¿Puede la filosofía mejorar tu empresa?

No subestimen a Platón. Tampoco a Sócrates ni a Sun Tzu. La enseñanza tradicional desplazó sus pensamientos a un limbo lejano. Un lugar ajeno al suelo, desterrado del día a día. Estableció un divorcio entre sus pensamientos y la mecánica de la vida cotidiana. Parecía incluso que el filósofo debía campar por una dimensión distinta al resto de los humanos. Viviría en las nubes mientras los humanos trabajaban en la Tierra.

Ese divorcio expulsó a la filosofía del tablero de decisiones del mercado y la producción. Las empresas la proscribieron y durante mucho tiempo se recluyó a la Academia. La disciplina quedaría para los libros de texto y los pensadores que vivían recluidos en sus ideas. La filosofía, en cierto modo, también se había encerrado en sí misma. Muchos autores, durante largo tiempo, utilizaron un lenguaje oscuro para mantener la distancia entre la almena y el patio de armas.

En la segunda mitad del siglo XX la cosa empezó a cambiar. Gerd B. Achenbach fundó en 1981 un movimiento de filosofía aplicada y, desde entonces, esta disciplina empezó a entrar, tímidamente, en el terreno de juego en Alemania y después, EEUU y otros países de Europa.

“En España la filosofía se trata con cierta necrofilia. Muchos autores escriben y reescriben las palabras de filósofos muertos pero nunca aportan una aplicación final. Muchos filósofos académicos basan su discurso en citarse entre sí para obtener reputación y no salen de ahí”, indica Eduardo Román. “Nosotros creemos en la filosofía de combate. La que ofrece herramientas a las personas para que puedan tener un pensamiento libre. No es lo mismo un artista que la historia del arte, ¿verdad? Igual ocurre con la filosofía. No es lo mismo estudiar su historia que aplicarla a un reto”.

Román, Mª Ángeles Quesada y Ada Galán se dedican justamente a eso. Los tres fundaron un “laboratorio filosófico” llamado Equánima desde el que pretenden llevar las enseñanzas de la filosofía, durante decenas de siglos, a la vida actual. A las empresas y a las personas. Intentan que la “filosofía rompa con esa imagen de naftalina”, como dice Quesada, y entre en la actividad empresarial, política y social.

e3La filosofía, aseguran, debería estar por todas partes porque su función es enseñar a pensar. Muchos la desprecian porque no la conocen. Porque nunca se encontraron con ella en los pasillos de una ferretería. “A veces me preguntan: ¿Para qué sirve la filosofía? Y yo les contesto: ¿Para qué sirve pensar”, comenta Román.

Las empresas llevan décadas buscando la mejor forma de pensar. Utilizan métodos como coaching, design thinking o la innovación abierta, pero pocas veces se han planteado recurrir a la filosofía. El olor a naftalina parece seguir en el ambiente. Meter esta disciplina en una compañía supondría poner sus retos y sus problemas encima de la mesa y pasarlos por distintos tipos de pensamiento. Desde el utópico al más pragmático para descubrir esas ideas que jamás aparecen en el pensamiento rectilíneo de la inercia de oficina.

“Trabajamos con el racionalismo socrático y el pensamiento utópico, distópico, creativo, crítico…”, explica Quesada. “Utilizamos todas estas herramientas que la humanidad ha ido descubriendo a lo largo de los siglos para ayudar a pensar a una persona, una empresa o una organización. Las mejores soluciones se encuentran después de un buen ejercicio de pensamiento y las mejores respuestas se hallan detrás de buenas preguntas. La filosofía es una fuente inagotable de conocimiento y al aplicarla a una empresa hace que su visión sea más humanista”.

La idea de crear esta fundación surgió cuando Quesada volvió de estudiar en Inglaterra. Allí muchas empresas habían abierto las puertas a la filosofía. Aquí todavía era un argumento de ciencia ficción, pero, poco a poco, “algo está cambiando”, opina. “La filosofía está en el aire y cada vez hay más personas que creen que el pensamiento es algo muy valioso”.

Equánima nació como una fundación porque, además de trabajar para empresas, organizan “proyectos altruistas y gratuitos para la sociedad”, indica Quesada. “Estamos a caballo entre las acciones sin ánimo de lucro, las lucrativas, las pedagógicas, las divulgativas…”.

Por el momento han trabajado para grandes compañías y pymes. Dicen que las más receptivas son las empresas nuevas, las tecnológicas y las de menor tamaño. Los individuos también empiezan a interesarse por estos servicios como una herramienta para ayudarles en su vida personal. La orientación no tiene nada que ver con la psicología. En estos servicios particulares el reto es ayudar a pensar mejor y los temas abarcan desde un proyecto personal al propio sentido de la vida. “La psicología está planteada como un proceso. Los debates filosóficos no se plantean como una cura de nada. Lo que hacemos es empoderar a esa persona y facilitar que piense bien”.

Diógenes se metió en una tina a pensar y dejó planteamientos geniales para la posteridad. Hoy se puede sustituir aquel lugar por un café agradable e intentar llegar a conclusiones donde la inercia del pensamiento no alcanza. “Necesitamos recuperar la figura de Diógenes”, dice Román. “Faltan bufones que nos hagan pensar”.

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El filósofo Diógenes (404-323 a.C.), en una pintura de Jean-Léon Gérôme. Wikimedia.org, reproducido bajo licencia CC

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Patrick Thomas

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