Golfosfera

19 de septiembre de 2011
19 de septiembre de 2011
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El golf lo inventó un escocés en el siglo XV apaleando un guijarro por las dunas de las desiertas costas de las Highlands, aunque no es hasta 1750 cuando en Edimburgo se redacta el primer reglamento del deporte. Pero, claro, en España golf y golfo suenan casi igual y ambas palabras evocan conceptos muy nuestros, como recalificación de terrenos, urbanizaciones en línea de costa, abultados sobres para concejales y alcaldes…
Por su parte, Donald Trump ha intentado por todos los medios levantar su soñado proyecto de Trump Golf cerca de Aberdeen, pero se ha topado con un escocés que ya es un héroe nacional. Es un modesto jubilado que, simplemente, no quiere vender sus tierras al billonario pelirrojo neoyorquino. Lo mejor es su apellido: ¡qué paradoja que este David contra Goliath se llame precisamente FORBES!
Por extrañas razones genéticas, a las mujeres no les interesa el golf, ni compiten en los torneos, ni en general pierden un maldito minuto en darle vueltas al asunto. No pasa nada; tampoco hay intérpretes de arpa masculinos en las orquestas sinfónicas. Una posible explicación está en la misma palabra GOLF, que pudo ser un acrónimo de Gentlemen Only Ladies Forbidden (Sólo para caballeros, prohibido a las damas).
¿Cómo aprovechar el tirón televisivo del golf? No es ningún secreto que aquí casi siempre llueve. Por eso los espónsores han encontrado un hueco para anunciarse en las superficies de los inmensos paraguas que llevan los caddies con una mano. Con la otra pasean el carrito que aloja todos los palos (que reciben el nombre de clubs, aunque no tengan nada que ver con prostíbulos de neón).
El recientemente desaparecido Severiano Ballesteros acaparó todas las portadas imaginables en el Reino Unido. Pregunté a un aficionado local y me resumió el origen de la leyenda, más allá de todos los trofeos conquistados por el golfista español. Según parece, cuando la bola caía en lugares absurdos o difíciles, que habrían desanimado a cualquier jugador británico, a Severiano se le ocurrían soluciones imaginativas, totalmente impensables para una mentalidad remotamente inglesa. Cabe preguntarse si ahora algún golfista como Severiano podría sacarnos de la golfosfera, ese estado moral en que se encuentra sumido nuestro pais mediante uno de esos golpes tan bonitos.
Este deporte, que tiene un origen sano en su concepción, al viajar hacia el sur y toparse con, pongamos por caso, Madrid o Marbella se pervierte. Los tiburones salen de las antesalas de las notarías para seguir sus ejercicios al aire libre pues, entre golpe y golpe, se cierran acuerdos verbales que luego nos cuestan la pensión o un ERE (tras arrojar beneficios).
Así, el green se convierte en una extensión del despacho, la pluma estilográfica Montblanc se hipertrofia hasta transformarse en un club y la conciencia (si la hubiera), en un arma arrojadiza esférica y bastante compacta. La conciencia hay que enviarla lejos, muy lejos, ya que el objetivo final es meterla en un hoyo y recibir vítores por ello.
Solo nos cabe desear una plácida jubilación a estos tipos para que se olviden del golf y se dediquen a jugar a la petanca los domingos.
De la petancosfera hablaremos en otro momento.
Antonio Dyaz es director de cine.
Foto: Jeff the Trojan reproducida bajo licencia CC

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