Cuando te hablan de la abnegación de las madres, una vez que te planteas serlo, una asume que pasará malas noches, limpiará vómitos y llenará lavadoras con ropa infantil en un bucle infinito de tiempo. Las prisas, las rabietas y las lecciones de pedagogía de todo quisqui a tu alrededor también entran en el temario de la perfecta madre sufridora y sin embargo amorosa y feliz.
Pero jamás, ni por asomo, podría sospechar que me esperaba una tortura mayor: los deberes de Música. Y eso, cuando tus hijos no han sido llamados por el camino del pentagrama, es un problema.
La Música es una de las asignaturas que forman parte del maravilloso sistema educativo que tenemos en este santo país. Y no tengo nada contra esta materia, al contrario. Yo fui una de las que protestó hasta la saciedad cuando la LOMCE amenazó con eliminarla del programa. Pero, eso es una cosa y otra… lo que se enseña hoy en las aulas.
¿De verdad que no había otra manera de despertar el interés de los chavales por la música más que tocando la flauta? Tengo la impresión de que en todo este porrón de años que han pasado desde mi etapa escolar hasta hoy, tan solo ha variado el precio del instrumento y los materiales de los que está hecho.
Yo, víctima de la EGB, jamás tuve esa asignatura en mi colegio. En su lugar, las monjas que lo regentaban prefirieron iniciarnos en el utilísimo mundo del nido de abeja y el punto de cruz. Lo de coser un dobladillo o un botón, para qué.
La música, entonces, cuando yo era pequeña, salvo en algunos colegios, quedaba relegada a las academias particulares o a los cursos de guitarra de CCC como un capricho del niño. Y si no tenías la suerte de que tus padres pudieran pagar esas clases, por mucho que les dijeras que habías tenido una visión donde se te revelaba que eras la reencarnación de Janis Joplin y que necesitabas aprender a tocar la guitarra para cumplir con tu destino, no te servía de nada. Tú, estudia matemáticas y sé algo en la vida. Fin del sueño.
[pullquote class=»left»]Cuando vas a ser madre, una asume que limpiará vómitos y llenará lavadoras con ropa infantil en un bucle infinito de tiempo[/pullquote]
Así que, heme aquí, con 45 años hermosamente cumplidos, con dos niñas en edad escolar, mirando a mi hija mayor con cara de horror cuando me comenta que al día siguiente tiene examen de Música y no se sabe la canción que debe tocar.
Me saca la partitura y me la planta ante los ojos con un «¿me ayudas?» al que no puedo negarme. Pero cómo hacerlo si no sé leer un pentagrama y no tengo siquiera un esquema que me indique dónde colocar los dedos.
Para colmo, la LOMCE nos recuerda «el papel que corresponde a los padres, madres y tutores legales como primeros responsables de la educación de sus hijos», que la directora del colegio nos tradujo como «estáis obligadísimos a ayudarles en todo» -como si no lo hiciésemos ya- «y si tenéis que hacerles la figura del Belén con plastilina y botellitas de Actimel, se la hacéis y punto. Habéroslo gastado en condones».
Así que solo tengo dos caminos: ponerle una nota al profesor recordándole que el maestro es él y que cumpla con su trabajo, da igual si mi niña atiende en clase o no, que eso no viene al caso, ya nos tiraremos los trastos a la cabeza en la tutoría; o pedir socorro a mi grupo de Whatsapp de madres del cole para que me digan cómo coño se colocan los dedos en los agujeros y conseguir que la niña haga un examen digno.
Opto por lo segundo y me llega un vídeo de otra de las peques de clase tocando magistralmente el instrumento. ¡Salvadas!, pienso inocentemente. Pero no. Ahora toca visualizar el vídeo diez mil veces, pararlo -¿dónde puñeta está poniendo el dedo ahora?-, volver a visualizarlo, intentarlo yo sobre la flauta, no, así no es, vuelve a ponerlo, ¡páralo!, ah, es aquí, vale, sigue… Una hora después, he conseguido sacar la posición de los dedos.
Enseño a la niña cómo debe hacerlo. Y ahí la dejo, en el salón, practicando ella sola, mientras yo me refugio en mi búnker de la cocina. Y lo que se puede escuchar desde el comedor pone los pelos de punta. Juro que cuando me hago la cera en las ingles grito más afinada que la flauta de la niña.
Una hora después, mi hija consigue tocar la melodía en la flauta. Ella, odiando la Música con todas sus fuerzas. Yo, con un dolor de cabeza que no se lo deseo ni al mismísimo ministro. Bueno, miento, a él sí. Por su culpa, lo que me ahorré en condones me lo estoy gastando hoy en ibuprofenos. Y los oídos del profe, deseo que pitando con toda la fuerza del universo. Prueba superada: todos jodidos.
¿Qué pensarán los profesores de Música cuando ven el temario que les toca impartir? ¿Habrán contado con ellos para hacerlo? ¡Qué tonterías digo! Si este Ministerio ha sido capaz de aprobar una Ley de Educación pasándose por el forro la opinión en contra de toda la Oposición y profesionales de la educación, queda claro que lo que dijesen los profesores de Música sobre su LOMCE le traería más al pairo aún.
Solo queda cruzar dedos para que la niña tenga un día inspirado. Y buscar consuelo pensando que solo le queda un curso y medio para acabar la Primaria y librarnos de la flauta -y del bilingüismo, que esa es otra- para siempre.
[pullquote class=»right»]Juro que cuando me hago la cera en las ingles grito más afinada que la flauta de la niña[/pullquote]
La niña aprenderá música, eso sí, previo pago de clases extraescolares donde sí se le enseña como debería hacerse: con juegos, con canciones, sin presiones… Mezclando la teoría y la práctica de tal manera que no se den cuenta de que están estudiando. Con un poco de azúcar, que diría Mary Poppins.
A la salida del cole, al día siguiente, le pregunto por el examen. «Un sufi», confiesa algo triste. «Pero el profe me dice que me da otra oportunidad para subir nota, ¿me ayudas otra vez?». «¡Y una mieeeeerda así de gorda», pienso para mis adentros, dominando a duras penas una ira que me estalla por dentro.
«Hija», le contesto muy digna, «hay suficientes que saben a sobresaliente. Toma la merienda». «Pues mañana tengo examen de Socials, los Toledo Mountains y eso, ya sabes», me previene mientras le quita el papel de aluminio al bocadillo. Suspiro y tomo aire. Maldigo en mis pensamientos al bilingüismo, la LOMCE y al señor Ministro. Y me pregunto, una vez más, por qué no me ligué las trompas cuando pude.