John Cage, el músico que iba a desconcertar a decenas de músicos y críticos, entró en 1951 en una cámara anecoica, un cuarto con los tabiques atestados de pirámides de fibra de vidrio y espumas sintéticas: un espacio que bloquea casi el 100% de ruidos del exterior. Cage percibió que dos hilitos desbarataban el silencio, un agudo, otro grave: su sistema nervioso y su circulación sanguínea.
La experiencia le dio la clave para su obra 4’ 33’’: un libreto con una sola anotación: tacet (silencio). La obra se creaba en cada representación: los instrumentos se callaban, pero las sillas se movían, los asistentes murmuraban, respiraban, tosían, se quejaban. Focalizar el silencio para demostrar que el silencio no existe: la presencia humana y la mera posición de escucha implican en sí una forma de contaminación acústica. La obra generó polémica. Abrió un camino.
La artista Concha Jerez, gran referente a la hora de abordar temáticas como la autocensura, se inspiró en conversaciones con Juan Hidalgo sobre la experiencia de Cage y elaboró una pieza en 1980 titulada Silencio. Palabras sobrias, negras sobre fondo blanco: «silencio», «signo», «convencional», «transmite», «estéticas», «sonidos». Jerez plasmaba así una definición de silencio como suceso nunca vacío.
Esta obra de Jerez está en la décima Colección permanente de Es Baluard Museu d’Art Modern i Contemporani de Palma que se inauguró el 27 de junio y que explora terrenos como la distopía, el género o la dialéctica entre paisaje interior y exterior. La muestra, con 313 piezas, llega atravesada por un entendimiento disruptivo del arte como el que estimuló Cage en su día a través del movimiento Fluxus.

La exposición cuenta con otras dos figuras de esta corriente que pretendía bajar el arte a lo cotidiano y romper el candado de la excelencia técnica o lo elevado (o, más bien, elevar lo bajo): Wolf Vostell y Fabrizio Plessi, maestros del vídeoarte y del arte electrónico. «El videoarte reveló la magnitud de la profecía de Walter Benjamin anunciada en 1936 en La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica», explica la comisaria y directora del museo Nekane Aramburu.

La aportación del nuevo formato «sirvió para documentar performances, alterar tiempos y espacios en videoinstalaciones y hacer collages imposibles con las imágenes; para salir a la calle a grabar y, sobre todo, para divulgar las piezas un número ilimitado de veces».
Lo que entonces pareció una banalización del arte, hoy es uno de los soportes más empleados: «Ahora ya no importa tanto el soporte, sino el proceso, el objetivo y la función del proyecto», señala Aramburu.
En una entrevista concedida a El País en 1988, Fabrizio Plessi sintetizaba así un sueño de futuro para el arte: «Es posible que en el futuro la gran diversión de masas esté en el museo, si este se adapta a la idea del museo como lugar de placer y juego».
Con una vocación cercana, se despliega la colección de Es Baluard: «Intento que el público sienta algo más además de recibir nueva información: que algo les cambie por dentro, que se interroguen, que les dé un vuelco el corazón y el alma y que, por supuesto, les entretenga», reflexiona la comisaria. En ese sentido se mueve también la muestra sobre Bernardi Roig del museo: soledad, claustrofobia, angustia existencial. «Nadie sale indemne de haberla visto».

Arte para revisar y quebrar los corsés del género
La galería reúne, además, aportaciones de artistas como Sylvie Fleurie, Nan Goldin, Kimsooja, Eva Lootz, Susana Solana o Yannick Vu. Sus obras buscan, según Aramburu, «incidir en los relatos no hegemónicos y heteropatriarcales de las historias del arte, los feminismos y los transgéneros. A lo largo de cuatro salas se entrecruzan lecturas entre diferentes piezas y propuestas, mezclando tiempos y periodos para aportar visiones críticas y constructivas».
El mundo del arte sigue adoleciendo de una importante brecha de género. Iniciativas como I am a woman, en la pasada edición de ARCO, visibilizan la escasa representación femenina en las grandes citas y circuitos. La comisaria de Es Baluard es consciente de la carencia: «Como la herencia de las colecciones públicas cuenta con estas lagunas, he intentado colmatar la representación de mujeres y visibilizarlas a través de préstamos de obras pedidas directamente a artistas y coleccionistas».

Diálogo entre paisajes exteriores e interiores
El hombre moderno vive sobre el asfalto, callejea, pasa días sin ver árboles que no estén encajonados en las aceras. La visión de la ciudad nos enfrentan siempre su reverso: el recuerdo del espacio natural, de otra forma de relacionarse, íntima y públicamente, con el ambiente y con los demás.
La muestra contrapone obras paisajísicas clásicas del XIX con otras como el Device to Root out Evil, la iglesia bocabajo de Dennis Oppenheim en la Porta de Santa Catalina o con una pieza de la colección Brush Building, del mismo autor. Formatos como el neón, una alfombra, escaleras, un faro… O piezas conceptuales que dialogan con la pintura clásica, como el cuadro de Joan Miró Chevaux en fuite par le vol de l’oiseau-terreur. «Es una distopía vibrante y acogedora en la que participan desde artistas históricos hasta figuras emergentes del panorama artístico internacional».

La pintura costumbrista y de paisajes dialoga con el arte contemporáneo, con los bottaris (los tradicionales hatillos de telas coreanas) de la artista Kimsooja, que expresan la vinculación de los contrarios: el yo y el prójimo, el yin y el yang, la vida y la muerte; o con el vídeo de Eulalia Vallosera, Plastic mantra, que practica un funambulismo entre lo sagrado y lo maldito.
Estas contraposiciones entre vanguardias y entre formas de mirar y de leer el pasado y el presente podrán visitarse en Es Baluard hasta enero de 2019.