Esa machacona versión chiptune de Somewhere over the rainbow lleva sonando tanto tiempo que ya ni se escucha. Es como si esa tonada aguda y constante fuera el silencio. Bobby esquiva las tuercas y los tornillos que vuelan hacia él mientras salta de andamio en andamio. Ya casi ha llegado a su destino, pero el enemigo no da tregua. Lanza uno de sus arcoíris contra un robot que revienta en mil pedazos y lo utiliza como escalera. Ve la meta, casi está ahí. De pronto, un disparo salido de la nada le alcanza por la espalda. Era su última vida. Fin de la partida.
¡Zasca!
Rubén le arrea un guantazo al Spectrum que le trajeron los Reyes Magos hace unas pocas semanas. Rainbow Islands no es un juego fácil y le había costado llegar tan lejos… El cabreo está más que justificado, pero el ordenador no opina lo mismo. El puñetazo no le ha sentado bien y se ha estropeado. Se enciende, pero a los cinco minutos se calienta y deja de funcionar. El Spectrum recién estrenado de Rubén acabó guardado en un armario y ha pasado allí los últimos veinte años. Ahora reconoce que aquella rabieta “fue una chiquillada”.
Hace unos meses, Rubén se encontró su Spectrum haciendo limpieza. Tuvo un ataque súbito de nostalgia e intentó encenderlo, pero la avería seguía ahí. Investigó por su cuenta si tenía arreglo y probó un par de apaños, pero acabó pidiendo ayuda en un foro de internet. Allí se encontró con Miguel Ángel Rodríguez Jódar, un profesor del Departamento de Arquitectura y Tecnología de Computadores de la Universidad de Sevilla, que se ofreció a ayudarle. Rubén envió a su maltratado amigo de la infancia a casa Miguel Ángel y, tras unos transplantes y un poco de rehabilitación, se curó. Cuando le dieron el alta y volvió a casa, Rubén subió algunas fotos al foro donde encontró a Miguel Ángel. “Gracias, me has devuelto un trocito de mi infancia”, escribió.
Es interesante: cambiamos de teléfono móvil, de televisión y de nevera casi sin pestañear. Tenemos asumido que la tecnología avanza rápido y que no hay que mirar atrás. Lo nuevo reemplaza a lo viejo para hacer lo mismo, más y mejor. Con las videoconsolas y los ordenadores ochenteros, sin embargo, esta regla de oro no se aplica. ¿Por qué no tiró Rubén su Spectrum a la basura? ¿Por qué no lo vendió? ¿Por qué decidió arreglarlo? “Supongo que el valor sentimental superaba lo que me pudieran dar por él y tirarlo me hubiera dado pena”, explica, “tampoco me gustaba tenerlo averiado. No es que lo arreglara para usarlo, con saber que funciona me conformo”.
No era el primer Spectrum que pasaba por el quirófano de Miguel Ángel, ni será el último. Este docente sevillano lleva unos años abriendo, estudiando, diagnosticando y reparando ordenadores antiguos, pero su especialidad es el ‘gomas’, que es el nombre cariñoso que recibía el Spectrum en España. Lo hace gratis, por amor al retro. Y como él, hay un puñado de amantes de la tecnología obsoleta que se dedican a mantener con vida los cacharros con los que jugábamos de niños.
En España, el Spectrum fue a la informática lo que el Seat 600 a los coches. Miguel Ángel consiguió el suyo porque a sus tíos se lo dieron al poner 50.000 pesetas a plazo fijo en el Banco Hispano Americano. Se había estudiado el manual antes de que le regalaran el ordenador y ya tenía nociones de BASIC cuando desenchufó el frigorífico de su casa para encenderlo por primera vez y programar un juego del ahorcado que no llegó a funcionar. Poco a poco fue tonteando con la electrónica, ahondando en los lenguajes de programación y entendiendo cada vez mejor las tripas del ‘gomas’. “Recuerdo la primera vez que abrí un Spectrum, era el de mi primo”, cuenta Miguel Ángel. “Lo diagnostiqué tan rápido como erróneamente y arranqué la CPU de la placa con el soldador y un destornillador. No, no se arregló”.
Tras esa primera experiencia, siguió trasteando con su propio ordenador. “En el mercadillo de los domingos a veces vendían Spectrums por cuatro duros mal contados. Como el mío estaba en muy mal estado, compré uno y conseguí arreglarlo”, explica. Empezó a comprar más ordenadores estropeados para ‘canibalizarlos’ y convertirlos en recambios, pero enseguida la idea le pareció “un sacrilegio”. Se lanzó a reparar todo lo que había comprado y se juntó con diez ‘gomas’ que funcionaban perfectamente. Después de esta experiencia, en el año 2008, empezó a ofrecerse para diagnosticar y reparar cacharros a través de internet.
“Activistas de la preservación”
El músico Javier Álvarez utiliza ordenadores y consolas de la época de los 8 bits como una herramienta más para componer. Para él, la gente como Miguel Ángel hace más que un servicio técnico para usuarios de aparatos viejos, “son activistas de la preservación”, asegura. Según este artista gallego, muchos de los cacharros de la prehistoria del videojuego estarían en riesgo de perderse si no fuera por la labor de estos tipos. Javier ha aprendido a reparar y programar sus ordenadores gracias a blogs y foros que frecuentan estos ‘maestros’, pero hace algunos meses tuvo que acudir a Jaime González para que le hiciera de lutier y reparara uno de los Spectrum modificados que utiliza en sus conciertos.
La casa de Jaime a las afueras de Madrid explica perfectamente a qué se refiere Javier Álvarez con “preservar” la tecnología obsoleta. En su sótano, los cartuchos, las cintas y los ordenadores cubren las paredes por completo y se apilan sobre las estanterías, sobre las pantallas y sobre un viejo mueble de recreativa. También ocupan parte de un sofá viejo enfrentado a una tele de tubo rodeada de una maraña de mandos y juegos de Dreamcast, Playstation, Xbox y Super Nintendo. Jaime dedica una buena parte de su tiempo libre a ordenar, clasificar, listar, digitalizar y reparar este material. “Esto es todo lo que tengo pendiente”, dice mientras señala una pila de cintas de Amstrad.
En su cuarto, en el piso de arriba, tiene montada su mesa de operaciones. Allí le espera una Coleco Telstar Arcade, una consola del año 1977 que llevaba incorporados en su caja triangular los mandos, un volante y una pistola. El volante ya no está y no está claro que funcione. Jaime agarra un destornillador, abre la carcasa de la máquina y examina sus entrañas con detenimiento. La enchufa y hace un par de mediciones con el multímetro. “Creo que debería funcionar”, suelta. Coloca un juego y toca varios botones de la máquina. La consola habla: “Pi, pi, pi, pi”. “Funciona, así es como suena un Pong”, dice.
Jaime pertenece al Grupo de Usuarios de Amstrad que cada año acude a ferias de informática clásica como RetroMadrid para montar un taller. Muchos de los que asisten a estos eventos se encuentran por sorpresa este ‘hospital de campaña’ e intentan averiguar si las consolas y los cacharros con los que jugaban de niños tienen arreglo. “Una vez vino un padre, habló con nosotros y nos dijo que quería enseñarle a sus hijos cómo jugaba con su viejo Amstrad”, explica Jaime. “Cogió el coche, se fue hasta su pueblo y volvió ese mismo día para que lo reparásemos. Era una tontería y lo arreglamos en el momento. El hombre se fue muy feliz y ha vuelto a pasarse por la feria otros años».
Por amor al retro
Diseccionar los aparatos electrónicos y averiguar cómo funcionan no es algo que se le ocurra a todo el mundo, aunque para estos ‘médicos’ de lo retro, fue un impulso natural. José Antonio Vaqué y Juan Leal también están vinculados a asociaciones de retroinformática y han acompañado a Jaime en muchas de estas citas. Juan, técnico electrónico valenciano, cuenta que hurgar dentro de las máquinas es algo que ha hecho desde que empezó a jugar a videojuegos, mientras que José Antonio, que trabaja como consultor informático, confiesa que en cuanto tuvo su primer Spectrum quiso saber cómo funcionaba por dentro y que desde entonces nunca ha dejado de saber cómo funcionan las cosas.
“Mis amores son la informática y la electrónica, y ambas cosas se combinan muy bien en las máquinas antiguas”, afirma José Antonio. “Un ordenador moderno es demasiado compacto, pero en una consola antigua puedes seguir los circuitos y casi ver los bits avanzando por ellos”. “Los equipos viejos son accesibles con herramientas normales”, apostilla Juan Leal, “pero ahora no hay esquemas de casi nada y los componentes solo pueden quitarse con instrumental muy específico. Son dos mundos diferentes”.
“Era una época en la que se trataba al consumidor como si fuera un entusiasta de la electrónica”, relata Miguel Ángel Rodríguez Jódar, “el fabricante daba por hecho que el usuario cacharrearía y le daba la documentación necesaria para ello”. Hoy en día eso es impensable, añade Miguel Ángel, que lamenta que los aparatos actuales sean mucho menos abiertos que los de antaño.
Está visto que hurgar las vísceras de un ordenador de hace treinta años no se parece en nada a reparar una máquina moderna. Pero no es solo una cuestión de tornillos, condensadores, placas, chips y circuitos. “No se le puede tener el mismo cariño a la consola que tenías de niño que a un ordenador que sabes que dentro de tres años está obsoleto”, cuenta José Antonio, que explica que cuando hace sus reparaciones procura tratar los aparatos con mimo y alterarlo lo mínimo posible. “Hay muchas personas a las que les gustan estas máquinas, y a mí me gusta ayudarles a recuperar esa consola que tenían de pequeños y que ahora quieren volver a usar”, concluye.
¿Por qué no tiró Rubén su Spectrum a la basura? No lo hizo por la misma razón por la que tú no vas a deshacerte nunca de esa Game Boy que guardas en un cajón. Todos esos componentes electrónicos cubiertos de polvo conservan recuerdos, vivencias, experiencias, enseñanzas, horas de diversión, sonidos que no se olvidan nunca, conversaciones en el patio del colegio y una forma irrepetible de hacer videojuegos. Los recuerdos se pueden perder, pero no se tiran.
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- Miguel Ángel habla sobre sus reparaciones en su blog ZX Projects y suele frecuentar foros como Speccy.org.
- Web de la Asociación de Usuarios de Informática Clásica.
- José Antonio frecuenta eventos como RetroMadrid o RetroCoruña y organiza muestras y talleres con asociaciones como Vintagenarios.
- Las fotos se hicieron en la casa de Jaime y en la sala Follable, el estudio del músico Javi Álvarez.