El escritor tumbado: cuando la cama se convierte en escritorio

4 de septiembre de 2018
4 de septiembre de 2018
5 mins de lectura

Soy un escritor completamente horizontal
Truman Capote

En sus últimos días, George Orwell se metía en la cama con una máquina de escribir. Dicen que terminó el borrador definitivo de 1984 moribundo y entre sábanas. Orwell no fue el único que escribió o terminó una novela en posición horizontal. Hay otras camas famosas, como la de Juan Carlos Onetti, Mark Twain, Marcel Proust, Edith Wharton y Vicente Aleixandre, entre otros. Algunos lo hicieron por enfermedad, pero otros muchos, por gusto. También por pereza.

Parece que hay cierta relación entre la creatividad y la postura corporal. El auténtico misterio es por qué elegimos, en general, escribir sentados y no tumbados o de pie y generalizamos un tipo de escritorio que nos obliga a estar sentados. En la Edad Media, varios poetas irlandeses componían sus versos tumbados y casi a oscuras. Algunos autores contemporáneos han escrito y escriben tumbados o de pie. No solo en la cama. A veces, Juan Tallón escribe tumbado, incluso dentro de la bañera. También en una bañera escribía Agatha Christie.

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A algunos escritores no solo les resulta más cómodo trabajar acostados: sentarlos es cerrarles la puerta de la imaginación. Uno caso extremo era el de Truman Capote. Si Rousseau necesitaba caminar para pensar, al autor de A Sangre Fría le ocurría justo lo contrario. «Soy un escritor completamente horizontal. No puedo pensar a menos que esté acostado», aseguró en una entrevista.

Se nace cansado

Sobre el cabecero de la cama de Onetti había un cartel pegado a la pared que decía: «Se nace cansado y se vive para descansar. Ama a tu cama como a ti mismo. Descansa de día para dormir de noche». Onetti pasó los últimos años de su vida en la cama. Desde allí lo hacía todo: escribía, leía, recibía a sus amigos y daba entrevistas.

Quizá lo suyo sí fue un caso de pereza extrema, más que de búsqueda de la inspiración, porque el uruguayo no se levantaba de la cama ni cuando le llegaba una idea súbitamente en la madrugada. Para no ponerse en pie y para no olvidar, despertaba a Dolly, su última mujer y le pedía que tomara nota.

La pereza, escribió Hans W. Fischer, «simplemente necesita un lugar en el que dejar caer el peso de un cuerpo que se siente absorbido por el centro de la tierra». Ese tipo de atracción por la tierra alcanza su máxima expresión al tumbarse. Asi lo explicó Bernd Brunner en The art of lying down: a guide to horizontal living: «Cuando caminamos, experimentamos nuestra conexión con la tierra a través de la sensibilidad de nuestros pies, pero cuando nos tumbamos, este contacto se expande al resto del cuerpo».

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Igual de atraído por la tierra se sentía Valle-Inclán. Mientras trabajaba en la cama, colgaba en la pared cuartillas escritas a lápiz que después transcribía su mujer. Tumbado, como Onetti, recibía a sus amigos. Murió como vivió: en la cama.

[pullquote author=»Bernd Brunner»]Algo grande puede ocurrir cuando estamos tumbados. Esta posición expande la condición humana, de la completa pasividad a la más apasionada de las actividades. Es más, la vida humana empieza y termina horizontalmente[/pullquote]

Edith Sitwell también murió como vivió. De ella se sabe que a veces dormía en un ataúd y que le encantaba pasar tiempo en la cama, donde escribía. Quedarse en la cama por afición tiene nombre y encaja con la actitud de Sitwell ante los colchones: clinofilia. Llegó a asegurar que «una mujer debería pasar un día a la semana en la cama».

No salir de las sábanas, en ciertas épocas, era incluso una manera de proclamar la libertad como mujer. Como Edith Wharton renegaba del encorsetamiento de la indumentaria victoriana, a veces se quedaba en la cama para librarse de la crinolina y del corsé. Y, de paso, escribía. No se levantó de la cama ni para soplar las velas el día que cumplió 18 años. No obstante, escribió: «La vida es siempre una cuerda floja o una cama de plumas. Dame la cuerda floja».

El investigador Darren Lipnicki, doctor en psicología de la Facultad de Ciencias de la Australian National University, quiso entender cómo influye la postura corporal –horizontal, concretamente– a la hora de crear. Lipnicki concluyó que estar tumbados nos vuelve más creativos. Para ello, pidió a 20 personas que solucionaran anagramas. La mitad de los participantes lo hicieron primero tumbados y después de pie, mientras que los otros realizaron el proceso inverso. Aquellos que resolvieron anagramas tumbados necesitaron menos tiempo (26,3 segundos) que los que lo hicieron de pie (30 segundos).

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Su investigación demostró que estar tumbado influye en la creatividad, dando lugar a un efecto similar al de un momento ahá o eureka, por la inmediatez con la que llegan las ideas. La noradrenalina tiene mucho que ver con la capacidad de atención, por lo que su papel podría ser crucial en el proceso creativo. Este neurotransmisor es, según Lipnicki, lo que nos hace pensar más o mejor cuando estamos tumbados.

Al parecer, hay algo en el mero acto de reclinarse que permite resolver problemas instantáneamente. Robert McCrum escribió en The Guardian: «Cuántas veces me habré ido a dormir con un problema sin resolver sobre una página y, al levantarme, había desaparecido mágicamente. Stephen King se refiere a este pequeño misterio como el trabajo de ‘los niños en el sótano’ (también conocido como inconsciente)». Para McCrum, que a menudo escribe en la cama, el aumento de la creatividad al estar tumbado podría tener relación con un estado en el que se está más cerca de los sueños y, por tanto, del inconsciente.

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Marcel Proust también conocía el potencial de su cama. Según Célestine, la sirvienta que nunca le vio escribir sentado ni de pie, «todo lo que escribió, salvo escasas excepciones, lo hizo apoyando la cabeza sobre almohadas y usando las rodillas como escritorio».

Vicente Aleixandre era tan adicto a su colchón como Proust. Cuando unos periodistas escandinavos le pidieron grabar su rincón creativo, les dijo: «Me temo que no va a poder ser. Usted me disculpará, pero es que escribo en la cama». Hoy la cama de Aleixandre está en Málaga. No es una cama cualquiera: en ella escribió toda su obra.

La mayoría de escritores tumbados trabajan así por elección. Pero algunos de ellos lo hicieron porque no tenían más remedio: estaban enfermos. Sin ser escritora, Frida Kahlo creó gran parte de su obra en la cama porque su salud no le permitía hacerlo de otra forma. Cuando Clarice Lispector leyó El lobo estepario –en la cama– la acometió, según decía, una fuerte fiebre que la dejó paralizada y la empujó a escribir –sin levantarse– un cuento que acabó tirando a la basura.

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Para otros escritores tumbados, el proceso fue similar: tenían por costumbre leer en su piltra y la lectura llevó a la escritura. Julio Camba vivió sus últimos años en una habitación de hotel. En una fotografía en blanco y negro aparece entre sábanas, rodeado de libros, y hablando por teléfono. Parece evidente que escribía en la cama teniendo en cuenta que lo hacía con visera y que en esa fotografía la lleva puesta. También, porque de un escritor al que los cuartos de fumadores le daban ganas de leer, las bibliotecas ganas de fumar y las camas ganas de leer, se espera que escribiera tumbado. Aunque solo fuera por rebelarse contra los escritorios.

10 Comments ¿Qué opinas?

  1. Que colección de fotos mas deprimentes. Supongo que es a lo que lleva tantos años de trabajar en casa, que al gente se degrada, se apoltrona, y acaba trabajando en la cama, como una piltrafilla.
    Un tío cuyo trabajo es escribir, y que lo hace de esa guisa , a mi me produce desprecio, veo como falta de voluntad, como molicie , como decadencia, como falta de respeto al trabajo.
    Seguramente por eso tenían todos esas pintas de viejos inútiles.

  2. Artículo encantador. Por cierto, una especie menos genial pero, supongo, mucho más numerosa es la de los que preferimos leer acostados…

  3. Así. Con chulería. Sin hacer caso a los ejemplos que dan. Y me río de tu respeto. Respeto a la escritura es escribir lo mejor posible y releer muchas veces antes de publicarlo, no esribir de traje y corbata sentado en una oficina.

  4. Hola Virgina Mendoza. Mi nombre es Héctor Fernández. Tu artículo me ha devuelto el humor y la fe en la propia «rareza»… Y al final, al ver tu reseña: quiero preguntarte si el título de tu libro es en relación con Sayat Nova. Conozco la figura de este hombre por la película de Paradjanov, que hoy, mismo día que he leído tu artículo en este e-magazine (que no leo nunca), he estado ojeando, cosa que no hago nunca. Es mi dvd. De hecho lo tengo aquí en la mesa mientras te escribo. Tremenda obra de arte.

    Me gustan las casualidades-causalidades y viceversa. Sincronicidades. Son como las miguitas de pan de Pulgarcito que dicen «sí, por aquí por aquí…». Era Pulgarcito el de las migas, no?

    Estoy en animarme a ser raro (más). Raro del todo. Cuando digo raro quizás significa loco. O real. O consecuente por la vía directa.

  5. Después de leer este artículo me entiendo mucho mejor.

    Me cuesta horrores acudir al escritorio para escribir…

  6. La postura horizontal mejora el riego sanguíneo del cerebro. Yo también escribo en la cama. Quizás algún día también me haga una foto.

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