Estos no son los festivales que buscáis

Los noventa trajeron a España el bum de los festivales de verano. El FIB era el Leonardo DiCaprio que iba en el morro de un transatlántico en el que luego han viajado el Primavera Sound, el ya difunto Summercase, Sónar y la biblia en pasta.

Sin embargo, todo el mundo sabe que es mejor navegar en barquita que en un mastodonte que va arrojando cadáveres por la borda. Porque se disfruta más de la brisa y porque uno puede saborear la quietud del mar.

Otros festivales optaron por un público de nicho y sustituyeron presupuesto por sobredosis de libertad y diversión. El ejemplo de esta filosofía de pesquero es Canela Party, algo que comenzó como una fiesta de colegas y que se ha acabado yendo de madre. «Álvaro, uno de los organizadores tocaba en un grupo de hardcore gritón. Pese a ser un rollo un poco extremo, siempre iban disfrazados y tiraban confeti y caramelos en sus conciertos», explica Beto PF, otro de los organizadores de Canela Party.

Ya tenían la idea germinal para su festival a la carta. Así, comenzaron a montar su primer cartel en 2007 con el único criterio de que las bandas serían las que les gustaban a ellos. El cartel mezcla cada año «rock salvaje, electrónica y pop». Ah, y por supuesto se nada en confeti y todo el mundo va disfrazado, bandas incluídas.

El festival, que se extiende por diferentes localizaciones en la ciudad de Málaga durante el primer fin de semana de agosto, es sostenible año tras año y «autofinanciado al 95%». Canela Party no se cierra a crecer de la mano de patrocinadores que les permitan «traer más bandas internacionales y dormir más tranquilos los días previos», pero aseguran que la filosofía y la ética seguirían siendo las mismas: que todo parezca una fiesta en la que todo el mundo se conoce y que haya confeti a capón.

Por lo pronto, este año van con Holy Fuck, Metz, Biznaga, Perlita, Wild Animals, Kokoshca, Terrier, Cómo Vivir en el Campo, Cuchillo de Fuego, Fuckaine, Kill Kill y el DJ set de Meneo. Underground, disfraces a saco y saltos desde el escenario.

En el caso del festival Monkey Week, que nació en el Puerto de Santa María y se trasladó el pasado año a Sevilla para crecer, el rollo es diferente. Igualmente alejado de los postulados macrofestivaleros, Monkey Week apuesta por tomar un barrio de Sevilla, el de la Alameda de Hércules, y llenar salas y calles de música.

En una fórmula que podría asemejarse a la del South by Southwest de Austin (Texas), Monkey Week ofrece más de cien conciertos y un encuentro para los profesionales que se dedican a promover la escena de la música independiente.

Si lo que buscas tú, esforzado festivalero de chanclas y tienda de campaña, es un festival de recinto inmenso, escenarios mastodónticos, grupos de caché millonario y servicios a precio de sangre de unicornio, estos no son los festivales que buscas.

Sí son, sin embargo, una alternativa para disfrutar de la música, sudar junto a las bandas, descubrir a los grupos que lo petarán mañana y, al fin y al cabo, enrolarte en las filas de la resistencia underground.

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