Grupo Empresa Falagán: un emporio fantasma sobre negocios en ruinas

30 de junio de 2015
30 de junio de 2015
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Carlos Slim, uno de los grandes multimillonarios del mundo, puede caminar por Madrid sin que nadie repare en su identidad. Lo mismo sucede con Amancio Ortega, una de las mayores fortunas del país. Ni sus caras ni sus complejos entramados empresariales son conocidos por el hombre y la mujer de la calle. Sin embargo, no sucede lo mismo con Julio Falagán, propietario de GEF (acrónimo de Grupo Empresa Falagán), al que hace unos días un cliente en un bar le preguntó intrigado: «¿Falagán? Por mi barrio hay un montón de tiendas que se llaman Falagán… Una tintorería, una sastrería… ¿Tienen algo que ver con usted?». Falagán, modesto, discreto, enemigo de la ostentación, negó con cierta timidez y salió del local.
[pullquote class=»right»]«Vine a Madrid a ser artista. Pero me di cuenta de que eso era imposible»[/pullquote]
La historia de este emporio empresarial se remonta al año 2009. Julio Falagán llega a la capital con el deseo de triunfar en el mundo del arte. «Vine a Madrid a ser artista, pero me di cuenta de que eso era imposible, así que empecé a trabajar en el mundo de la publicidad. El problema es que, al poco tiempo, descubrí que lo realmente difícil era vivir siendo publicitario y ser feliz, así que lo dejé y pedí una beca».

Con una ayuda de 9.000 euros, Julio Falagán recorrió durante todo un verano la península ibérica y fundó sus empresas en España y Portugal. «La beca eran 3.000 euros de honorarios y el resto, hasta los 9.000, de producción, es decir, materiales de pintura, gasolina, hoteles y comida… Nos pasamos un verano… Fue una beca muy bien aprovechada. Dimos la vuelta a España y Portugal, trabajando mucho pero pasándolo muy bien».

[pullquote class=»left»]La actividad empresarial de Grupo Empresa Falagán: buscar comercios en ruina donde colocar nuevos rótulos hasta crear un holding interncional[/pullquote]
Al poco tiempo, Empresas Falagán se presentó en sociedad y comenzó a verse en los medios. «Hubo una pieza que hice en Sancti Petri, en un antiguo pueblo de pescadores abandonado, que terminó saliendo en dos videoclips y en una revista de literatura. Un año después de hacerla, vi una revista de literatura en la que salía Montero Glez en portada apoyado en el negocio Club de Pescadores Falagán. Había ido al pueblo para inspirarse en una novela sin saber que ese club nunca había existido».

[pullquote class=»left»]El futuro de Grupo Empresa Falagán es seguir trabajando en aprovechar la ruina, el despojo, lo vulgar”[/pullquote]
Justamente esa era la actividad empresarial de Grupo Empresa Falagán: buscar comercios y negocios en ruina en los que colocar nuevos rótulos como “Forrados de zapatos Falagán”, “Helados y horchatas Falagán”, “Librería Falagán”, “Droguería Falagán”, “Melones y sandías Falagán” para sacar beneficio del fracaso de los demás, una actitud emprendedora que podría muy bien encajar en la tan cacareada “Marca España”.
«Sí, GEF es muy Marca España. De hecho, hace unos tres años Daniel Cerrajón, artista y comisario, hizo una exposición en Inéditos de Caja Madrid sobre el fracaso y me llamó para participar justamente por Grupo Empresa Falagán. Es de lo que va, del fracaso, de la profesionalización del arte. Por eso, el futuro de Grupo Empresa Falagán es seguir trabajando en eso, en aprovechar la ruina, el despojo, lo vulgar».

Además de sobre el fracaso, GEF también trata sobre la frontera que separa lo verdadero y lo falso, sobre el mundo de la publicidad del que Julio Falagán deseaba huir pero no acaba de escapar e incluso sobre el arte urbano de guerrilla aunque, todo hay que decirlo, GEF está socialmente mucho mejor visto que un grafitero al uso.

«Tiene que ver con todo eso porque no deja de ser como crear un negocio, una campaña publicitaria para ese negocio, una obra de arte que juega con lo verdadero y lo falso en una época en la que la gente se lo cree todo porque se lo ponen en internet. Pero también es arte urbano, es un bombardeo de grafitero porque yo compro el material, asumo el riesgo de hacerlo. La diferencia es que yo lo hago en los lugares que están destinados a eso. Encuentro un hueco donde hay un rótulo de algo que ya no existe, pues pongo otro rótulo».
[pullquote class=»right»]Coloco los rótulos en horario laboral, con una chaqueta que pone Rótulos GEF. Cuando la policía te ve, piensa que estás trabajando[/pullquote]
«A la gente no le sorprende y no le molesta. Hubo uno “Pan y leche Falagán” en la calle Lope de Vega de Madrid cuyo local fue remodelado para montar otro negocio. Quitaron el rótulo y pusieron el suyo, pero los del bar de al lado lo debieron ver ahí tirado y lo cogieron, lo enmarcaron y lo pusieron dentro del bar. También en la calle Minas abrieron una tienda de ropa y lo anunciaban como ‘en el local de la antigua Sastrería Falagán’. Lo fui a ver un día y tenían su rótulo, pero había dejado los medallones que yo había hecho, supongo que para que se respirase la antigüedad de la tienda. Todo eso es parte de mi trabajo, intervenir un espacio pero que pase desapercibido. Que no se perciba ese toque artístico aunque si pasas por una calle y te encuentras con tres negocios Falagán, tal vez sospeches que está pasando algo raro».

Además de su aspecto artístico, el proyecto GEF posee una potente carga conceptual que transita entre la irreverencia, el humor y el desafío a la autoridad aunque, para eso, Julio Falagán también tiene solución.
«Pintar es un problema, pero colocar no. Por eso lo que suelo hacer es medir los huecos que quiero intervenir, irme al estudio, hacer el rótulo y luego regreso a lugar y lo coloco sobre el que hay con clavos. Si hay algún problema, lo desclavo y aquí no ha pasado nada porque es como colocar un póster. Otra cosa que hago es colocarlos en horario laboral. Me pongo una chaqueta que pone Rótulos GEF y como lo haces en un lugar destinado para eso, cuando la policía te ve, no le sorprende y no te pide ningún papel porque piensa que estás trabajando de verdad. Cuando pintas en un muro, aunque tengas los permisos, la policía va a ir a preguntarte y pedírtelos, eso seguro».

Después de su primera experiencia internacional en Portugal, Grupo Empresa Falagán ha abierto recientemente sucursales en Italia, donde la aceptación de la ciudadanía no ha sido la deseada, un hecho que demuestra que, antes de abrir mercados, hay que conocer bien la idiosincrasia del país.
«En Italia hice cuatro o cinco. Uno se llamaba ‘Cicli Falagan’, o lo que es lo mismo, Bicicletas Falagán. Aprovechando que había una tienda en la que vendían ropa por un euro, compre maillots de ciclista. Compré veinte y los repartí entre los becarios de la Academia de España en Roma, cogimos las bicicletas de la Academia y nos hicimos una foto delante de ‘Cicli Falagán’ que se incluyó en el anuario de la Academia. También hice otros que me generaron algún problema. Uno de ellos ‘Antiquariato Falagan’, Antigüedades Falagán, lo estábamos montado en un local que parecía abandonado y de repente salió un romano del portal y se puso a gritarnos que lo quitásemos. También es verdad que ponía algo así como ‘Antigüedades Falagán, la industria del fracaso’ y se debió pensar que estábamos riéndonos de ellos. Nos amenazo de muerte y le dijimos que no se preocupase, que lo poníamos, que sacábamos una foto y lo quitábamos. Lo pusimos, nos marchamos y supongo que ya lo habrá quitado él».
«También tuvimos problema en un taller mecánico», continúa. «Es que en Roma, parece que está todo cerrado pero no, hay gente que vive y trabaja allí. Eso cuenta mucho de las ciudades. En Valladolid, por ejemplo, me costó mucho encontrar un hueco para poder hacer uno de los rótulos porque estaba todo pillado. Finamente encontré dos huecos, hice los rótulos pero duraron muy poco. En uno de los lugares están construyendo un bloque y en el otro han abierto un negocio. Eso es realmente horrible porque ya es fracasar en el fracaso».

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Patrick Thomas

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