El misterioso sex appeal de los hombres bajitos

24 de febrero de 2014
24 de febrero de 2014
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Hoy nos centraremos en los que se dedican al cine o a la política. El filme Get shorty (Barry Sonnenfield, 1996) se puede traducir como Atrapa al bajito, aunque en España se estrenó bajo el imaginativo título de Cómo conquistar Hollywood. Allí un todopoderoso Danny DeVito manejaba los hilos de toda la industria del celuloide… a pesar de medir poco más de uno cincuenta. (Opinión)

Jota Bayona, el cineasta español más brillante de su generación (El orfanato, Lo imposible) no levanta mucho del suelo, pero cuando abre la boca aprendemos que hay estaturas que no están al alcance de la mayoría. Jota es un líder, y no lo puede disimular. Mide uno sesenta, o así, pero que no sufra, pues Woody Allen es chiquitín, como Martin Scorsese o Roman Polanski, y todos han ganado el Óscar o la Palma de Oro en Cannes.

En el cine la lista es larga: James Cagney, Eduard G. Robinson, Michael J. Fox, Joe Pesci, Al Pacino, Dustin Hoffman… ninguno alcanza los ciento setenta centímetros de estatura.

Y si nos vamos a la política, encontramos a Napoleón, Hitler, Franco, Mussolini… ¿Por qué la mayoría de los dictadores son bajitos? Sí; bajito puede significar peligro de disrupción histórica y cientos de miles de muertos…  Aunque dejemos mostachos aparte, o llegaremos a nuestro bigotudo exlíder Aznar, cliente de la zapatería sevillana, que también vende calzado con cuñas enormes a Sarkozy o a Tom Cruise, y cuyos fundadores se inspiraron en los taconazos masculinos de José Luis López Vázquez en Patrimonio Nacional (Luis García Berlanga, 1981).

¿Sabían ustedes que Putin y Berlusconi miden lo mismo? Uno sesenta y cinco. Aznar un poco menos, aunque en internet los medios afines le atribuyen un generoso uno setenta, imaginamos que con las alzas antes mencionadas. Pero, ojo a las excepciones, porque en política también ha habido grandes tipos atrapados en cuerpos pequeños, como Gandhi. Y de eso va este artículo, de la energía de los bajitos.

La única vez que me he cruzado con Federico Jiménez Losantos fue en la terminal 2 de Barajas, y creí que era un niño disfrazado de viejo. Reconozco que irradiaba un aura difícil de describir, pero intensa al fin y al cabo. Nadie podrá discutir que este pequeñín de ciento cincuenta y cinco centímetros de estatura llenos de odio la lió parda cuando tuvo su oportunidad, hasta que la Conferencia Episcopal le dio la espalda (y el finiquito).

Peter Sellers, Cantinflas o Humphrey Bogart eran un tapón para la época, y fíjense dónde llegaron. Pero no hay ningún bajito con tanta personalidad como Fernando Arrabal, el dramaturgo vivo más representado del mundo (y director de siete largometrajes). Cené con él y dos amigos hace tiempo, y cuando llegó al restaurante con una camiseta negra que lucía la palabra KAFKA en letras blancas todo el mundo pareció contener la respiración. Jamás he sentido tanto poder irradiando de una persona, fuese alta o baja. Y eso que el autor de Carta al general Franco apenas supera el metro cincuenta.

Sospecho que muchos de los chistes que circulan acerca de la correspondencia inversa entre el tamaño del miembro viril y la estatura los han acuñado hombres bajitos, y es que los altos dan un poco de mal rollo: Urdangarín, Marichalar, Vaquerizo, León de Aranoa… Y encima con apellidos compuestos o de cuatro sílabas, que eso jode todavía más.

A Tom Cruise lo vi de lejos cuando inauguró el edificio de la Cienciología en la madrileña calle del Prado, mientras todo el mundo pensaba que Nicole Kidman habría dado una oreja por medir quince centímetros menos… Aunque para bajita Bo Derek (Diez, la mujer perfecta ¿recuerdan?) a quien saludé en el Florida Park de Madrid en 1988, y no me pregunten qué demonios hacía yo allí.

Al otro lado del espectro encontramos a los políticos que se acercan más a los dos metros, como Rajoy y Zapatero, que medían casi exactamente lo mismo al inicio de sus respectivas legislaturas, y a quienes la Historia está reduciendo a cenizas.

Para terminar, la última vez que vi al rey de España fue en una inauguración de ARCO hace tres o cuatro ediciones. Tenía el rostro enrojecido y no me pareció un tipo alto.

Y mucho menos un rey.

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