Si usas el flash en fotografía, ¿eres una persona violenta?

Buscas la toma ideal, pero unas sombras de más amenazan con estropearte la fotografía perfecta. ¿Qué hacer? Algunos expertos en la materia recomiendan tirar de flash para eliminar esas zonas oscuras. Preparas la cámara, seleccionas el tipo de flash adecuado para la escena y disparas. Un fogonazo relampaguea durante apenas unos segundos. Ya está. Sí, la foto perfecta. Enhorabuena. Pero acabas de cometer, sin saberlo, un acto violento.

La escritora Susan Sontag provocaba a sus lectores afirmando que una cámara fotográfica podía verse como un arma, recuerdan en Aeon. La propia terminología de esta técnica se acerca mucho a la criminal: apuntamos con la cámara y disparamos fotos.

Quizá este arte en sí mismo contenga en su esencia un poso impetuoso y desagradable que obliga a adoptar posturas impropias (véanse como muestra los selfis). De hecho, algunas tribus aborígenes rechazaban ser fotografiadas porque pensaban que se les robaba el alma. Y no les faltaba razón, (poética cuanto menos).

Puede parecer exagerado calificar como violenta la fotografía. Pero para Kate Flint, decana de Historia del Arte e Inglés en la University of Southern California y autora del libro Flash!: Photography, Writing, and Surprising Illumination (2017) publicado por Oxford University Press, lo que es realmente violento es el flash.

Los primeros flashes estaban relacionados con las explosiones. Y eso es realmente lo que hacían para iluminar las escenas oscuras o nocturnas y conseguir la foto. Aquellos primeros dispositivos empleaban polvo de magnesio (una mezcla de magnesio y clorato potásico) cuya ignición había que provocar manualmente.

Esa mezcla era realmente explosiva y la necesidad de que el fotógrafo estuviera cerca de la cámara cuando utilizaba el flash provocó no pocas lesiones y quemaduras. Hubo que esperar a 1930 a que Johan Ostermeyer inventara el flash de bombilla o de lámpara para acabar con el magnesio y su peligrosidad.

No es la única asociación del flash con las armas. Basta con pensar en lo que ocurre si un fogonazo de la cámara es disparado directamente a los ojos. ¿Hay alguien que no haya quedado cegado alguna vez por un flash durante unos incómodos segundos?

Un flashazo en la cara del asesino para que la víctima pudiera huir es un recurso muy utilizado en el cine policíaco. El propio Hitchcock lo usó en La ventana indiscreta para que un imposibilitado James Steward se librara del ataque del vecino asesino recién descubierto.

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El flash provoca una sensación de sorpresa que no siempre es agradable. Si alguien es recibido con un destello así de potente cuando entra en un sitio público o pasea por la calle, saber que ha sido objetivo de alguna cámara sin su permiso provoca, cuando menos, incomodidad. Es inevitable la sensación de sentirse invadido en la privacidad durante unos segundos al menos, el tiempo necesario para saber si esa posible foto es inofensiva o busca una situación comprometedora para el fotografiado.

Al hablar de fotos robadas, enseguida entran en juego los paparazzi y rápidamente vienen a la mente esas escenas de famosos y personajes públicos asediados por sus cámaras. Los flashes aquí se convierten en auténticos disparos contra la privacidad y su derecho al anonimato, especialmente en momentos en que las fotos no han sido pactadas.

Es cierto que no todo reportaje gráfico es sinónimo de delito ni de violencia ejercida sobre un tercero, pero la llegada de la fotografía y el avance técnico que supuso ese dispositivo externo de iluminación consiguieron dar gran impulso a la prensa. Flash y periodismo gráfico van unidos íntimamente. Las instantáneas tomadas por los fotoperiodistas han sido fundamentales para el llamado cuarto poder ya que una imagen contribuía a aclarar y ampliar la información escrita.

Las mejoras técnicas en los flashes de las cámaras consiguieron que los reporteros pudieran inmortalizar escenarios y hechos que antes no era posible reproducir. Así, si hubo un género periodístico que se viera favorecido por la llegada de esos dispositivos luminosos fue la crónica de sucesos. Empezaban a exhibirse en las portadas de los periódicos escenas cruentas de cadáveres y asesinatos que se cometían, en muchos de los casos, durante la noche y en lugares con poca o nula iluminación.

El crimen entró así en los hogares de los lectores de diarios y revistas. Se hizo rentable el morbo que provocaba la visión de aquellas escenas truculentas que era raro ver con tanta nitidez y realidad. La violencia se convertía a través de la imagen y gracias al flash en algo cotidiano que pasaba desapercibido.

Inlcuso entre los grandes fotógrafos hay quienes rechazaron de plano el uso del flash en sus fotografías. Henry Cartier-Bresson llegó a calificar como «horrible masacre» el empleo de estos dispositivos.

'Madre migrante', foto de Dorothea Lange, muestra a los desposeídos cosechadores de California, centrándose en Florence Owens Thompson, de 32 años, madre de 7 hijos, en Nipomo, California (marzo de 1936).
‘Madre migrante’, foto de Dorothea Lange, muestra a los desposeídos cosechadores de California, centrándose en Florence Owens Thompson, de 32 años, madre de 7 hijos, en Nipomo, California (marzo de 1936).

«¿Cómo un país que se jacta de su finura, buen gusto y dominio de la pintura puede cometer aún semejante acto de barbarie?», comentaba sobre su uso en el artículo ‘Du bon usage d’un appareil’ publicado en la revista Point de Vue – Images du monde de 1952. Igual de radical se mostró siempre el húngaro André Kertész, que convirtió en doctrina el uso exclusivo de luz natural en sus instantáneas.

Otras figuras como Dorothea Lange o Ben Shahn preferían no usarlo porque consideraban invasivo aquel fogonazo, ese destello intenso de luz que se metía sin permiso en la privacidad de las personas, a pesar de que ellos mismos dedicaran gran parte de su obra a retratar la realidad social que les rodeaba y mostrarla al gran público. Shahn llegó calificar como «inmoral» el uso del flash.

«Cuando entras en la cabaña de un aparcero está oscuro, pero el flash destruye esa oscuridad». El flash, para Shahn, no solo entraba sin permiso en la vida de las personas retratadas, sino que también violentaba el escenario donde tenía lugar el retrato.

Piénsalo bien antes de usar el flash en tus próximas fotos. Quizá tengas entre manos un arma, como imaginó Susan Sontag y la metáfora del disparo te enturbie la visión.

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