Los tiempos cambian. Hace años, lo habitual era que el fan que quería ver de cerca a su artista preferido tirase de paciencia e hiciese cola a las puertas del recinto de turno para poder hacerse con un buen sitio cerca del escenario. Si más que fan era fanático, también haría guardia después de la actuación para intentar saludar a su ídolo o pedirle un autógrafo cuando este abandonase el local.
Afortunadamente para algunos, los encuentros entre fan y estrella se facilitan bastante desde hace un tiempo. Aunque a golpe de talonario. Sorprendente o no, cada vez son más las personas dispuestas a pagar una millonada por la posibilidad de darle la mano o sacarse una foto con su artista preferido.
Las promotoras de conciertos y los propios músicos lo saben, y es lógico que traten de sacar el máximo partido al asunto. Así, la mercantilización de experiencias, donde se ofrece a los mitómanos pudientes la posibilidad de adquirir tickets que les garanticen una plaza en primera fila (a pie de escenario) o un encuentro fugaz con su ídolo, es ya una práctica habitual.
Beatriz de la Guardia, directora de comunicación de la promotora de conciertos y agencia de management Planet Events, señala que, desde que empezó a trabajar en la industria, siempre existió ese interés por satisfacer a parte de la peña groupie. «Los Beatles, que es mi grupo favorito, ya hacían Meet & Greet (M&G) y fan club performances en los 60. A finales de los 90, era algo superexclusivo y a lo que habitualmente no se podía acceder pagando».
Cuenta que, cuando aún no existía ni internet, esos encuentros solían sortearse a través de la edición impresa de alguna revista o de la radio. «Recuerdo uno en concreto con el grupo musical Hanson que realizaba el antiguo programa de Tony Aguilar, Fan Club, en Los40. Sorteaban un viaje a Nueva York para asistir a un show del grupo y conocer a la banda. Tenías que participar a través de un concurso, adivinando una canción», comenta.
Pero también había otra forma de acceder a las celebrities: siendo presidente de su club de fans. «El artista suele sentirse muy agradecido con las personas que hacen un trabajo así, sin ánimo de lucro. Ahora todo ha cambiado. Para mí, es menos exclusivo. Primero porque hay más plataformas y medios que pueden sortear este tipo de acciones y, segundo, porque algunos artistas dan la posibilidad de acceder a este tipo de experiencias pagando», argumenta con cierta nostalgia la periodista.
De mitomanía también sabe un poquito Gay Mercader, promotor musical con 47 años de carrera, que consiguió integrar a España en el circuito internacional del rock. De hecho, logró traer a los Rolling Stones en junio de 1976, cuando el país aún carecía de infraestructuras para este tipo de eventos. Confiesa que «hoy día sigo siendo amigo de muchos artistas porque empecé cuando eran solo músicos y no leyendas».
De hecho, comenzó a trabajar con la banda británica a la que tanto admira cuando todo era más familiar y aún llevaban ellos sus propias maletas.
Mercader cuenta que, entonces, no se cobraba por este tipo de encuentros con el artista. «Ellos nos ofrecían la posibilidad de hacer un M&G, nosotros les pasábamos una lista de amigos, gente importante o compromisos, y ellos daban el visto bueno», explica el protagonista de Tour Posters Gay Mercader 1971/17 (Corre La Voz) –una magnífica recopilación de pósteres originales de los más importantes conciertos de música celebrados en España en aquellos años–.
Y esos afortunados eran los que tenían la posibilidad de acceder (brevemente) al artista: «Pero aquello era un visto y no visto. Entraban, les saludaban y se iban».
En lo de la brevedad no han cambiado mucho las cosas, todo sea dicho de paso. Para aquellos a los que les suene a chino, un M&G es (básicamente) un encuentro privado donde la persona tiene la posibilidad de hacerse una foto con su artista preferido e intercambiar unas palabras con él. Un evento que se oferta hoy día como una forma promocional más, algo que los groupies agradecen bastante.
Normalmente, estos encuentros forman parte de paquetes vips limitados (muy habituales en Estados Unidos y cada vez más populares en Europa), que se suelen agotar al poco tiempo de ponerse a la venta y que suelen incluir, además, otras experiencias como el acceso a la prueba de sonido, una localidad en un lugar muy cerca del escenario (como las famosas entradas Golden Ticket) o, incluso, un catering.
Y no cabe duda de que suponen una fuente de ingresos extra para las celebridades, que en cuestión de unos años han visto reducidas sus ganancias de forma importante debido a la caída de ventas de discos físicos, la piratería y el auge de las plataformas de streaming.
«[El M&G] Es una moda fomentada por algunos medios de comunicación, siguiendo la ola de entrar en la vida del famoso, y que ha dado lugar a tantos reality shows», asegura el psicólogo especialista en mitomanía Juan Moisés de la Serna. «No sería más que un paso en ese sentido, y para el famoso, una forma de promocionarse».
Los efímeros encuentros suelen producirse justo antes o después del concierto, en algún espacio habilitado a tal efecto en eso que llaman backstage. Cuentan con la presencia de varias personas, como el personal de seguridad o los coordinadores, contratadas con el fin de poner un poco de orden y procurar que aquello no se eternice. De hecho, por un tema de eficiencia y como norma general, los fans no tienen permitido tomar la foto por sí mismos, y es raro que se les deje pedir autógrafos al artista.
¿Disfrutan de la experiencia a partes iguales fan y estrella? No está claro. Muchos artistas intentan mostrarse profesionales y tratan de hacer pasar un ratito inolvidable a sus devotos. «Yo trabajo con artistas que se toman muy en serio el conocer a sus seguidores», explica De la Guardia, que pone como ejemplo al grupo Maná o al cantante y compositor colombiano Maluma, con quien ha tenido la oportunidad de realizar tres giras.
«Maluma se toma su tiempo para estar con ellos, se hace una foto con cada uno, siempre tiene su momento especial para su club de fans y para los más necesitados. He visto cómo se ha preocupado personalmente de atender a niños con enfermedades de mal pronóstico que provienen de alguna asociación. ¡Y él mismo tiene una!».
Pero no todo es una escena de La casa de la pradera. También hay otros artistas que no disimulan su falta de ganas (o interés) antes o después de una agotadora actuación. Justin Bieber, por ejemplo, decidió en 2016 cancelar todos sus M&G futuros porque aseguró que los encuentros previos a los conciertos que mantenía con sus fans le dejaban «agotado mental y emocionalmente hasta el punto de la depresión».
Los fans de la artista canadiense Avril Lavigne tuvieron la posibilidad de saludar y hacerse una foto con su ídolo, previo pago de 400 dólares, en la gira que esta realizó por Brasil en 2014. Sin embargo, la alegría inicial se tornó en decepción para muchos de ellos cuando la seguridad del evento les advirtió de que no podrían tocar a la cantante. Las fotos de los resignados fans, posando a un metro de distancia de la artista, dieron la vuelta al mundo y le llovieron las críticas a la princesa del pop punk.
También en 2014, Britney Spears se embarcó en una residencia de conciertos de dos años en Las Vegas. Sus fans tuvieron la oportunidad de verla actuar en primera fila, recibir un paquete con productos de merchandising y saludar después a la polémica artista por la módica cantidad de 2.500 dólares.
Ese encuentro, de apenas unos segundos, consistió en un rápido saludo y en la imagen de Britney posando para la foto junto al fan de turno con una sonrisa más falsa que un duro sevillano. Su desgana se volvió tan icónica que se llegó a crear un Tumblr llamado Britney hates her fans.
Viendo el panorama, uno se pregunta quién decide entonces si un artista hará M&G con sus fans o pasará del tema. «Se trata de una acción promocional y, por lo tanto, tiene que estar aprobada por parte de management y, por ende, del artista», apunta De la Guardia. «A veces somos los promotores los que los solicitamos como parte de nuestra estrategia de comunicación y, en otras ocasiones, es el propio manager el que nos la ofrece».
Y apostilla que, en ciertas ocasiones, esos encuentros son organizados por el propio artista desde su página web. En esos casos, la recaudación no va a parar a manos del promotor, sino del propio artista y sus representantes. «Eso sí, hay que destacar que, en ocasiones, el artista lo hace para destinarlo parcial o íntegramente a una ONG a la que pertenece».
De todo, como en botica
Muchos fans quedan encantados con la experiencia y repiten en futuras oportunidades. Pero también hay veces en que se producen momentos más que incómodos en el backstage y el momento dulce se torna decepcionante.
Algunos entregados fans, que han desembolsado una fortuna para poder tener su minuto (literal) de gloria, consideran que el que paga, manda. Y, por eso mismo, tienden a saltarse las estrictas normas impuestas por los organizadores del momentazo (reglas como «nada de dar regalos», «no tocar al cantante sin su permiso» o «no hacer peticiones que excedan el saludo-foto express»), saliendo escaldados del evento.
«En la mayoría de las ocasiones se produce un desencanto, por no decir desilusión, ya que [el fan] se encuentra cara a cara con la persona y no tanto con el personaje, es decir, un gran cantante no tiene por qué ser alguien amable o ni siquiera tener una gran conversación», comenta De la Serna.
«Las personas con un nivel de mitomanía normal suelen extrañarse de cómo una persona tan normal pueda haber llegado a ser tan famoso y admirado. Las personas con una mitomanía elevada no se fijan en nada más que en que está en presencia de su ídolo, independientemente de lo que diga o haga».
Esto es justo lo que le ocurrió este verano a una fan española de Britney Spears, que denunció públicamente que rozó la cintura de la celebridad (bastante incómoda siempre con este tipo de encuentros) y que eso le costó que la seguridad de la artista la escoltase hasta la puerta de salida por expreso deseo de una furiosa Spears.
«Es habitual que los mitómanos confundan la vida privada y pública, y que crean que alguien es de una forma porque así actúa en sus películas o canta en el escenario, sin conocer quién está detrás realmente», comenta el psicólogo sobre la tendencia a mitificar a una persona. «Un mitómano considera que su ídolo es alguien conocido, casi familiar, y de ahí que no tenga problema en tocarle y besarle. Pero para el famoso o artista, la otra persona es un desconocido, de ahí que no quiera tocarlo o besarlo».
Está claro que, para gustos, los colores. No serán pocos los que pagarían lo que fuese por averiguar a qué huele su ídolo de juventud. Pero tampoco faltarán los que prefieran seguir idealizando platónicamente a su estrella preferida para evitar llevarse un gran chasco.