‘Not all men’ tenía razón: Una oportunidad al feminismo reconciliador

feminismo reconciliador

Hace no mucho me encontré por primera vez después de algunos años con una feminista de las que yo fui. Compartíamos un espacio de diálogo, simpático y entre amigas, sin ningún hombre en el grupo. Como era la primera vez que esta chica estaba con nosotras, creo que quiso hacer con muchos de sus comentarios toda una declaración de intenciones, un resumen de su personalidad. Ofrecernos en pocas palabras una carta de presentación.

Su opinión feminista se centraba bastante en lo mal que los hombres hacían todo. En cómo mentían, lo inútiles que son. En cómo eran peligrosos y en cómo su mera presencia le desagradaba. Hubo cierto silencio en el circulo porque, a fin de cuentas, estaba hablando fatal de un porcentaje altísimo de la población. Y claro, asentir a todas esas afirmaciones era mucha tela.

Después de la reunión, cuando me quedé a solas con otra de las amigas con las que habíamos estado —una más íntima—, no pudimos evitar comentar. Esta chica parece que odia a todos los hombres, ¿no? Estábamos en parte sorprendidas y en parte enfadadas. Era, en definitiva,
bastante sorprendente porque jamás nos habríamos imaginado usando esas palabras tan juntas ‘mujer-odia-hombres’, pero al mismo tiempo parecía ser cierto y ya no nos parecía bien.

Ambas tenemos parejas que son chicos, no negamos el sesgo de género en su educación, pero llamarles abiertamente inútiles, insoportables o malos nos parecía un insulto que no se merecen. Hace unos años yo me habría respondido enfadada a estas palabras que ahora escribo.
Diciendo que, cuando hablamos de los problemas del mundo y de los que afrontan las mujeres, los causantes no son todos los hombres, pero sí que todos son hombres. Es decir, que no todos los hombres son malos, pero que siempre que pasa algo malo ha sido un hombre quien lo ha
hecho. Not all men, but always a man.

Sé que estoy generalizando cuando ahora mismo digo algo. Pero es que era así. El pensamiento de que los hombres eran el único mal del universo caló tan hondo que no había maldad o desventura que no se le pudiera achacar a un hombre.

Yo estuve ahí durante años. Y me dejó una huella psicológica difícil de borrar. En parte, no me arrepiento, porque ese feminismo significó romper con una niña demasiado buena que necesitaba crecer. El feminismo me dio algo que odiar: el machismo. Pero terminé odiando mal, a los hombres. Odiar a los hombres significaba que yo podía ser más fuerte que ellos, que podía por fin enfadarme mucho —con cualquier hombre, como si fuera la personificación de todo un sistema—. También significaba que podía equilibrar una balanza en la que yo ya no quería ser la víctima, sino fuerte, mucho más fuerte. Y más lista, y con mejor inteligencia emocional y mejor saber hacer. Y, claro, al fin de cuentas, ¿qué sabían ellos? Si todas las cosas las hiciera una mujer, las haría mejor, pensaba. Pero claro, no es así.

No sé cuándo empecé a darme cuenta de que esta forma de ver el mundo no me había hecho valiente sino temerosa. Una víctima de mi propia realidad, en la que me encontraba completamente obsesionada con la idea de estar en peligro. Este miedo superaba con creces al peligro real y me impedía valorar realmente cuánto me exponía al mismo. Todo era peligroso. Estaba siempre alerta.

En aquella época, una voz se instaló en mi mente. No fueron las gafas moradas. Era algo que iba mucho más allá. Eran las gafas ultravioletas, era una hooligan del feminismo. Cuando veía una actitud interpretable como machista, sacaba toda clase de conclusiones, sin importar cómo de alejado estaba el hecho de la conclusión. De pronto, un hombre que me sujetaba la puerta era seguramente un violador y un maltratador en su casa. Era odio, odio que cubría un miedo profundo. Leer la vida así no era solo injusto (posiblemente el hombre que me abría la puerta no era un potencial asesino machista), también era especialmente dañino. Asumir lo peor de todos los hombres como norma me alejó de aquellos hombres a los que sí me quería acercar.

 

feminismo reconciliador

Mis amigos, mis parejas. No podía ver todo lo positivo en ellos. El recelo y la desconfianza estuvo (y a veces aún está) presente. ¿Cuándo me traicionarán? ¿Cuándo se aprovecharán de mí, de mis cuidados? ¿Estoy maternando? ¿Es esto una broma o una falta de respeto? ¿Me
valora este amigo o solo quiere follarme?

Ahora me pregunto, ahora que sé que hay hombres buenos, sensibles, emocionalmente validos y cuidadores en mi entorno, ¿cómo de injusto es haber pensado que este amigo no me quiere por todo lo que hemos vivido? ¿Cómo de injusto es haber interpretado nocivamente cada acción de mi pareja durante tanto tiempo? Ellos son en realidad los hombres que hacen falsas las generalizaciones sobre cómo son o cómo no son todos los hombres. Esperar lo peor de cada uno de ellos e ir confiando poco a poco es una estrategia que ha resultado equivocada.

Aún ahora esa voz hooligan que aún resuena en mi cabeza me está juzgando, horrorizada por verme escribir todo esto. Tengo que parar y decirle algo. Tengo que parar y calmarla. Tranquila, no estoy diciendo que el machismo no exista. No estoy diciendo que el feminismo sea malo o innecesario. No estoy dándole herramientas al machismo para atacar al feminismo. Tenemos que ser críticas. No solo porque sea feminismo, es feminismo bueno. Se tranquiliza. Ya hemos madurado.

Ahora ambas, la hooligan y yo, entendemos mensajes más complejos, alejados de la polarización, del blanco o negro, de los absolutismos, de las generalizaciones. Nos estamos reconciliando con la realidad. Sigue siendo dura. Pero ya no tenemos tanto miedo. Ya no sacamos la artillería pesada con cualquiera. Ahora queremos confiar y reflexionar mejor. Queremos darle una oportunidad a cada uno de los hombres con los que nos crucemos. Posiblemente sean buenos. Habrá que conocerlos para saberlo.

¿Qué opinas?

Último número ya disponible

#142 Primavera / spring in the city

Sobre nosotros

Yorokobu es una publicación hecha por personas de esas con sus brazos y piernas —por suerte para todos—, que se alimentan casi a diario.
Patrick Thomas

Suscríbete a nuestra Newsletter >>