Un primer recuerdo: aparece un niño y una niña lo mira. Tienen tres años y es carnaval en una escuela con nombre de dictador. Quien recuerda lleva un vestido azul y dorado y se cree la novia de Aladdin. El niño –hay muchos, pero él es El niño– lleva una chupa de cuero y una cresta engominada, con mechones de colores.
Al verlo, ella se olvida de Aladdin y siente que algo la une a ese niño. Están en clase, a punto de salir al patio, cuando se miran. No ocurre nada en ese recuerdo, pero queda una sensación. Ella no tiene términos, a los tres años, para nombrarla.
Si no lo llama flechazo, años después, no es porque fuera una niña, sino probablemente porque no prosperó. Si hoy fueran pareja, su memoria haría el esfuerzo por engañarse y engañarla, y ella contaría que comparte su vida con la persona a la que quiere desde el primer momento.
Pero aquello no ocurrió y su memoria no necesita recurrir a esas trampas. Así, más o menos, lo explicaría un grupo de investigadores de la Universidad de Groningen que realizó un estudio sobre el amor a primera vista, relacionando a 396 personas mediante contacto online, a través de fotografías y citas de menos de una hora.
El amor a primera vista es realmente una atracción, concluyen los investigadores, que provoca un «efecto halo». Por eso, asignamos cualidades positivas a una persona de la que solo conocemos su atractivo físico.
Nos atrae por su apariencia, por su olor, por lo que intuimos o inventamos sobre esa persona: para hablar de amor, no tenemos aún elementos tan importantes como intimidad y compromiso. Inconscientemente, reconocemos a un padre o una madre sanos para nuestra potencial prole y nos dejamos llevar. Solo está la pasión, que puede ser una puerta al amor. O no.
Nuestra memoria, con el paso del tiempo, va conformando una historia que sería un éxito en Hollywood. Y la inventa porque la necesita. En Sapiens. De animales a dioses, Yuval Noah Harari argumenta que el homo sapiens es el único humano que sobrevivió en un mundo que compartió con otras cinco especies humanas gracias a la flexibilidad de su lenguaje.
Esto le permitió contar historias y conseguir que otros las creyeran. Quizá también le haya ayudado la capacidad de contárselas a sí mismo y creérselas.
También los hay que hablan de amor a primera vista aunque la historia que imaginaron en ese momento nunca llegara a ocurrir. Algunos, incluso, se aferran a lo que no pasó y les consuela que así fuera: les permite mantener intacto lo que consideran un amor no desgastado por la realidad.
Guillermo tenía apenas 6 o 7 años cuando se enamoró, dice, por primera vez. Y fue a primera vista. «Mis padres me llevaban a una playa cerca de Santander. Nosotros solíamos alquilar un piso en la ciudad, pero cerca había un camping donde pasaban el verano varias familias de Europa. Y me enamoré perdidamente de una niña belga de mi misma edad», dice Guillermo.
Él lo recuerda como un proceso muy rápido: «Coincidimos en la playa y empezamos a jugar sin entendernos, a pasar el rato sin entendernos…». Aunque no pasaron de eso, Guillermo no ha olvidado a qué se dedicaron durante los últimos días de las vacaciones.
«Yo me levantaba muy temprano y me colaba en el camping y esperaba a que ella sacara su brazo a través de la tienda. Yo le cogía la mano y así pasábamos las primeras horas del día. Luego nuestras familias nos dejaban jugar todo el día y siempre buscábamos un rato para estar a solas».
Nunca más se vieron después de aquel verano y Guillermo está convencido de que es completamente imposible que vuelvan a encontrarse. Es más: prefiere que así sea. «A pesar de que han pasado casi cuarenta años, no he podido olvidarme de ella. Con el tiempo, me he dado cuenta de que eso es lo mejor que nos ha podido pasar. Me acuerdo de unos días de felicidad pura, sin que la realidad y los años erosionasen ese amor puro», añade.
«Te buscaré»
Tenemos la certeza de que a Rafa no le traiciona el edulcorante de memoria por dos motivos: dejó por escrito aquel encuentro y, además, no hubo historia. Aunque sí una especie de promesa unilateral que, después de diez años, no sabe si ella ha intentado cumplir. Rafa no ha podido olvidar a aquella chica de la que se enamoró a primera vista, en parte, por culpa de dos palabras.
Los dos habían llegado, por caminos separados, desde Alicante hasta Madrid, y habían acabado en el mismo pub de Malasaña. Ella era rubia y él moreno; a los dos les atrajo el pelo del otro. Ambos medían aproximadamente lo mismo. Se miraron. Sonrieron.
«Nuestras miradas se cruzaron en lo que yo pensé que era una eternidad», recuerda Rafa. Cuando él salió del baño, chocaron. Lo aclara: «En realidad, apenas nos rozamos. Pero nos disculpamos con la mano y de alguna manera acabó convirtiéndose en una de esas despedidas en las que tardas en soltar la mano de la otra persona».
Tras esas despedida, ella volvió a la zona de baile y luego llegó Rafa. Cruzaron pocas palabras, ella le tocó mucho el pelo y, de aquello, lo que él recuerda dice más que las palabras: «Nos hablábamos a la boca».
«Entonces ella empezó a despedirse y yo no reaccioné para pedirle su número de teléfono, su nombre, nada. Me dijo: «Te buscaré». Sonó poético y la creí». Rafa no sabe si le buscó, pero han pasado diez años y no se han encontrado.
Él la define como su tipo, «la capitana del grupo de animadoras», completamente fuera de su alcance. Puro físico. ¿Pero no es eso mera atracción? «Es que cuando no conoces a alguien, todo lo que tienes es físico, ¿no?», dice Rafa. He ahí la diferencia entre enamoramiento y amor, a menudo tan difusa.
Del mismo modo, Nuri pensó que el chico del que se enamoró a primera vista era guapo y le preguntó a su madre al instante si a ella también se lo parecía. Luego pasaron otras cosas: «Sentí que me explotaba el corazón», recuerda. Y alguna más: «Pensé: ‘quiero que este gilipollas esté en mi vida’. Y se quedó, pero como amigo, mientras ella fantaseaba con «tener hijos con sus ojos».
Nuri aún piensa en él. Ella sí fue consciente de lo que a menudo ocurre inconscientemente en esos encuentros: acudimos a aquello que podríamos llegar a reproducir. Unos ojos para los hijos, por ejemplo.
Sonia sí duda de su memoria. Sintió un flechazo y salió con esa persona durante varios meses. Pero es consciente de que, si eso no hubiera ocurrido, contaría las cosas de otra manera:
«Puede que, si no hubiera llegado a nada, solo lo recordara como un chico que me gustó –porque realmente el amor verdadero supongo que surgió al conocerlo– y se quedaría en ‘el chico que me gustó y al que yo gusté nada más vernos’».
Aunque lo habitual en estos casos es engancharse de una cara o un cuerpo, cuando Alberto se enamoró a primera vista, hace diez años, no fue exactamente de lo que vio. Estudiaba en el conservatorio y participaba en varios encuentros en los que todos ensayaban, botellones mediante.
«En uno de esos encuentros se interpretó una ópera, La flauta mágica. Los cantantes venían del conservatorio de Friburg y en el primer ensayo me enamoré de una de las cantantes», recuerda. No pasó nada: «Eso fue todo, pero me enamoré como nunca y fue de oírla cantar».
Los hay que imaginan un futuro compartido en ese instante. Y aciertan. Iratxe Bolaños conoció a un chico y su primera impresión fue el convencimiento de que algún día viviría con él. Lo suyo sí se convirtió en una relación de pareja que duró varios años.
El flechazo infantil
¿Y qué hay de los niños que recuerdan flechazos a una edad en la que a muchos les repugnan los besos? ¿Qué clase de atracción es esa? Estudios como el antes mencionado, para el que solo se eligieron adultos heterosexuales y europeos, tampoco los tienen en cuenta, a pesar de que la atracción infantil es frecuente y con el paso de los años se suele narrar de la misma manera que el flechazo entre adultos.
A su alrededor, Bolaños ha visto casos de amor a primera vista desde la infancia, similares al que recordaba Guillermo: «Conozco el caso de una pareja que son novios desde preescolar. A los tres años, él decía que de mayor se iba a casar con ella. No sabemos cuándo pasó de la broma a los hechos, puede que no lo sepan ni ellos», cuenta.
El patrón se repite hoy en la hija de esta pareja, una niña que, desde que empezó el colegio, pronuncia todo el tiempo el nombre de un niño. «Es otro tipo de amor a primera vista. Los niños también tienen esa fijación con una persona. Es algo que atribuimos a los adultos, pero no hay nada más pesado que un niño enamorado», añade esta psicóloga.
El peligro de este tipo de flechazos infantiles que se consolidan durante la adultez es que se ha extendido la idea de que un amor a primera vista, si es mutuo y se concreta, tiene que durar para toda la vida. La idealización es tal que la ruptura se puede llegar a sentir como un fracaso mayor.
«Cuando se acaba parece que, como no ha sido lo que creíamos que tenía que ser, no ha habido amor. Pero el amor a primera vista también puede acabarse, porque en el inicio es algo químico que dura dos años», dice Bolaños.
El enamoramiento, dice, no solo es algo que ocurre entre dos personas que aspiran a convertirse en pareja: «Lo pensamos como algo romántico, pero la oxitocina de las embarazadas hace que se enamoren de sus hijos en el momento del parto. Del mismo modo, cuando te enamoras, podrías pensar que te está dando un ataque al corazón. La sensación puede ser idéntica a ver a alguien aparecer con un cuchillo, pero la parte cultural nos lleva a construir una historia diferente».
De manera parecida lo explicó la antropóloga Helen Fisher en el programa StarTalk Radio, que acogió un debate sobre el amor a primera vista en 2015, a propósito de Tinder. Para Fisher, el flechazo existe; lo que es falso es que sea un amor para toda la vida. Ella también considera que el cerebro funciona igual ante el amor romántico y el miedo.
Para Bolaños, los flechazos tienen su razón de ser en el hecho de que todo aquello que narramos como una historia de amor, en realidad «es un momento en el que el cuerpo ha reaccionado y lo hemos asumido como amor porque nos lo han enseñado culturalmente». Por eso no creemos que nos está dando un ataque al corazón ni vemos a la persona que acaba de alterarnos como una amenaza.
Nuestra mente tiende a relacionar amor y sexo, y en ello han tenido mucho que ver la literatura y el cine. Por lo que no es difícil que alguien que siente atracción sexual al conocer a otra persona, confunda la pasión con el amor. Esa creencia puede llevar a algunos individuos a pensar que, inmediatamente después de mantener relaciones sexuales, está conectado románticamente a la otra persona.
Para Zsok, uno de los investigadores de la Universidad de Groningen, lo que llamamos amor a primera vista es en realidad esa predisposición a iniciar una relación. No tanto un amor verdadero, aunque podría llegar a surgir después del flechazo. Cuando esa relación se consolida, es habitual hablar de amor a primera vista porque idealizar el comienzo ayuda a reforzara el vínculo.
Lo que ocurre, según Zsok, es que aunque el amor a primera vista suele darse de manera unilateral, con el tiempo el otro miembro de la pareja puede llegar a creer que también lo sintió con la misma intensidad. Es una forma inconsciente de consolidar la relación.
Un personaje de Ciudadano Kane no pudo olvidar a una mujer que le impresionó. Lo que décadas después recordaba de ella, lo que le impactó, no fue más que su belleza. Pero el tiempo y el hecho de que no se produjera una historia, llevó a la persona que habría querido que ocurriera a inventarla. Pasó gran parte de su vida creando y recreando una historia en base a un mensaje de su cuerpo.
En La velocidad de las cosas, Rodrigo Fresán escribió: «La memoria, después de todo, es la experiencia y lo importante, descubro, no es lo que le pasa a uno sino lo que uno hace con lo que le pasa». Y podríamos añadir: también, lo que uno hace con lo que no le pasa.