Festivalet: fotos inmortales y otros motivos para defender la artesanía

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Las fotos se toman, se suben a las redes y, en una semana, se olvidan para siempre. El formato digital, casi el único que se usa ya, no sirve para la posteridad. Pero hay una técnica con siglo y medio de antigüedad que todavía se emplea para que los recuerdos y la belleza de un momento puedan pasar de generación en generación. Es una isla de artesanía en el océano de lo digital.

«La técnica del colodión húmedo es poco conocida, pero se creó 12 años después de la invención misma de la fotografía», explica Martí Andiñach, maestro de esta técnica. «A nuestros tataranietos llegarán miles de gigas de fotos nuestras, estas placas, a diferencia de tantos ceros y unos, serán fácilmente accesibles: pueden llegar a vivir 200 o 300 años sin deteriorarse», razona.

Conllevan un proceso lento y mimoso. Por ejemplo, para poder poner en práctica su alquimia fotográfica en la feria artesanal barcelonesa El Festivalet (15 y 16 de diciembre, en el Museo Marítimo de Barcelona), Andiñach tendrá que trasladar un laboratorio ambulante: «La cámara oscura para trabajar con luz roja, los químicos, el instrumental, las placas…». Será como si los asistentes encogieran a un tamaño milimétrico y se colaran dentro de una cámara polaroid para ver todo el proceso.

Se trabaja con químicos: nitratos de plata, bromuro de cadmio, éter puro… Hay que comprarlos por separado y seguir las fórmulas escritas hace 150 años: «No dependemos de una industria o de una marca», apunta Andiñach.

El símil con la polaroid no es gratuito, el retrato con colodión húmedo se realiza a contrarreloj. «Cuando empiezas el proceso tienes unos 15 o 20 minutos para hacerlo todo: tomar la placa virgen en la que emulsionas el químico, volver la emulsión sensible a la luz con una solución de plata, colocarla en la cámara, hacer la foto, revelar…».

El trabajo de Andiñach, que, además de manufacturar retratos, impartirá un taller de colodión húmedo, resume el espíritu de El Festivalet: la proximidad, la escucha, el aprendizaje, el enriquecimiento mutuo entre público y artesanos.

Andiñach persevera con su laboratorio en tiempos de frenesí fotográfico digital. Se vio seducido por la belleza de las placas. Aclara que en las fotos que cuelga en Instagram de su trabajo es imposible captar la magia real, directa, física de esta técnica decimonónica.

El motivo es la forma en que procesan materiales: «En las fotografías que conocemos partimos de un papel blanco en que la placa estimulada se vuelve negra, aquí partimos de un soporte totalmente negro y lo que nos da las luces es la plata pura. Si tienes una de estas fotos en tus manos, ves que los claros son de plata reflejando luz, como ocurre con una joya», sintetiza.

A veces, quienes acuden a su laboratorio, lo hacen estimulados por alguna de las muestras de su trabajo en Instagram. Van para hacerse una foto y durante una hora descubren una experiencia que solo es posible gracias a la necesidad de la presencia física. Esa confirmación del sentido de comunidad que abriga la historia de cada objeto es una de las esencias de la feria que este año celebra su undécima edición.

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Fue una idea de Alicia Roselló y Elisa Riera. La primera incursión fue en 2009. Empezaron con ocho mesas. Estas navidades habrá 100 puestos. «Decidimos crear un espacio donde la gente pudiera comprar directamente, sin intermediarios y conociendo a los creadores. Somos el cometa Halley de las ferias, lo hacemos solo una vez al año, en fiestas, para que la gente compre sus regalos de Navidad», explica Roselló.

El Festivalet se guía por una idea de consumo consciente. «La gente ahora se plantea a quién le da su dinero y se pregunta cuántos kilómetros ha hecho el producto hasta llegar a sus manos. Cuando ves que las cosas salen muy baratas en comparación con todo el trabajo que llevan, empiezas a plantearte por qué y de dónde vienen. Decidir a quién das tu dinero es un acto político», defiende Roselló.

Son, además, productos originales, imposibles de encontrar en circuitos comerciales habituales. «La mayoría está solo en una o dos tiendas pequeñitas y online. A veces, son de una sola tirada».

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El Museo Marítimo de Barcelona será también un lugar para el intercambio de ideas. «El público se interesa y pregunta mucho. Es el momento de mostrar el cómo lo hacemos, que muchas veces se pierde por el camino. Es una oportunidad para hablar con un montón de gente en primera persona», reconoce Andiñach.

Compartir con el público y con los compañeros… El Festivalet recibe cada año a muchísimos profesionales en busca de inspiración. «Tuvimos que crear un pase profesional, de diez a once, antes de la apertura general. Vienen muchos estilistas, diseñadores de moda, interioristas; se fían de nuestra selección. Hay personas que eran clientes y pasaron a participar, y también nacieron marcas a través de relaciones que se fraguaron en el marco del evento», sintetiza Roselló.

Serán 100 productores, pero recibieron 700 propuestas. La selección es uno de los retos principales. ¿Los criterios? «Que esté hecho a mano, en pequeños talleres cercanos, que sea sostenible, que la marca tenga una buena puesta en escena: una marca es mucho más que hacer un producto…».

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Este año es el primero en que celebran talleres. Además del de Andiñach, distintos profesionales enseñarán a trabajar calcas cerámicas, carvado de sellos, macramé o papercraft. También se impartirá Un negocio sin rentabilidad es un hobby muy caro, para que las pasiones artesanales disfruten de un desarrollo práctico fructífero.

El Festivalet seguirá naciendo periódicamente cada año con el objetivo de llenar los árboles de Navidad de regalos diferentes, pero a partir de esta edición, se creará una versión 365 días online para que los vínculos entre creadores y clientes puedan mantenerse a lo largo de las estaciones.

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