Guillermo Vázquez llegó hace un mes a Barajas y ahí se ha quedado. Puede que esta localidad madrileña no tenga el glamour y la opulencia a la que estaba acostumbrado Vázquez en Dubai. Puede que cambiar un buen trabajo en los Emiratos Árabes por un paro en la España de la crisis no sea la opción más acertada. Pero Vázquez está feliz.
Tampoco es que haya estado muy ocioso desde que llegara. Este diseñador gráfico de 30 años se puso una meta nada más aterrizar en Madrid: un día, una letra. Así hasta 26, el número de grafemas que componen el abecedario anglosajón (la doble ele no está considerada una letra y allí no gastan eñes) y de imágenes que forman su colección #typoholic.
La idea es tan simple como efectiva. Una serie tipográfica que enumera letras y las ilustra con conceptos. La a de alter, la b de break, la c de cut… “una asociación entre letras, palabras y conceptos. Se trataba de una experimentación y al final, para bien, se me fue de las manos”. Las musas no entienden de orden así que las letras se agolparon en la cabeza de Vázquez sin ton ni son, pero este fue plasmándolas con estructura alfabética, empezando por la A de alter y terminando por la Z de zipper.
Hay mucho del propio Vazquez en este trabajo: “No es que cuente mi vida o que cada letra tenga un significado interno”, matiza, pero la asociación de letras y conceptos es la base del proyecto y las imágenes en ocasiones son fotografías del propio diseñador. La G son dos fotografías suyas enfrentadas y la i griega (o ye para adecuarnos a las normas de la RAE) es un retrato de su infancia. Esta es la letra de la que Vázquez se siente más orgulloso siendo la K de kill la que más quebraderos de cabeza le ha dado. Al final lo solucionó con una sobredosis de hemoglobina.
No se ha cortado a la hora de incluir sangre o torsos desnudos. “Quería ver qué podía hacer sin un director artístico, sin un cliente”, comenta al respecto. “Quería liberar la cabeza y ver hasta qué punto podía llegar y hasta qué punto podía exprimir la creatividad”. Un punto que parece lejano a juzgar por el resultado de su trabajo.
Vázquez no cree en el destino, pero su trabajo es el resultado de una serie de serendipias y casualidades propias de una predeterminación calvinista.“Había un concurso del IED de fotografía y vídeo y el premio era un ordenador”, recuerda. “Me dije, si sale, sale, así que hice un vídeo y al final gané. Pero para tener el ordenador tenía que cursar un año de diseño, y me dije ¿por qué no?”.
Seis años después, la ausencia de impedimentos se ha convertido en una montaña de alicientes. Como asegura el mismo Vázquez desde su web, él confía en sus manos, confía en su don; y lo utiliza para contar algo diferente. Una historia que solo puede completarse si alguien la lee. Tú puedes ser ese alguien si pulsas aquí.