El plan anticrisis indígena

24 de enero de 2013
24 de enero de 2013
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La primera vez que a Lynette Yetter, una licenciada en artes plásticas californiana de 53 años, le entró la curiosidad por el estilo de vida de las culturas indígenas del sur de su continente, fue por el oído. Era 1991 y escuchó en las calles de San Francisco a alguien tocando un instrumento de viento de origen precolonial llamado zampoña. Fue tal el flechazo por aquel sonido “que hace entrar en armonía con la Pachamama”, describe, que decidió aprender a tocarlo. Después vino su devoción por estudiar Quechua y las ansias de viajar rumbo al sur para saber más acerca de aquellas culturas milenarias.
Desde 1994 pasó temporadas intermitentes integrada con familias y poblaciones autóctonas de Guatemala, Nicaragua, Perú y Bolivia. Finalmente, hace doce años, acabó por solicitar su residencia permanente en Bolivia y allí trató de comenzar una aventura empresarial. Trasladaría productos textiles y musicales que hacían los artesanos que había conocido en este país a empresas estadounidenses que, en un principio, se mostraron interesadas en vender aquellas manufacturas que ella les ofrecía.
Empezado el negocio, por el que pagaba un precio justo a “sus amigos” productores, acopió miles de enseres que a la hora de cerrar los tratos finalmente no pudo vender. “Todo empezó bien pero pronto las empresas estadounidenses se desentendieron. Tenía ya todo el material adquirido y me arruiné”, se lamenta. “Un día, en una visita a mi país, entré a una tienda de Urban Outfitters, una de las corporaciones que me habían solicitado prendas que después no compraron, y vi unos chu’llus (gorros de lana típicos de Bolivia) igualitos a los que me habían pedido a mí. Lo primero que hice fue mirar la etiqueta. Ponía: made in China. Después se enteró por las explicaciones que le dio otra de las industrias con las que negociaba, Andean Textiles, que los productos artesanos que ella traía se conseguían a la mitad de precio importados de China, India o Brasil..
Se rompió definitivamente su fe en “el sistema capitalista”. Sería una devota del modus socioeconómico de las culturas indígenas y su manera de cuidar la renta, los recursos y la naturaleza. No quería saber más ni del Tío Sam ni del American Way of Life. Así que con esas, después de calentar la muñeca escribiendo su primera novela ( Lucy Plays Panpipes for Peace), decidió publicar un libro para enseñar a ahorrar y a manejar la economía personal de la gente al estilo de aquellas poblaciones de artesanos, agricultores, ganaderos, mineros y músicos de zampoña con los que llevaba años conviviendo. Lo llamó 72 Maneras de Ahorrar Dinero para el 99% (72 Money Saving Tips for the 99%). Todo un plan anticrisis indígena.
Es consciente de que los detallados métodos que aquí propone no son todos realizables “para una persona que viva en un quinto piso” en California, Madrid o la Barceloneta. Pero la mayoría de ellos pueden ser una buena idea para rebajar el gasto en la casa de cualquiera.
Tapa
En sus páginas aporta consejos y métodos para aprender hacer cosas que pueden recortar esas pequeñas sangrías “innecesarias”, opina: cómo hacer tu propio jabón, tu champú, tu desodorante, tu maquillaje, tus cremas o tu pegamento. Habla de la inutilidad de algunas prendas de ropa interior, de cómo evitar el peluquero, cómo ahorrar calefacción y agua caliente, de la manera de hacer longevos tus zapatos, de la cantidad de tiritas, fregonas o toallas que nos podríamos ahorrar utilizando palos y trapos, de cómo reducir la factura del agua poniendo un simple depósito bajo la lluvia o de lo superfluos que son la mayoría de nuestros productos electrónicos teniendo en cuenta que con un ordenador podemos resolver casi todas los servicios que nos brindan los demás aparatos.
Es partidaria de la colaboración en comunidad y de los huertos caseros verticales. Contraria a todo tipo de individualismos, los fertilizantes y los químicos. “Dañan a las personas y a la tierra”. “Así lo aprendí de los indígenas. Y además, un cáncer sí que sale caro, así que imagínate qué manera de ahorrar”, defiende su tesis.
Tal y como propone en su libro, a ella nunca le falta su bolsa de tela a mano para no gastar ni ensuciar con bolsas plásticas, realiza sus viajes en transportes públicos y sostenibles y hasta aprendió de lo leído acerca de las poblaciones esquimales árticas (los Inuit) sobre cómo hacer una casa en el hielo sin necesidad de radiador. Así hasta 72 modos de ahorrar en gastos que “cualquiera puede llevar a cabo”.
Sobre sus consejos en los que sugiere conseguir un cerdo, una cabra y una oveja para asegurarse la lana, la leche, el abrigo, el reciclaje de basura y el alimento, reconoce que no es algo realizable para todo el mundo, pero no se apea de sus convencimientos respecto a las demás recomendaciones. “Cuando la gente dice que no puede hacer todo eso que yo sugiero, yo les digo: lleva haciéndose miles de años. ¿Por qué tú no puedes?”
Yetter, que habla con la experiencia de quien ha saboreado dos tipos de sociedades, conoció en su antiguo entorno de consumo a cuatro personas cercanas que se suicidaron por preocupaciones financieras. “Fue algo que me impactó mucho”, confiesa, “le daba vueltas cuando convivía con una familia en Nicaragua que vivía sana y feliz sin luz, sin agua, sin calle o sin teléfono”. Ahora hay un concepto que tiene muy claro: “Todos podemos vivir con un poco menos”.

Foto: Wikimedia Commons

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