Escocia, el referéndum en el que todos ganan

18 de septiembre de 2014
18 de septiembre de 2014
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Las separaciones casi nunca son fáciles. Cuando uno lleva un tiempo apegado a algo o a alguien tomar la decisión de irse cuesta. Si nos pasa a nosotros los humanos, cómo no le va a pasar a los países, la forma de vida más artificial y a la vez más humana que existe. En el caso de Escocia son 307 años de relación con el Reino Unido, nada menos. La cuestión es cómo el Reino Unido aceptó de buen grado hacer un referéndum que pudiera dejarles sin el «unido» en el nombre y sin azul en la bandera, y cómo Escocia decidió embarcarse en una cruzada política tan arriesgada en plena crisis continental. Y, sobre todo, qué enseña todo este proceso, que no es poco.
Pocas preguntas tan directas. Y pocas preguntas con dos respuestas opuestas y que, sin embargo, se elija lo que se elija, todos ganan. En Escocia o se gana la independencia o se ganan más competencias. En Reino Unido o se gana a un hijo pródigo con vínculos reforzados o se gana, al menos, la nobleza de perder en un combate democrático y de forma amistosa.
Y, sobre todo, el referéndum es el ejemplo de que hay otras formas de hacer política, más allá de la confrontación ideológica o religiosa, y otras formas de luchar por la independencia más allá de la violencia.
El 15 de octubre de 2012 los líderes políticos de Reino Unido y Escocia acordaron celebrar un referéndum de independencia. Han sido casi dos años de campaña, en plena crisis económica, y con no pocas dificultades internas en ambos bandos. Uno criticado por la forma en que, siendo conservador, ha permitido que se lleve a cabo la consulta; el otro criticado por sus posturas abiertas a la integración europea o en la OTAN en caso de conseguir la independencia.
Pero pese a tanta preparación, como casi todo en la vida, todo se ha decidido al final. De hecho, el ‘no’ a la independencia iba muy por delante en las encuestas hasta que un brillante discurso en un debate televisivo y los tropiezos dialécticos del equipo contrario a la independencia equilibró la balanza. En cuestiones de nacionalismo quieras que no pesan mucho los argumentos emocionales (además de los recursos naturales, por aquello del petróleo escocés), de ahí que una locución acertada pueda hacer saltar todo por los aires.
Desde el resto de Europa todo parece muy raro. Un partido independentista gana en Escocia y el ‘premier’ británico, conservador él, les regala un referéndum. Así, sin más. Votad. Decidid. Ahí es nada. Europa, que ha visto cómo se resquebrajó la URSS tras una larga agonía y sigue viendo tres décadas después líos en Georgia, Ucrania y las repúblicas caucásicas. Europa, que ha visto declaraciones unilaterales de independencia en los Balcanes, con conatos de reabrir heridas y no pocos países (como España) que no aceptan la independencia de algún país, aunque esté auspiciada por la ONU.
Separarse es difícil. Suele suponer la constatación de un fracaso, como de una pareja que se rompe. Aunque a veces sucede que hay esos raros acuerdos. De eso también sabe Europa, que vio a Checoslovaquia partirse en dos con una sonrisa en la cara y fiesta conjunta en las calles. Una jaula de grillos.
Lo de Escocia y Reino Unido es, incluso, más raro que lo anterior. No es sólo una lucha de unionistas y separatistas, o de progresistas y conservadores. Es también un choque religioso entre católicos y protestantes, y uno de pertenencia entre euroescépticos y eurofílicos. A más diferencias, más motivos para el desencuentro. Pero no. Ahí estaban, sonrientes, Cameron y Salmond firmando hace dos años y abordando las cosas con normalidad. Incluso cuando la Orden de Orange se puso a desfilar por las calles de Edimburgo. No pasa nada: se discute, se vota y punto.
Imagina cómo verán esto desde EEUU, donde debe resultar sorprendente que en apenas 500 kilómetros puedas atravesar varios países y aún seguimos peleándonos, reclamando mil Estados más.  O nosotros en España, acostumbrados a votar poco y mal, atónitos y con los frentes de Euskadi y Cataluña abiertos de par en par y envidiando a la muy consultiva (y rara) Suiza.
Porque la cosa es, ¿por qué Escocia sí y España no?

Mucho antes del apretón de manos entre Salmond y Cameron, allá por 2001, España vivió un momento equivalente, que no similar. En aquel año el lehendakari Ibarretxe presentó su plan que conducía a una soberanía de Euskadi, un plan que se concretó en 2003, se aprobó en el Parlamento Vasco y se envió a Madrid para que el Congreso lo validara. Y no lo hizo: en 2005 lo tumbó por una enorme mayoría.
Ahí terminó el intento soberanista por la vía de la reforma legal.
Muchos años después, con la lección aprendida, el nacionalismo catalán ha intentado otra cosa. Respaldados por una gran mayoría, igual que el nacionalismo vasco entonces, directamente han propuesto la celebración de una consulta, a la que el gobierno central se ha negado.
¿Cuáles son las diferencias? En el caso escocés, al ser un Estado miembro de una unión, el máximo representante político decidió acordar con ellos la posibilidad de hacer un referéndum vinculante pero, más importante aún, también escocés. Es decir, son los escoceses los que votan sobre si Escocia sigue o no en el Reino Unido.
Ese fue el ‘fallo’ de Ibarretxe: al hacerlo por la vía legal, según la legislación española y en tanto en cuanto ni Euskadi ni Cataluña son Estados como Escocia, es el conjunto de España el que llegado el momento tendría que votar. Por eso Ibarretxe llevó su plan a Madrid… y por eso fracasó: de nada valió hacer hincapié en que llegaba con mayoría absoluta desde el País Vasco. La mayoría de España opinaba lo contrario.
Y esa es la ‘lección’ aprendida por Mas: si hace una consulta, aunque sea no vinculante y meramente ilustrativa, existe la posibilidad de que actualmente ganen los votos a favor de la independencia aunque fuera con una enorme abstención. Se puede tumbar una ley aprobada con mayoría absoluta como la de Ibarretxe, pero… ¿se puede decir que no a una mayoría cuantitativa y que se expresa en forma de voto?
Como casi siempre en España, la cuestión es una pescadilla que se muerde la cola: a mayor oposición del Gobierno, mayor pujanza del sentimiento nacionalista, y más grande la tensión en la cuerda. En el caso británico lo están haciendo al revés: para lograr que gane el ‘no’, el Gobierno ha firmado que en caso de que Escocia siga integrada en la unión ampliarán sus prerrogativas de autogobierno y su autonomía como territorio.
Por la vía legal, la cuestión vasca y catalana tiene mala solución: puede que la mayoría de ambas regiones votara ‘sí’, pero resulta utópico pensar que la mayoría de España votara ‘sí’. Así que la única vía es cambiar la Ley. Sea cambiar la Constitución para convertirnos en un país federal, sea para cambiarla en lo referente a quién debe votar en una consulta así y en qué términos puede convocarse.
Las diferencias entre lo de Escocia y lo nuestro no terminan ahí. La prensa ha jugado un gran papel a la hora de movilizar la corriente de opinión predominante. Basta echar un ojo a las portadas del día del referéndum, todas hablando de un día histórico y, como mucho, haciendo apelaciones a lo común, lo que une y lo emotivo. Sin embargo, hay una prensa más británica que la británica, que es la conservadora española: tan afanados están en demonizar el independentismo catalán y vasco que demonizan cualquier independentismo, también el escocés, en un giro ideológico que ni los diarios conservadores de Londres hacen.

Otras palancas que se han manejado para meter miedo con el fantasma soberanista son las de que una Cataluña (o Euskadi) independiente no estaría en la UE, por tanto tampoco en el euro, y por tanto el castigo monetario a su nueva divisa sería terrible. O nosotros o el caos. Eso, y el uso del lenguaje. El «desafío» nacionalista. El nacionalismo puede gustar o no, pero no es un desafío, es un punto de vista, una ideología si se quiere.
El papelón bochornoso de la prensa más posicionada no termina ahí. No pocos han pedido la salida de la selección española de jugadores que se manifestaron pidiendo votar. No es que apoyen o no la independencia, es que pidieron poder votar. Son los mismos que dicen que si Cataluña fuera independiente, a ver qué iba a hacer el Barça jugando una Liga donde el mejor equipo sea el Espanyol. En Escocia eso no pueden decirlo, porque Celtic y Rangers no juegan contra Chelsea o Manchester, sino contra el Hearts, el Aberdeen y otros equipos… escoceses.
Y no pasa nada.
Ganara quien ganara el referéndum, Reino Unido ya había ganado nada más abrir las urnas. Afrontar un problema, dar la voz a la gente y llegar a acuerdos parece la mejor manera de resolver un conflicto y, de paso, que quienes pierdan acepten de buen grado el resultado a pesar de la derrota. Si no se pregunta nunca se conocerá la respuesta, y esa incógnita siempre estará ahí. Volviendo al símil de las parejas, como quien duda de si le han sido o no infiel y prefiere no saberlo y martirizarse eternamente pensando que así el recelo desaparecerá.
Política, economía, medios de comunicación, fútbol… Todo juega en un tablero en el que se han vivido dos años de presiones e intereses. Pero una lectura resulta, quizá, más esperanzadora que ninguna. Ni Escocia ni Cataluña han vivido el terrorismo independentista que sí vivieron Irlanda y Euskadi. Y curiosamente son esos lugares alejados de la violencia los que han logrado estar más cerca de la independencia. Al menos de momento.

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Patrick Thomas

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