(Pie de la foto del artículo que se muestra arriba: –Pepito me escribe desde su colegio que se había quedado sin dinero…).
El presentismo es miope. La arrogancia del presente, a menudo, desprecia el pasado y olvida que es ahí donde reside su identidad genética. Es más, muchas veces, el presente hace suyas ideas, filosofías y hasta remedios de belleza que pertenecen a otros tiempos. El pasado, definitivamente, encierra mucho más presente de lo que pensamos.
Monten en la nave y vuelvan en este post, por unos minutos, a los años 30 y 40 del siglo pasado. Es un viaje totalmente arbitrario que tiene como destino una serie de páginas de la revista española Lecturas y de la alemana Signal.
Lecturas no siempre se dedicó a la crónica rosa. La publicación nació en 1921 como suplemento de arte y literatura de El Hogar y la Moda. En sus páginas se leían artículos de actualidad, relatos breves y piezas de teatro. La fundó el cubano José Fernández de la Reguera en una época en la que el periodismo se describe exactamente igual a la forma en que se hace hoy.

El periodista Miguel Toledano, en un artículo publicado en el número de febrero de 1933 de este mensual por la muerte del editor, relata que De la Reguera dejó sus estudios de Filosofía y Letras “llevado por su invencible afición al periodismo, profesión engañadora e ingrata, en la que, como los más de los que a ella se consagran con amor de apasionado, logró más satisfacciones de índole sentimental que provechos materiales”.
“En los tiempos en que Fernández de la Reguera fue periodista eran las empresas pobres, los tirajes de los diarios muy limitados y los sueldos de los redactores muy mezquinos”, continúa. “El periodista era una especie de héroe, que había de conformarse, como único beneficio, con la gloria que pudieran producirle sus artículos”.
La precariedad actual del periodismo no es inédita. Es cíclica. El pasado se rompe y se recompone continuamente. Y, así, los años finales del siglo XIX vuelven a estar de absoluta actualidad o, en términos estoicos y nietzscherianos, esto no sería más que otra vuelta del eterno retorno.
Signal es una publicación quincenal dirigida por la Fuerza de Defensa, las fuerzas armadas de la Alemania nazi desde 1935 a 1945, que se hizo famosa en toda Europa por la calidad y el tratamiento de sus fotografías.

Bicicleta. La letanía actual del uso de la bici para moverse por las ciudades españolas tiene su espejo en la Alemania de los años 40. Entonces el ejemplo era Dinamarca, Holanda y Francia. Signal publica un reportaje sobre la conveniencia de utilizar este vehículo que mueve, incluso, a los filósofos. En la imagen de abajo, a la derecha, el pie de foto dice: “Un philosophe à vélo” (Un filósofo en bicicleta). No dice su nombre pero, si no es Jean-Paul Sartre, sería su clon. (Signal, enero 1941)

Naturaleza en la ciudad. La literatura sobre la necesidad de devolver la naturaleza a los centros urbanos tampoco es nueva. El siglo XX nació a la vez que se publicaba el libro Ciudades Jardín del mañana, del sociólogo Ebenezer Howard (1850-1928). Este movimiento urbanístico tuvo su reflejo en muchas ciudades de Europa (entre ellas, Madrid, Málaga o Almería) pero, a la vez, fueron creciendo barrios de cemento y ladrillo alejados totalmente de la tierra y las plantas.

Vegetarianismo. El eterno retorno de las teorías sobre la supremacía del valor nutricional de las frutas y verduras en la dieta humana aparece en un ejemplar de Signal del año 1941. Este artículo ensalza la dieta vegetariana con este argumento: “El filósofo alemán Nietzsche dice que hay más sensatez en nuestro abdomen que en nuestra cabeza. Fue ciertamente el discernimiento del vientre el que se dirigió hacia las frutas y hortalizas”.
“Durante los últimos años del siglo XIX se consumían anualmente en Alemania, por cabeza, unos 20 kilogramos de verduras. Entre 1905 y 1913, la cifra se elevó ya a 37 kilogramos y en 1933 había llegado a 50”, prosigue. “Los vegetarianos habían introducido algunas nuevas bebidas que eran, en realidad, ya antiguas. [Eterno retorno otra vez] Aunque se hubieran desvanecido de la memoria humana: el mosto dulce de los frutos en baya y en racimo. Al principio, un hombre ‘honorable’ se avergonzaba de catar estas bebidas infantiles. Durante los primeros 20 años de la vigésima centuria, su producción en Alemania llegó trabajosamente a 2,5 millones de litros anuales. En 1937 se consumieron 88,5 millones, es decir, 35 veces más”.

Lentes. En los años 40 ya existían las lentillas. Incluso las de colores. Para los David Bowies que quisieran esconder que el ojo derecho no copiaba la tonalidad del izquierdo. “¿No pudo decidirse la naturaleza al dar el color de los ojos a esta joven muchacha”, se pregunta este anuncio.
“Las gafas y la armadura son indispensables para los enfermos de la vista, pero a las mujeres no les gusta llevarlas. La industria óptica alemana ha creado para ellas los cristales adherentes que reciben el pulimento correspondiente para cada defecto de la vista», continúa el texto de esta publicidad de un número de Signal publicado en 1941.
«Se colocan debajo de los párpados, son completamente invisibles y cómodas de llevar, cuando al cabo de algunos días se ha acostumbrado uno a llevarlos. Para los ojos sensibles a la luz existen también cristales de color que amortiguan la luz y convierten los ojos azules en castaños”.
Antes y después. El ultrautilizado esquema clásico del ‘antes y después’ para mostrar los efectos de los productos milagro es, como mínimo, centenario. He aquí un ejemplo publicado en la revista Lecturas de enero de 1935.
«Las Grasas Superfluas Se Han Eliminado», asegura el anuncio. «Y es que [aquí podemos constatar que este terrible latiguillo periodístico es centenario] GELEE MITZA es diferente a todo lo que existe para adelgazar. Es el resultado admirable de laboriosos estudios realizados en laboratorios de alta reputación por científicos especializados».

Y, para terminar, una viñeta de Signal de marzo de 1941 que retrotrae poderosamente al presente: «Plutocracia».

Este artículo se cierra con un próximo capítulo dedicado en exclusiva a la literatura sobre la mujer en la primera mitad del siglo XX.
El presentismo es miope. La arrogancia del presente, a menudo, desprecia el pasado y olvida que es ahí donde reside su identidad genética. Es más, muchas veces, el presente hace suyas ideas, filosofías y hasta remedios de belleza que pertenecen a otros tiempos. El pasado, definitivamente, encierra mucho más presente de lo que pensamos.
Monten en la nave y vuelvan en este post, por unos minutos, a los años 30 y 40 del siglo pasado. Es un viaje totalmente arbitrario que tiene como destino una serie de páginas de la revista española Lecturas y de la alemana Signal.
Lecturas no siempre se dedicó a la crónica rosa. La publicación nació en 1921 como suplemento de arte y literatura de El Hogar y la Moda. En sus páginas se leían artículos de actualidad, relatos breves y piezas de teatro. La fundó el cubano José Fernández de la Reguera en una época en la que el periodismo se describe exactamente igual a la forma en que se hace hoy.

El periodista Miguel Toledano, en un artículo publicado en el número de febrero de 1933 de este mensual por la muerte del editor, relata que De la Reguera dejó sus estudios de Filosofía y Letras “llevado por su invencible afición al periodismo, profesión engañadora e ingrata, en la que, como los más de los que a ella se consagran con amor de apasionado, logró más satisfacciones de índole sentimental que provechos materiales”.
“En los tiempos en que Fernández de la Reguera fue periodista eran las empresas pobres, los tirajes de los diarios muy limitados y los sueldos de los redactores muy mezquinos”, continúa. “El periodista era una especie de héroe, que había de conformarse, como único beneficio, con la gloria que pudieran producirle sus artículos”.
La precariedad actual del periodismo no es inédita. Es cíclica. El pasado se rompe y se recompone continuamente. Y, así, los años finales del siglo XIX vuelven a estar de absoluta actualidad o, en términos estoicos y nietzscherianos, esto no sería más que otra vuelta del eterno retorno.
Signal es una publicación quincenal dirigida por la Fuerza de Defensa, las fuerzas armadas de la Alemania nazi desde 1935 a 1945, que se hizo famosa en toda Europa por la calidad y el tratamiento de sus fotografías.

Bicicleta. La letanía actual del uso de la bici para moverse por las ciudades españolas tiene su espejo en la Alemania de los años 40. Entonces el ejemplo era Dinamarca, Holanda y Francia. Signal publica un reportaje sobre la conveniencia de utilizar este vehículo que mueve, incluso, a los filósofos. En la imagen de abajo, a la derecha, el pie de foto dice: “Un philosophe à vélo” (Un filósofo en bicicleta). No dice su nombre pero, si no es Jean-Paul Sartre, sería su clon. (Signal, enero 1941)

Naturaleza en la ciudad. La literatura sobre la necesidad de devolver la naturaleza a los centros urbanos tampoco es nueva. El siglo XX nació a la vez que se publicaba el libro Ciudades Jardín del mañana, del sociólogo Ebenezer Howard (1850-1928). Este movimiento urbanístico tuvo su reflejo en muchas ciudades de Europa (entre ellas, Madrid, Málaga o Almería) pero, a la vez, fueron creciendo barrios de cemento y ladrillo alejados totalmente de la tierra y las plantas.

Vegetarianismo. El eterno retorno de las teorías sobre la supremacía del valor nutricional de las frutas y verduras en la dieta humana aparece en un ejemplar de Signal del año 1941. Este artículo ensalza la dieta vegetariana con este argumento: “El filósofo alemán Nietzsche dice que hay más sensatez en nuestro abdomen que en nuestra cabeza. Fue ciertamente el discernimiento del vientre el que se dirigió hacia las frutas y hortalizas”.
“Durante los últimos años del siglo XIX se consumían anualmente en Alemania, por cabeza, unos 20 kilogramos de verduras. Entre 1905 y 1913, la cifra se elevó ya a 37 kilogramos y en 1933 había llegado a 50”, prosigue. “Los vegetarianos habían introducido algunas nuevas bebidas que eran, en realidad, ya antiguas. [Eterno retorno otra vez] Aunque se hubieran desvanecido de la memoria humana: el mosto dulce de los frutos en baya y en racimo. Al principio, un hombre ‘honorable’ se avergonzaba de catar estas bebidas infantiles. Durante los primeros 20 años de la vigésima centuria, su producción en Alemania llegó trabajosamente a 2,5 millones de litros anuales. En 1937 se consumieron 88,5 millones, es decir, 35 veces más”.

Lentes. En los años 40 ya existían las lentillas. Incluso las de colores. Para los David Bowies que quisieran esconder que el ojo derecho no copiaba la tonalidad del izquierdo. “¿No pudo decidirse la naturaleza al dar el color de los ojos a esta joven muchacha”, se pregunta este anuncio.
“Las gafas y la armadura son indispensables para los enfermos de la vista, pero a las mujeres no les gusta llevarlas. La industria óptica alemana ha creado para ellas los cristales adherentes que reciben el pulimento correspondiente para cada defecto de la vista», continúa el texto de esta publicidad de un número de Signal publicado en 1941.
«Se colocan debajo de los párpados, son completamente invisibles y cómodas de llevar, cuando al cabo de algunos días se ha acostumbrado uno a llevarlos. Para los ojos sensibles a la luz existen también cristales de color que amortiguan la luz y convierten los ojos azules en castaños”.
Antes y después. El ultrautilizado esquema clásico del ‘antes y después’ para mostrar los efectos de los productos milagro es, como mínimo, centenario. He aquí un ejemplo publicado en la revista Lecturas de enero de 1935.
«Las Grasas Superfluas Se Han Eliminado», asegura el anuncio. «Y es que [aquí podemos constatar que este terrible latiguillo periodístico es centenario] GELEE MITZA es diferente a todo lo que existe para adelgazar. Es el resultado admirable de laboriosos estudios realizados en laboratorios de alta reputación por científicos especializados».

Y, para terminar, una viñeta de Signal de marzo de 1941 que retrotrae poderosamente al presente: «Plutocracia».

Este artículo se cierra con un próximo capítulo dedicado en exclusiva a la literatura sobre la mujer en la primera mitad del siglo XX.