Gregor Zoyzoyla: la poesía del brutalismo

19 de agosto de 2019
19 de agosto de 2019
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Gregor Zoyzoyla estaba acostumbrado a fotografiar personas. Lo hacía y mucho en su trabajo como fotógrafo de bodas. Pero hace años descubrió que los edificios pueden ser los mejores modelos. «En ellos puedes invertir todo el tiempo del mundo», explica «siempre que no tengas problemas con los chicos de seguridad». En 2014 empezó a  documentar sus viajes con paisajes urbanos que iba colgando en sus cuentas de Facebook y Flickr. Con el tiempo se dio cuenta de dos cosas. La primera es que en Instagram este proyecto funcionaba mucho mejor. La segunda, que la mayoría de edificios que le gustaban eran brutalistas. 

Desde entonces su cuenta se ha convertido en una celebración de este estilo peculiar. Las moles brutalistas tienen un punto grácil y sofisticado en sus fotografías. «Salir a la caza de edificios es como una especie de meditación para mí», explica el artista. «Sí, suena raro, pero puedo llegar a sentir cosas por estos edificios», bromea.

Zoyzoyla es el fotógrafo del brutalismo, aunque confiesa no estar siempre seguro de qué edificios encajan en esta corriente arquitectónica, entonando un mea culpa asesino: «Sí, podéis matarme ahora», dice. 

Estudió planificación urbana, es trabajador social y completa su dispar currículo como fotógrafo. Esta apretada agenda hace que Zoyzoyla muchas veces tenga que fotogtrafiar edificios en su tiempo libre. «Aprovecho los viajes de trabajo, de mis otros trabajos, para salir a la caza de edificios», explica, «y solo de vez en cuando consigo mezclar vacaciones con viajes de arquitectura, que sería la forma perfecta de trabajar». 

Sus amigos no piensan lo mismo. «Al principio se ríen porque me paro a hacer fotos de lo que ellos consideran edificios feos, pero no saben la que se les viene encima. Después de una hora o así no pueden más». Este extramo se agrava porque los edificios que Zoyzoyla encuentra hermosos no son necesariamente los que interesarían a un turista. Acaba de volver de Barcelona, por ejemplo, y cuando se le pregunta qué tal no menciona tanto los edificios góticos o el genio de Dalí como el Edificio Planeta, la Central Térmica de San Adrián o el Edificio Colón.  

Al final, por el bien de sus fotos (y de sus amistades) Zoyzoyla ha decidido hacer solo estos paseos a la caza de la arquitectura brutalista. «Es que si no deja de ser meditación», se defiende.

Los amigos encuentran su práctica un tanto aburrida pero sus admiradores (y solo en Instagram tiene más de 22.000) creen que el resultado es apasionante. «Tengo oportunidad de hablar con ellos en mis exposiciones y es genial», confiesa el fotógrafo, «puedo hablar con desconocidos durante horas sobre arquitectura y sobre lo que ven en mis fotos, cosas que muchas veces no veo ni yo». 

Parece difícil de creer, pues el ojo de Zoyzoyla está bien entrenado y es capaz de ver muchas cosas. Su cámara huye de convencionalismos y rara vez coge un plano general. Se posa en detalles y convierte en esbeltas enormes moles de hormigón, en sutiles los mastodónticos bloques soviéticos.  Encuentra la belleza en edificios que pasan desapercibidos al ojo ajeno.  Y la poesía en el brutalismo.     

 

 

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