No son las Páginas Amarillas, ni El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, ni el Ulysses de Joyce… ni Las 50 sombras de Grey, ni el Vademecum de las farmacéuticas, ni siquiera esa edición especial que lanzó el fotógrafo Helmut Newton titulado SUMO que se vendía al módico precio de 10.000 euros (y que se agotó en pocas semanas, dicho sea de paso) en edición limitada. Ni tampoco cualquiera de los bellos volúmenes que otro fotógrafo universal, Sebastião Salgado, ha ido publicando en papel cuché y con presentación de lujo y precios de tres y cuatro dígitos.
Conservo de mis años de estudiante algunos libros de la universidad. Estudié Biología y aún guardo un volumen que pesa más de cuatro kilogramos titulado La Célula. Lo firman al alimón Alberts, Bray, Lewis, Raff, Roberts y Watson. Es precioso: tapa dura, huele bien, ilustraciones fastuosas… pero información obsoleta, pues la biología es una ciencia que avanza muy rápido y yo acudía a la universidad en el siglo XX, y de eso ya hace mucho tiempo. Ni rastro del ébola, por poner un ejemplo…
La editorial Taschen, que nadie conocería en España sin el esfuerzo de la cadena VIPS, ha editado a menudo tochos que pesan lo suyo a muy buen precio y llenos de imágenes sugerentes acerca de publicidad, arquitectura, culos, ciudades, páginas web, arte contemporáneo, ensaladas urbanas, penes, bicicletas y cualquier tema llamativo y empaquetable en trescientas páginas con colorida encuadernación.
[pullquote class=»left»]El libro más pesado del mundo es aquel que nos obligaron a leer[/pullquote]
Por su parte, el (DRAE) Diccionario de la Real Academia de Española es también un mamotreto, aunque tiene la deferencia de no editarse todos los años. El que acaba de ver la luz releva al anterior, publicado en 2001.
Pero en mi humilde opinión, el libro más pesado del mundo es un librito insignificante en tamaño, aunque lo haya escrito un Premio Nobel que «recién se nos murió», como hubiera dicho él. Me refiero a Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez. Jamás sufrí tanto para culminar la lectura de un volumen tan ligero de páginas, pero tan insoportable…
En la edición que aun conservo (acaso para no olvidar al enemigo), un volumen amarilleado de la Editorial Destino, pueden verse las marcas del suplicio que para un voraz lector como quien esto escribe, supuso la obligación impuesta por la profesora de Literatura de 2º de BUP.
Hoy soy mucho más viejo y no hace mucho volví a repasar la novelita de marras, y no me pareció tan plúmbea… El libro es el mismo, por lo que no cabe más que discernir que lo que cambió fue el lector. Nuestra biblioteca es un testigo mudo de lo que fuimos, y el ejercicio de releer textos que nos cautivaron o que nos aburrieron sirve para mirarnos en un espejo de tiempo y papel.
Así pues no nos queda más que reseñar esta conclusión: el libro más pesado del mundo es aquel que nos obligaron a leer.