infraestructuras que tenemos, las carreteras y puentes, las autovías y puertos ¿cómo las hicimos? Con fondos de cohesión. Nos los dio Europa y nos creímos ricos. Ahora hay europeos más pobres que nosotros y se llevan los fondos. No somos ricos, pero no es por culpa de Europa», cierra Nadal. «Es culpa nuestra, de los ciudadanos», dice la vicepresidenta. De que gente haya pedido y se les hayan concedido hipotecas imposibles a precios ridículos por pisos. Que personas de clase media y baja compraran coches de lujo. Que llevemos teléfonos de cuatrocientos euros en el bolso».

Rajoy se sienta en su escritorio, abre un cajón y saca su pitillera. Coge un puro nuevo, lo corta con parsimonia y enciende el mechero que había dejado sobre la mesa. «Fumo puros habanos, como buen comunista», sonríe con la mirada sombría. «Dependimos de los fondos de cohesión, pero con el plan que vamos a poner en marcha, con tanta mano de obra gratuita para el estado las infraestructuras, las ciudades y la investigación mejorará considerablemente. En cinco años podemos vivir un repunte enorme, una mejora del nivel de vida. Quitando lo energético, quizá con menor dependencia externa», dice fingiendo entusiasmo la vicepresidenta. «Soraya, déjale la economía a Álvaro», dice Rajoy. Nadal sonríe y se levanta. Se pone a pasear ahora él con las manos detrás de su espalda.

«Sexto«, dice la vicepresidenta. «Venga, que es el último punto. Se reforma de forma íntegra el sistema de educación, limitando por ley las carreras sin salida profesional y fomentando las que sí tienen acogida laboral. A la vez, se reestructura el sistema funcionarial, limitándolo a cuestiones necesarias. Todos los funcionarios pasan pruebas de rendimiento y reciclaje anual; quien no las supera pasa a ver reducida su jornada laboral y su salario. Al segundo aviso, deben volver a presentarse para ganar la plaza». «Lo que faltaba, la estatalización del trabajo«, suspira Nadal.

«Ahora me meto yo en tu terreno,»  dice Rajoy. «Imaginemos la situación. La gente, aliviada de la carga de las hipotecas, y los jóvenes, con pisos a cambio de trabajo, sacan más rendimiento al dinero que tienen, que también es menor, en el caso de los jóvenes, por su limitación laboral a cambio de la casa. La inflación baja, pero el consumo sube. Eso reactivará la economía. Quizá en unos años se puede inhabilitar el plan para nuevas entradas, solo mantener los contratos en vigor y volver a una economía de mercado normal, sin mediación del Estado. Podemos reestructurar la economía a nuestro antojo», dice Rajoy. «Nos garantizamos la reelección y, en ocho años, Rubalcaba ya no estará para hacerme frente. Y quien venga tendrá que trabajárselo mucho para crearse un perfil desde la oposición. Y eso sin contar con las luchas internas». Sonríe. «¿No lo veis claro?».

Fuera empieza a anochecer. La gente debe haberse dispersado. El presidente corre las ventanas para que no se vea la luz desde fuera. Su teléfono móvil no ha parado de vibrar en toda la tarde. «¿No lo veis claro?», repite. «Yo estoy contigo, presidente», responde la vicepresidenta. «Algo tenemos que hacer. Y si sale bien, triunfaremos, ganaremos durante muchas legislaturas». «Eso nada lo garantiza. Mira al PSOE con el fin de ETA», responde Nadal. «Álvaro…», empieza a decirle Rajoy. «Sí, ya, ya. Lo mío es lo económico». Respira unos segundos. «Económicamente no lo veo. Hundirá al sector inmobiliario, al de la construcción y a sus no pocos negocios derivados. Pero la idea de traer a un exsocialista como vicepresidente económico en la que podría ser la mayor reforma social de la historia de España es una buena idea. Es política, lo sé. Pero es un punto. Daña al PSOE, nos coloca en el centro, nos da el mérito si funciona y le pone a él en el centro del objetivo mediático, si nos equivocamos», prosigue Nadal. «Hago el análisis político porque el económico no existe; el comunismo y la economía se entienden mal. Y esto es comunismo», responde.

«Yo quería ser un presidente previsible, hacer las cosas que tenía que hacer, llamar al pan, pan y al vino, vino. No subir el IVA, no gravar las fortunas, no retirar las bonificaciones por comprar vivienda, no recortar pensiones, ni paro, ni funcionarios», dice Rajoy. «Pero son cosas que he tenido que hacer, nos han obligado a hacerlas». El presidente se quita la chaqueta con un movimiento de brazos y hombros rápido, tuerce el gesto con los ojos entrecerrados y apoya la frente en la palma de su mano, con el codo sobre la mesa. Con la otra mano empieza a quitarse los gemelos de las mangas y se afloja la corbata. Levanta la mirada hacia la vicepresidenta. El silencio vuelve al despacho.

«Asumo el riesgo», responde Rajoy mientras se pone en pie y coge el móvil. «Vámonos, ya hemos hablado suficiente. El lunes, a las 9 de la mañana, convocaré a Cristóbal y Luis, pero también a Soria y a Báñez. Y a vosotros, claro. Y a María Dolores, Esteban, Carlos y Javier. La Ejecutiva dura, vamos. Les contaré todo mientras se filtra que hay un cambio de Gobierno a mediodía. Nuestro nuevo vicepresidente vendrá a las 10. A la boca del lobo». El presidente se pone la chaqueta. «Lo que no sé cómo afrontar es el sector liberal más duro, Esperanza y demás». La vicepresidenta y Álvaro Nadal recogen sus cosas y se ponen en pie. Rajoy manda un mensaje con el móvil. «Alfonso, en marcha», pone. «Por favor, ni una palabra. No por mí, que también, sino por el país. Esto se va a la mierda y hay que salvarlo. Mientras, caña al independentismo para retener a las bases mientras nos metemos en la arena social cuerpo a cuerpo con los socialistas». Llaman a la puerta. «Vamos», dice Rajoy mientras camina hacia ella. «Ya puestos a intervenir, a ver si interviene Dios y nos echa una mano. O, si no, sí que seremos Grecia».

Foto: Buster Keaton Film wikimedia commons

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Patrick Thomas

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