El instinto asesino de tu ‘smartphone’

2 de octubre de 2013
2 de octubre de 2013
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No te sientas mal, pero el pequeño aparato que tienes a tu derecha ha matado a gente. Sí, ese mismo en el que recibes y envías mensajes de Whatsapp y Facebook, juegas al Apalabrados y desde donde subes a tus redes sociales fotos de comidas y mensajes reivindicativos contra los malvados políticos, contribuye a destrozar el planeta.

En China hay suicidios en las fábricas de Apple, y un supuesto trabajo infantil manufactura en las de Samsung; el comercio del coltán y casiterita, materiales preciosos de los que se sacan los indispensables tantalio y estaño, financia a los señores de la sempiterna guerra civil en la República Democrática del Congo; la explotación de las minas de estaño de la isla de Bangka, en Indonesia, ha convertido en un erial su ecosistema; la extracción de neodimio, necesario para altavoces, micros y vibración, genera toneladas de residuos radioactivos…

Prácticamente toda marca, modelo y versión de ese pequeño aparato que ahora tienes entre las manos, como reconoció Nokia al periodista de The Guardian que trataba de encontrar un teléfono no manchado de sangre, incurre en alguno de estos pecados. ¿Todos, todos? No, una minúscula ONG holandesa ha decidido mostrar a pequeña escala que otro teléfono inteligente es posible: el FairPhone, “un smartphone”, como ellos mismos dicen, “increíblemente guay que pone los valores sociales primero”.

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“El objetivo de esta empresa no es producir o vender un teléfono, sino cambiar cómo funcionan las cadenas de suministros”, explica Pablo Vivas, un optimista ingeniero de caminos nacido hace 29 años en Castellón y que, pese a llevar solo un par de meses como becario en la compañía, se identifica tanto con ella que usa el plural sociativo en la mayor parte de la conversación telefónica. Sus nueve empleados —más los becarios— culminan este septiembre, con la manufacturación de su producto, un largo camino de tres años.

Todo comenzó en la Waag Society, una “incubadora que promociona nuevos proyectos de innovación y tecnología” y que a través de la cual se conocieron los fundadores, Peter van der Mark, actual director de la FairPhone Fundation, y Bas van Abel, director de la compañía de fabricación. Ambos compartían las mismas inquietudes sobre la historia de los teléfonos móviles. “¿Qué materiales forman estas pequeñas máquinas? ¿De dónde vienen? ¿Quién los produce?”, recuerda el primero en la web del proyecto: “Queremos que nuestro producto haga a la gente más consciente de lo que usa y se sienta más inclinada a cambiar el sistema económico de los aparatos electrónicos”.

“Desde el principio sabíamos que era muy difícil que la primera edición del FairPhone fuera realmente 100% justa”, escribe Van Abel, “pero no dejamos que eso nos acobardara y empezamos a pensar a lo grande”. Así que decidió viajar a la República Democrática del Congo a ver la situación en las minas de coltán. Tras unirse a Solution for Hope Project y Conflict-Free Tin Initiative, dos ONG que certifican que la venta de los materiales preciosos de las minas no financian conflictos armados, el FairPhone tenía el estaño y coltán necesario para su fabricación. Un proceso similar se siguió tanto con el resto de piezas como con la fábrica china que las ensambla, que debe seguir la cadena de suministros que marcan desde Holanda. Toda esta información está, por supuesto, a disposición del público en su pagina web.

El FairPhone se ha realizado gracias al apoyo del micromecenazgo. Tras poner en marcha su proyecto, comenzó una campaña de promoción y unas 20.000 personas manifestaron su interés por el dispositivo. Finalmente, el 14 de mayo de 2013, se lanzó la llamada: si el FairPhone iba a ser una realidad, había llegado el momento de que, al menos, 5.000 compradores/inversores soltaran 325 euros por barba para costear la producción final de 20.000 unidades. Para el 21 de junio ya habían vendido 10.000. No hay intención de fabricar más, por lo que el FairPhone puede convertirse en un objeto de coleccionista. Prima que sean sencillos de usar y montar para que, en caso de tener que realizar reparaciones, sean los propios usuarios los encargados de arreglarlos y así ahorrar a la atmósfera los gastos de transporte.

“La mayor dificultad ha sido cambiar las inercias de las empresas de la cadena de montaje”, evalúa Vivas, “lograr que alguien nos escuche con nuestro pequeño tamaño”. Los 20.000 FairPhone que en el momento de escribir estas líneas se están comenzado a ensamblar en China son peccata minuta comparados con los 216 millones de teléfonos inteligentes que se vendieron en el primer trimestre de 2013, según los analistas de la estadounidense International Data Corporation. “Ninguna fábrica está dispuesta a venderte capacidad para una tirada tan pequeña”, explica, “así que ha sido a base de hablar con la gente y explicarle que trabajar con nosotros no es solo fabricar 20.000 unidades, sino que supone presentar una nueva solución impactante”.

Otro que sabe de impacto es Paolo Perdicini. Este italiano residente en EE UU, que podría ser definido, además de activista de videojuegos, como profesor en la Carnegie Mellon, sacó un día de septiembre de 2011 su juego PhoneStory en la AppStore. Solo duró unas horas en la plataforma antes de ser retirado por el gigante molón de la manzana. El juego recorría la fabricación de un iPhone desde los guardias armados que azuzan a los niños mineros del Congo, pasando por evitar que los trabajadores se suiciden en la fábrica y culminando con el reaprovechamiento de los desperdicios de los teléfonos por habitantes del tercer mundo mediante procesos ultracontaminantes.

Algunas compañías han tratado de mitigar los problemas que Perdicini apunta en su denuncia jugable. Foxconn, que ensambla los productos de Apple, Hewlett Packard, Nokia y Dell y donde se dieron los infames suicidios, ha aumentado el sueldo y mejorado las condiciones laborales de sus trabajadores tras la publicación de sus prácticas; Samsung llevó a cabo una auditoría en sus fábricas chinas para detectar infracciones laborales; varias compañías están comenzando a intentar averiguar de dónde vienen los materiales preciosos como el coltán o el estaño que usan en sus aparatos… Aunque no hay que olvidar que, según el escritor Alberto Vázquez-Figueroa, autor del libro Coltán, antes los grupos armados de Congo ganaban con los diamantes de sangre “unos 200.000 dólares al mes” y con el coltán han llegado a obtener hasta un millón en el mismo periodo. Y eso que solo es un 6% de su comercio, ocupando la casiterita un predominante 62%, según un reciente estudio del Centro de la Haya para Estudios Estratégicos.

Al teléfono, Perdicini explica bajo su artístico punto de vista que el problema está en cómo “en occidente cada vez estamos más desconectados de los procesos de producción y las externalidades negativas”, una de esas expresiones en neolengua que viene a ser todo lo malo que se genera en dichos procesos. “Realmente, lo de los suicidios es un problema laboral que me parece sencillo de solventar con mejores condiciones”, reflexiona para apuntar que el asunto más acuciante es “que diseñamos aparatos para estar obsoletos en unos pocos años y no los reciclamos, sino que los mandamos a países pobres. La verdad es que me compraría un FairPhone si no fuera porque mi móvil todavía funciona”, concede, “es la única alternativa buena”.

Para gente como Perdicini, los de FairPhone tienen su programa de residuos electrónicos. Por un lado, una vez que su producto esté en manos de sus clientes, se harán cargo de aquellos que quieran ser devueltos para garantizar su correcto reciclaje. Por otra, con diferentes socios, tienen ya en marcha un servicio de recogida de móviles a los que después darán una segunda vida o, en caso de no ser posible, serán reciclados.

La intención es que ese aparatito, ese en el que acabas de recibir un mensaje de grupo comentando que hay que ir a manifestarse para cambiar las cosas, no ayude a acabar con el planeta.

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