Cada vez que volvía de Suecia, Caroline Svensson llegaba a Madrid con varios kilos de golosinas de su tierra natal. Tras cada reunión con amigos, los cuencos de chucherías acababan vacíos. A Svensson comenzó a llamarle la atención que aquellos amigos dijeron siempre que no les gustaban los dulces. No lo entendía porque su familia le había inculcado en Suecia el amor por las gominolas. Algo especial debieron de encontrar sus amigos y ella sabe el qué: «Hasta hoy, ninguna golosina ha superado la calidad y variedad de la sueca».
Como sus amigos agotaban montañas de chucherías, decidió abrir una tienda de golosinas suecas en Madrid. Necesitaba un nombre y recordó la película Charly y la fábrica de chocolate. Los pigmeos de Loompalandia que aparecen en la película de Tim Burton trabajaban para Willy Wonka y eran unos fanáticos de los dulces. Provenían de la tribu Oompa Loompa y hablaban el dialecto shi. En shi, Oomuambo significa colmena y, en realidad, era casi como su tienda: el lugar donde se guarda la miel.
Desde que Oomuombo abrió sus puertas en Madrid, Svensson siempre ha tenido como enseña las golosinas funcionales y lo natural.
Basta dar una vuelta por el diccionario de la Real Academia Española para preguntarse si la expresión golosina funcional no será un oxímoron. «Manjar delicado, generalmente dulce, que sirve más para el gusto que para el sustento»; «Cosa más agradable que útil» o «Cosa de poca importancia, poco pulida y delicada» son algunas de las definiciones que da la RAE. Todas las acepciones de golosina, chuchería y sus sinónimos contienen una carga peyorativa que evoca nimiedad, fugacidad y capricho.
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Ante esta asociación, y para demostrar que las golosinas y caramelos pueden servir para algo, han surgido todo tipo de productos: desde los más previsibles, que contienen vitaminas y hierro, hasta los más insólitos, que se anuncian como pequeños dulces capaces de levantar la libido, luchar contra la vejez prematura y ayudar a adelgazar. Las hay menos exóticas, y esas son las que interesan a Svensson, quien dice que sus gominolas están «libres de grasas trans, colorantes artificiales» y que son aptas para celíacos, alérgicos a la lactosa, a los frutos secos y a la soja.
La golosina se ha visto obligada a luchar contra una campaña de desprestigio que la asocia al deseo efímero y al capricho, defenestrada de su verdadero origen. Las primeras chucherías y los primeros caramelos no entendían de antojos: habría sido redundante llamarlas golosinas funcionales porque siempre servían para algo. En su origen está la utilidad: surgieron como una fuente de energía comprimida.
El origen exacto es impreciso, pero los médicos sumerios ya utilizaban el caramelo para introducir remedios con mal gusto dentro de una capa dulce. Ya existían pastillas dulces que calmaban la acidez, por ejemplo. El origen del caramelo también se ha atribuido a los egipcios y se relaciona con el descubrimiento de la miel. Su aparición y su funcionalidad estaban ligadas a la comodidad: los largos viajes propiciaron la creación de una fuente de energía pequeña y ligera con la que los viajeros pudieran encontrar sustento durante largas travesías. Esas pequeñas dosis se elaboraban a base de miel, menta y frutos como el dátil y el higo. También los había que calmaban la tos.
Norma Orozco, directora general del Centro de Capacitación e Investigación en Confitería de México, lleva años estudiando la funcionalidad de las gominolas de hoy. Inició su investigación con la intención de desarrollar una chuchería que pudiera disminuir la anemia en niños de cinco a doce años que viven con pocos recursos en los alrededores de San Luis Potosí.
«El producto denominado gomitas, gominolas para ustedes, es muy versátil tanto en su elaboración como en su textura y, sobre todo, para la adición de ingredientes funcionales, ya que este dulce se trabaja a temperaturas menores que un caramelo, lo cual nos ayuda a incorporar sustancias o ingredientes funcionales sensibles como pueden ser las vitaminas», explica.
La principal ventaja de este tipo de gominola con respecto a la gominola que sólo endulza el paladar, según Norma Orozco, es la posibilidad de mantener tanto la textura como la forma, tan atractiva para los niños. «Además, si alguno de los ingredientes funcionales incorporados tiene un resabio amargo, como puede ser el hierro, se enmascara perfectamente con la nota ácida o agridulce», detalla.
Dice Svensson que los suecos podrían comer una golosina distinta cada día del año. «La pasión por lösgodis se transmite de generación en generación, siendo el gran protagonista de los mejores momentos del día», relata.
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Los suecos son los mayores consumidores de gominolas a nivel mundial. Para ellos, comer golosinas es una cuestión cultural y un dulce nexo social y familiar. «Los suecos consumen alrededor de 17 kilos de golosinas al año. El sueco, cuando pasa por una tienda de golosinas y ve que cada uno puede escoger sin tener que llevarse una bolsa predeterminada, se vuelve loco y llena su bolsa de esos pequeños bocados de felicidad que le alegran ese oscuro, triste y largo día del norte», explica Svensson.
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Happy Pills vio lo mismo: las gominolas pueden ser pequeñas dosis de felicidad. Por eso, en 2007, la empresa barcelonesa comenzó a vender chucherías dentro de botes que emulan envases medicinales y que contienen mensajes positivos. «Nuestro claim al principio era ‘Remedios dulces para males cotidianos’», explica Inma S. Dueñas, directora creativa de Happy Pills.
No sólo dan a sus productos el aspecto de botes de medicinas y pastilleros, sino que emplean una jerga sanitaria que ha derivado incluso en cantidades de medida muy particulares: «Leve», «grave» y «crónico» son algunos de los tamaños de sus botes. Se definen como «negocio familiar con destino el mundo» y pronto llegarán a Francia y Canadá. Entre chucherías tradicionales, también venden golosinas sin gluten y veganas, y pronto pondrán a la venta un comprimido con vitaminas y a base de ingredientes naturales.
A la directora creativa de Happy Pills le han llegado a decir que son el Channel de las golosinas. «Bueno, tampoco es eso, pero intentamos hacerlo lo más bonito posible». Para aportar una dosis de humor, las etiquetas —dice— las hace «cada una más tonta que la anterior». La idea es que si tienes una amiga que está mal, le puedas alegrar el día con unas chucherías», comenta Dueñas. Su ambición es «brindar momentos de felicidad mediante una fórmula magistral que combina la dosis exacta de golosinas con mensajes positivos y divertidos».