Para ser un buen delincuente, un hijueputa güevón malparido al estilo de Pablo Escobar, lo fundamental, antes de cualquier otra cosa, incluida una inclinación genética hacia el mal, es tener un buen apodo. Un alias potente, con gancho, rotundo. Que baste oír decirlo o verlo escrito en cualquier pared para no olvidarlo jamás o empezar a tener sudores fríos y la certeza de que ha llegado tu hora.
Esa fue la primera lección que les dio el capo jubilado a los aspirantes a enemigo público del barrio. El apodo es un plus en la carrera delictiva de todo criminal, les decía. ¿Hubiera sido igual de terrorífico Jack el Destripador si simplemente se le hubiera conocido como Jack el Asesino de prostitutas?
Así que la primera prueba de fuego que aquel capo retirado hizo pasar a sus pupilos fue precisamente buscarse un apodo con el que saltar a la fama delictiva. Les dio de plazo el fin de semana para que encontraran el mote perfecto. Y cuando llegó el lunes, todos llegaron ante él con los deberes hechos.
Algunos aludieron a sus encantos personales: Juan el Pico de Oro, Pepe el Monohuevo o Charly el Caraculo. No le entusiasmaban, pero eran sonoros. Otros prefirieron hacer alusión a su origen como Chus el Chino o Moha el Moro. Otros, tiraron de actualidad: Luis el Cabrón o Mariano Eme Punto.
Pero el último de todos le dejó intrigado: Rafa el Pañal. «¿El Pañal?», preguntó el capo. «Sí». Contestó lacónico el aspirante. «¿Y eso te parece un alias respetable?». «Hombre», respondió el alumno muy seguro, «¿es o no es para cargarse?».
No se sabe si aquel aspirante a chungo del barrio logró triunfar en el hampa o no. Pero, más que con la originalidad o no de los motes que aparecen en el relato, lo que buscamos es que te quedes con la forma de escribirlos.
Para empezar, vamos a distinguir entre sobrenombre, alias o apodo e hipocorístico.
Los sobrenombres van, por lo general, acompañando al nombre propio. Algo así: Alfonso X el Sabio o Fernando III el Santo. No llevan comas ni se escriben en cursiva y se pronuncian de tirón.
Los alias o apodos, como los de nuestros coleguillas de arriba, suelen usarse para sustituir al nombre. Igual que los sobrenombres, se escribe el artículo en minúscula y en mayúscula, todas las palabras significativas: Juan el Pico de Oro. No van en cursiva o entre comillas excepto cuando van delante o aparecen escritos entre el nombre y el apellido: el «Moro» Moha, Rafa El Pañal Ramos.
Y los hipocorísticos, o lo que es lo mismo, Paco por Francisco o Chema por José María, se usan también para sustituir al nombre y se escriben en mayúscula y en redonda cuando van junto al apellido (Paco Flores, Chema Pérez). Pero si se escriben junto al nombre, entonces irán en cursiva: Francisco Paco Camps, Ricardo Rick Costa.
Si aspiras a malote, deja los sobrenombres e hipocorísticos para gente de bien como los políticos y ve pensando en un buen alias. Porque si lo dejas en manos de la policía, date por fracasado. ¿O qué crees, si no, que le pasó al Dioni?
De crío llevaba una camiseta que llevaba la palabra «Joe» estampada. Como hay un establecimiento psiquiátrico famoso en la localidad de San Boi a alguien se le ocurrió llamarme Joe Sanboyano. El apodo cuajó y lo usé durante años. Nunca se sabe de donde saldrá un apodo, afortunado o no, pero hay que aprovecharlo.
De niño tenía «tics» en la cara: cerraba y abría los párpados constantemente y me pusieron Luis El Tic. Un amigo que solía caminar despacio le pusieron el «Pasi» por Pasiflorine un medicamento sedante. 30 años después de no vernos, no encontramos y me dijo algo burlonamente: hola Tic! Como estás! Y le contesté: bien «Pasi» y tú? Soltamos una carcajada y no abrazamos con emoción. Ambos somos médicos prestigiosos pero con un pasado «oculto»…
El mas asesino fue, Che.