La economía de la oferta nos ha traído la era Wal-Mart: abundancia de bienes de poca calidad a bajo coste ondeando la bandera de la competitividad. Wal-Mart, ese sitio donde puedes comprar un bote de un galón (3,78 litros) de pepinillos por casi tres dólares. Era muy bonito tal como lo presentó Ronald Reagan en los 80, tenemos más donde elegir, sin barreras y con menos impuestos, pero ¿más es mejor?
Aunque la industria del cine independiente estadounidense no es un Wal-Mart, el proceso de creación y producción actual empieza a parecerse bastante, un cine que se centra en el consumo antes que en su curación, cantidad antes que calidad. Es lo que llama el director y actor Mark Duplass (Cyrus, The League) “el Reaganismo de la industria del cine”, en el que tenemos una clase alta, los estudios independientes filiales de las grandes productoras y esas majors buscando a la próxima Jennifer Lawrence en Sundance; y una clase baja, cineastas independientes haciendo películas de donaciones de Kickstarter. Ya no hay clase media.
En una época donde los grandes estudios están reduciendo la producción de películas al año, ¿por qué las películas ‘indie’ siguen creciendo en un constante estado de sobreoferta?. Según el principal crítico del New York Times, A.O. Scott, el periódico hizo en 2013 cerca de 900 críticas de películas, lo que supuso 75 más que el año anterior. Pero esos no son los números alarmantes, sino que la mayoría del casi millar de títulos criticado por ‘el Times’ fueron estrenados en cines para a las pocas semanas pasar a la televisión, iTunes, Netflix, Amazon, etc. Puede parecer lógico porque el tiempo entre un estreno y su dispersión a otras plataformas es ya inexistente, pero es que pasar por el cine se trata de una obligación contractual, en la mayoría de los casos, para conseguir la crítica de turno del periódico. Medios como el New York Times, en su afán de cubrir todo, muerden el anzuelo.
La sobreoferta de cine ‘indie’ está creando una burbuja de películas sin brillo, poco distintivas, planas y olvidables
Antes, una productora y distribuidora independiente como Focus Features, división de Universal Pictures, que ha dado éxitos como Brokeback Mountain, Milk o Los chicos están bien, sacaba 4-6 películas al año con un personal de 104 trabajadores en oficinas en Nueva York, Londres y Los Ángeles. En 2013, Universal marcó una nueva dirección para su división con el cierre de las oficinas de Londres y Nueva York, situando la sede en Los Ángeles, con la consecuente pérdida de la identidad fílmica de la Gran Manzana, prescindiendo de la mitad de los trabajadores y pidiendo un rendimiento de producción de entre 8 y 10 películas al año. Un competidor de la escena independiente como Sony Classics lanza entre 15 y 20 películas al año con 25 empleados en Nueva York.
«Tomémonos un momento para considerar si inundar los cines con títulos es bueno para los cineastas», escribía hace un año Manhola Dargis, compañera de A.O. Scott en el medio neoyorquino. «Hay, francamente, demasiadas películas deslucidas, olvidables y simplemente planas distrayendo a los medios de comunicación y, más importante, abrumando a la audiencia», afirmaba la reputada periodista.
Faltan trabajos distintivos en la pantalla, «hay una falta de películas personales que crea un cine soso y sin brillo”», dice Pacho Velez, director de Manakamana, un intenso y espiritual documental sobre unos peregrinos nepalíes que ha estado en salas de todo el mundo y fue mostrado en el Festival de Toronto.
¿Es hacer menos películas la solución?
Además de teóricos como Scott o Dargis, habituales de la escena independiente como John Sloss, productor de películas como Boys Don’t Cry, creen que la solución es producir menos películas ya que estimularía una competitividad más sana, creando una industria donde los grandes talentos tendrían la atención y los recursos que se merecen para brillar. Tarantino, Aronofsky, Jarmusch, Soderbergh, Wes Anderson, Nolan…son algunos nombres que fueron descubiertos en una época que había menos películas independientes.
Históricamente, el cine ‘indie’ ha servido como contrapeso del cine de estudio, un espacio donde los creadores podían crecer como artistas. Los ochenta fue una época dorada como contestación a los blockbusters con un tipo de cine más autoral, pero «Hollywood vio que eso funcionaba y hacía caja por lo que empezó a desaparecer», dice Mikel Rueda. El director y guionista vasco forjó parte de su carrera en la New York Film Academy, estrenando varios cortos entre los que sobresalió Present Perfect, premiado y mostrado en varios festivales. «Aunque sale buen cine ‘indie’ todavía, suele estar controlado por las grandes majors, por lo que la libertad de los autores es muy pequeña. Un cine independiente funciona porque el autor tiene libertad, no una empresa detrás diciéndole lo que va bien en pantalla», prosigue Rueda.
«¿Ha sido en realidad alguna vez el contrapeso?», afirma Velez. «La industria independiente como Sundance siempre me ha parecido la segunda división de Hollywood, un campo de entrenamiento de los estudios». En un baremo más moderado, un veterano de la escena como Ted Hope (American Splendor, Los hermanos McMullen) cree simplemente que «la industria ‘indie’ está diciendo que no hay negocio en el arte ahora mismo».
«Sundance es la segunda división de Hollywood», dice Pacho Velez, director de documental Manakamana
Para Jeff Lipsky la situación es peor: «El cine independiente no está en problemas, va camino de la extinción». Lipsky fue aquel estudiante que ayudó a John Cassavetes a distribuir Una mujer bajo la influencia (1974) llamando personalmente a propietarios de cines de todo el país para alquilarlos de su bolsillo y yendo a universidades a mostrarla y discutirla con los estudiantes. Antes, el cineasta neoyorquino pudo hacer la película gracias a hipotecar su casa, el dinero de familiares y el amor al arte de Peter Falk, quien aportó medio millón de dólares al proyecto. Pese a la estelar actuación de su mujer, Gena Rowlands, nadie quería comprar la cinta de Cassavetes en Estados Unidos. Fueron él y Jeff Lipsky quienes iniciaron un proceso de distribución sin precedentes en todo en toda la nación y fueras de sus fronteras, llegando al Festival de San Sebastián, donde el matrimonio ganó la Concha de Plata cada uno en su categoría, y recaudando al cabo de los meses 12 millones de dólares.
El cine independiente como bien público
Siempre es fácil caer en el ‘Síndrome Jorge Manrique’, el sentimiento de “cualquier tiempo pasado fue mejor” que tan bien escenifica Woody Allen en Midnight in Paris. Para los detractores de la teoría de hacer menos películas, más arte significa más arte malo pero, ¿y qué?. Creen que limitar el número de películas significa suprimir voces, reducir las posibilidades de que aparezca una gran obra de arte. 10.000 mejor que 100.
Es cierto que la línea entre competitividad y saturación es muy fina en este mercado, pero la demanda del consumidor por películas ‘indie’ no está creada orgánicamente por éste, no hay suficiente público para ver películas independientes: no han incrementado las películas ‘indie’ con éxito económico y ha decrecido el dinero que los inversores hacen con ellas. Es decir, tal como concibe Kenneth Galbraith sobre la economía estadounidense en el sonado libro La sociedad opulenta (1958), las nuevas demandas están creadas por la publicidad y “la maquinaria de creación de demanda del consumidor”, los americanos se las encuentran, no las crean.
«No se deberían crear películas por una ley de mercado sino por una ley de cultura», afirma Mikel Rueda, director de A Escondidas
«Habría que crear menos en valores de producción, y más en valores cualitativos. Que no sea por una ley de mercado porque no absorbe, sino por una ley de cultura», dice Mikel Rueda. Quizás ese sea el problema tanto de la teoría de hacer menos películas, como la de hacer muchas: utilizar el prefijo “industria” en el cine independiente, que el arte y la industria sean términos que estén al mismo nivel. Porque el cine ‘indie’ es más que rentabilidad. Es arte, esperanzas, sueños, risas, historias humanas. El cine ‘indie’ no tiene precio. Ted Hope lo resume perfectamente en una frase: «Creo que cualquiera que empezó en este negocio lo hizo con el preciso sueño de hacer cine ambicioso».
Como la feroz economía de mercado estadounidense no es Europa, donde concebimos el cine con un rendimiento cultural y social (el caso francés es el mejor paradigma) y no tanto como un objetivo económico, no es posible cambiar esa mentalidad de la noche a la mañana. Pero sí hay algunas corrientes que ofrecen una aproximación intermedia que maximice los valores cualitativos del cine ‘indie’. El problema de una película independiente estadounidense es que tanto los creadores como los que les apoyan están explotados. Es la clase baja del Reaganismo del cine ‘indie’. La mayoría del dinero de la producción va a alquilar equipo, asegurar localizaciones, pagar la comida, posproducción… y no al corazón del cine ‘indie’, a pagar al creador, que en casi todos los casos recibe un cheque ridículo (o no tiene), y a la formación del talento.
El cine independiente se ha convertido en otra industria de trabajo barato y productos baratos de poca calidad
La solución puede ser establecer redes de talento en incubadoras impulsadas por los sindicatos y asociaciones de cine donde se desarrollen las habilidades de los creadores; puede ser también que las instituciones fílmicas pongan más énfasis en enseñar a cómo escribir un guión o hacer cortometrajes; o puede ser que «las empresas que tienen mucho dinero (Facebook o Apple me vienen a la cabeza) deberían dar becas de 35.000 dólares al año a cineastas. Cuando la gente no tiene miedo a pagar las facturas, toma más riesgos, y por lo tanto se hacen películas más interesantes», dice Pacho Velez.
El cine independiente necesita una clase sostenible de creadores e inversores que hagan conectar las películas con la audiencia combatiendo la cultura de “conseguir hacer” por una cultura de “conseguir ver“ para preservarlo de ser otra burbuja de industria de tecnología barata, trabajo barato y productos baratos, iguales y desechables, como si de comida rápida se tratase. Para preservarlo, simplemente, de ser denominado como “industria” y “producto”.
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