Pablo Wendel es un joven alemán de 32 años con fijación por arrastrarse en el fango que cubre los siempre procelosos caminos del arte. Pero él lo tenía muy claro: quería hacerlo con gracia, como se hacen las cosas que llegan.
Así que pensó que sería buena idea, mientras cursaba Bellas Artes en China, tirarse a una canalización, revolcarse y, empapado de barro, abrirse paso a través de la ciudad de Hangzouh, caminando a través de las tiendas donde la gente lo miraba con asombro, diversión y también compasión.
Fue en 2006 y todos los taxistas entonces se negaron a llevarlo a casa, lo que le obligó a ir a pie durante cuatro horas, mientras el barro se secaba sobre su cuerpo dándole el aspecto de una estatua.
Fue en ese camino, con el crujido cerámico de sus piernas, donde gestó la idea de una actuación aún mayor que le hiciera aparecer, por derecho propio, en todos los periódicos del mundo: se convertiría en emperador de China entre sus guerreros de terracota.
El Ejército de Terracota en Xi’an, en el noroeste de China, es uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes del siglo XX. 2.200 años atrás fue construido por al emperador Qin Shihuangdi, pues enterrado entre estas estatuas se creía que seguiría teniendo las tropas bajo su mando. Se construyeron alrededor de 7.000 guerreros de terracota de tamaño natural para proteger la construcción del gigantesco sepulcro y luego se enterraron.
En cierta forma Paul también quería ser uno de ellos. Y lo consiguió. El 16 de septiembre 2007 la BBC abría su portada de Internacional con una noticia insólita: un estudiante de arte alemán engaña a la policía haciéndose pasar por uno de los guerreros de terracota en el Patrimonio de la Humanidad en la antigua capital china.
El estudiante era Pablo Wendel, perfectamente disfrazado de guerrero; y se había saltado todos los controles de seguridad para ponerse entre los soldados de más de 2.000 años de años de edad. Su vestimenta consistía en una cota de malla, un sombrero de papel maché y unos zapatos hechos con neumáticos viejos simulando zuecos. Todo embadurnado de barro.
Para aparecer lo más auténtico posible, se había traído, incluso, un pedestal para ponerse de pie durante su actuación. Y se había dejado un bigote. En días anteriores había visitado el lugar y había elegido un sitio perfecto entre dos guerreros donde pasaría desapercibido.
Diez policías tardaron casi 25 minutos en encontrarle inmóvil, todavía tieso y con una pequeña sonrisa, mientras emulaba su estática posición, sin apenas pestañear.
Una vez distinguido el guerrero vivo de la materia muerta y, tras fracasar en sus peticiones de que abandonara la tumba, tuvieron que sacarlo como si fuera una auténtica escultura, con la cabeza erguida y por delante del que sabe que acaba de dar a su arte un verdadero sentido, el de hacer las cosas por el simple gusto de cumplir una ilusión.
«Siempre había soñado con disfrazarme de guerrero de terracota entre los reales» diría luego en su interrogatorio. La policía se mostró en esta ocasión bastante comprensiva, y tras hacerle varias preguntas y echarse unas risas con el joven, tuvieron en cuenta su «enorme pasión» por los guerreros así como que no les había ocasionado ningún desperfecto, por lo que el estudiante se fue a casa con una simple reprimenda.
Fuente y fotos: Pablo Wendel y BBC