En aquella genial escena de El gran dictador, Adenoid Hynkel desciende en vertical por una cortina como si de un cabaret se tratase y consuma su idilio de grandeza con la bola del mundo. Durante un par de minutos baila con ella, la lanza a placer y hasta golpea sus nalgas enfundadas en uniforme militar. Las imágenes son una lúcida sátira sobre las ansias expansionistas de Hitler y la Alemania nazi.
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La película se empezó a rodar ocho días después del inicio de la Segunda Guerra Mundial. El día que se estrenó, en octubre de 1940, Alemania ya había ocupado Polonia, Dinamarca, Noruega, Países Bajos, Bélgica y Francia. Precisamente en estas fechas, Hitler no era el único que soñaba con grandilocuencias; en España Franco se veía como amigo del bando que iba a ganar la guerra y trazaba planes en consecuencia.
El 7 de mayo se cumplen 70 años de la rendición incondicional alemana, aunque los aliados occidentales proclamaron ‘Día de la Victoria’ el 8 de mayo y la Unión Soviética lo proclamó el 9 de ese mismo mes. En esta efeméride tan poco concretada, para la que cada cual tiene su propia fecha, en España se tiende a volver los ojos hacia el papel que el país jugó durante la Segunda Guerra Mundial, esa cuyo final todo el mundo conmemora, especialmente en Europa, y no tener motivos para hacerlo supone estar un poco fuera de onda.
Que España proporcionó recursos a Alemania, cedió bases para sus submarinos y envió a la División Azul a luchar contra la Unión Soviética son hechos conocidos. Pero no lo son tanto los planes que se trazaron para conquistar Portugal, recuperar Gibraltar y hasta ocupar una parte del Marruecos francés. Después de que Francia se rindiera ante Alemania, en un país maltrecho como la España de posguerra, el III Reich se pintaba en la prensa de la época como la superpotencia mundial.
La jerarquía franquista no dudaba de la victoria alemana y Franco se frotaba las manos. El dictador empezó a especular con empresas militares fantasiosas. Primero se pensó en Gibraltar, el sueño patrio tradicional, pero se descartó porque estaba bien protegido y los británicos se les echarían encima rápidamente. Con Francia reducida al esperpento de Vichy incluso se tanteó la posibilidad de ocupar el Protectorado francés de Marruecos. Pero a pesar de su derrota, el ejército galo de las colonias estaba mucho mejor preparado que el español. Franco llegó a ocupar la Zona Internacional de Tánger, pero no fue más allá.
Quedaba Portugal, cuyo ejército era débil e inferior al español. El país vecino había colaborado con el bando nacional en la Guerra Civil, pero el anhelo imperialista apretaba. Y el hecho de ser pequeños y con pocas defensas los convertía en la presa perfecta. Franco encargó la elaboración de un plan para la invasión de Portugal. Puestos a pedir sugirió que la operación podría acompañarse de una invasión a Gibraltar. En este plan –que no está relacionado con la Operación Félix, los preparativos que Hitler mandó elaborar para ocupar Gibraltar– se habla de Portugal como de «el enemigo», tal y como relata Stanley G. Payne en su libro Franco y Hitler.
De ahí salió un memorándum de 130 páginas, que se entregó en diciembre de 1940. Portugal era aliado de España, pero también sostenía una antigua relación de proximidad con Gran Bretaña. Los lazos comerciales entre estos dos países hacían de Portugal un país neutral con características especiales. Por ejemplo, Lisboa era un nido de espías de ambos bandos. La excusa para poner en marcha el ataque sería declarar que el expansionismo británico estaba aprovechándose de la delicada situación del país luso. Así,la intervención de España sería una especie de guerra de liberación, una de las excusas más viejas para iniciar un conflicto bélico.
El plan detalla una invasión a través de una ruta entre el Duero y el Guadiana, en dirección a Lisboa. Se calculaba que las tropas portuguesas serían unos 20.000 soldados, aunque podrían movilizar a 300.000 en total, pero los españoles continuarían en superioridad. Este habría sido el ataque principal, con dos movimientos de distracción, uno en el norte y otro en el extremo sur.
La invasión no se llevó a cabo principalmente porque no era tan sencilla. En cuanto España invadiera Portugal, Gran Bretaña acudiría en apoyo de su socio comercial –Alemania apoyaría a Franco, claro– y aunque se conquistara el país habría que defender las costas portuguesas de la marina británica. Los ingleses cortarían la comunicación de la Península con las islas Canarias, Azores y las colonias como represalia.
Todo esto también lo recogía el plan, así como un informe detallado sobre las condiciones del ejército español. En él que explicaba que la artillería principal estaba muy deteriorada y que ni siquiera sería efectiva para defenderse de los británicos. La cantidad de munición podía valer, pero los últimos ejercicios prácticos demostraban que la cartuchería fallaba mucho. Además, faltaban caballos, radios para las comunicaciones y medios de transporte.
Unos meses después los alemanes se embarrancaron en la invasión de la Unión Soviética y los sueños de expansionismo fantasioso quedaron relegados en el cajón. Cuando estuvo claro que Alemania perdería la guerra, los intentos de Franco por resaltar la neutralidad española para evitar una invasión aliada enterraron en el fondo de la historia estas maquinaciones.
Cuando Franco jugaba con el mapa ibérico como Chaplin con la bola del mundo
