Escaparates de la URSS: museo de una utopía fallida

20 de febrero de 2019
20 de febrero de 2019
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Entre 1986 y 1990 el fotógrafo canadiense David Hlynsky realizó varios viajes a los países integrados en la aún existente (aunque por poco tiempo) Unión Soviética. Acostumbrado al horror vacui comercial de las urbes occidentales, la ausencia de publicidad en las calles de Praga o Cracovia fue de lo que más le sorprendió.

Los escaparates de las tiendas exhibían ante todo practicidad: dos o tres hogazas de pan era lo que se mostraba en las panaderías. Uniformes, en las sastrerías que los confeccionaban. Y nada más. El arte del escaparatismo tenía sus propias reglas allí. La austeridad era la primera.

Hlynsky sacó su cámara hasta en 8.000 ocasiones para retratar la forma en la que los establecimientos exponían sus productos. La falta de alharacas decorativas y las desconchadas fachadas de los establecimientos concordaba con el momento histórico y político cuyo desenlace comenzaba a vislumbrarse: «En los últimos días de la Guerra Fría, vi estas ventanas como un vasto museo ad hoc de una gran utopía fallida», escribía Hlynsky.

Como cualquier otro ciudadano del lado oeste del Telón, antes de sus viajes la única referencia que Hlynsky tenía de las repúblicas del Este procedía de los medios de comunicación occidentales. La sobriedad que mostraban las tiendas casaba con las ideas preconcebidas con las que aterrizó en su primer viaje a aquellas tierras. Pero no ocurrió lo mismo con la imagen que tenía de los ciudadanos soviéticos, mucho más complejos, interesantes y sofisticados de lo que tenía entendido: «Me di cuenta de que no todos [en el Bloque Oriental] criaban cerdos y que sus ciudades podían ser tan elegantes como París».

En 2016, Hlynsky seleccionó algo más de 170 fotografías de las realizadas durante sus viajes a la URSS y las reunió en el libro Window Shopping through the Iron Curtain (editado por Thames & Hudson). Un compendio de imágenes que ayudan a entender las sensaciones de Hlynsky al mirar tras aquellos cristales: «Imagina que el director de arte [de la tienda] era el profesor de un jardín de infancia, y que utilizase tijeras de punta roma y papel para manualidades para hacer la publicidad del local. Eso era lo que parecía», explica. La no competencia admitía ese aspecto desangelado y un tanto naïf de los escaparates.

Tres décadas después, Hlynsky comenta que no ha seguido la trayectoria de los establecimientos que fotografió entonces, aunque intuye que la apariencia de los que aún sigan en activo apenas se diferenciará de la de las tiendas de países con una mayor tradición capitalista. Sus fotos son testimonio del fin de la Cortina de Acero y de la dispar realidad que se vivía a uno y otro lado del figurativo telón.

 

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