Anna Devís y Daniel Rueda son dos arquitectos que se dedican a contar historias. Quizás no construyan edificios en el sentido estricto de la disciplina, pero sí que son capaces de edificar lugares mágicos en emplazamientos aparentemente cotidianos.
Su habilidad de ver el mundo con otros ojos, libres de los prejuicios que nos acompañan a diario, es su mejor herramienta. Y lo hacen gracias a una cámara fotográfica que retrata una escena irrepetible y la deja inmortalizada para siempre. Una cámara, una tarjeta de memoria y mucha, mucha imaginación.
Happytecture es su primer libro. En él no solo han recopilado buena parte de su obra, también nos introducen en su complejo proceso creativo. Todo ello con un único objetivo: el de arrancarnos una sonrisa cada vez que vemos alguna de sus fotografías. Hablamos recientemente con ellos, y esto es lo que nos contaron.
¿Cómo ha influido la formación que habéis recibido en vuestro trabajo? Porque entendéis cada fotografía no solo como una imagen donde lo que importa es el resultado final. Todo forma parte de un proceso, como si se tratase de un proyecto de arquitectura.
Nuestra formación en arquitectura es tan fundamental en nuestro trabajo que creo, sinceramente, que de haber estudiado cualquier otra cosa, a día de hoy no nos estaríamos dedicando a esto. De hecho, ¡probablemente ni siquiera nos habríamos conocido! Y aunque actualmente no proyectemos edificios, utilizamos un proceso similar para proyectar y construir nuestras fotografías.
Todas nuestras ideas empiezan sobre el papel en blanco en forma de bocetos rápidos que van tomando definición, color y escala a medida que nosotros tomamos decisiones para ejecutarlos. Y cuando nuestros particulares planos están listos, construimos estas escenas con materiales sencillos como telas, maderas o papeles de color para que todo esté delante de la cámara en el momento de realizar la fotografía.
Entonces, ¿cómo ha modificado la carrera vuestra manera de ver todo aquello que nos rodea? ¿O es una manera de enfrentarse a la vida que ha ido evolucionando desde que erais pequeños?
Como muchos arquitectos, sufrimos eso que en clave de humor llamamos «deformación profesional»: nos fascina la geometría, detectamos a golpe de vista si una línea está aplomada o no, y nos emocionamos con detalles constructivos de elementos tan comunes como una puerta o una ventana. Y esto nos lleva a estar constantemente observando la arquitectura que nos rodea e, inevitablemente, a buscar historias que todavía no han sido contadas. O lo que es lo mismo, por culpa de nuestra formación, nos es imposible estar en la ciudad sin evitar encontrar belleza y significado en todo lo que nos rodea.
El cine nos cuenta una historia mediante una sucesión de imágenes. Ocurre lo mismo con la concatenación de viñetas en los cómics, o la conexión entre los diferentes capítulos de una novela. En vuestro caso, ¿qué herramientas utilizáis y cómo adaptáis la narrativa para comprimir esa historia en una única fotografía?
Tratamos de deshacernos de todo aquello que no es esencial para la comprensión de lo que queremos compartir o transmitir. O, como escuchamos decir a Alberto Campo Baeza en el podcast Cómo Suena un Edificio: omit needless words. Cuando algo no ayuda a que se entienda mejor lo que se intenta explicar, sólo está aportando ruido y por lo tanto puede ser conveniente deshacerse de ello. Para nosotros es habitual encontrarnos mirando un boceto preguntándonos qué es lo que le sobra o de qué nos podemos deshacer sin que por ello deje de entenderse la imagen.
Contadnos más sobre vuestro proceso creativo. ¿Cómo os enfrentáis a la temida página en blanco? ¿Hay lugares que os piden a gritos una intervención? ¿O diseñáis y bocetáis una idea que más tarde materializáis?
En nuestras imágenes, al ser estas el resultado de combinar localizaciones con ideas o historias, ambos escenarios se dan en la realidad todo el tiempo. En ocasiones te cruzas de bruces con un espacio que prácticamente te suplica ser el telón de fondo de una historia, y otras veces es una idea la que se te mete en la cabeza con la promesa de no irse de ahí hasta que le encuentres un escenario donde pueda hacerse realidad.
Y, en cuanto a la primera pregunta, déjanos decirte que vérselas con una página en blanco palidece en comparación con enfrentarse a una «pared en blanco». [Risas]
Anna y Daniel también son Daniel y Anna. Vuestro tándem creativo está compuesto por dos arquitectos en donde, al igual que en la propia disciplina arquitectónica, compagina muy bien el perfil técnico con el creativo. ¿Qué roles tiene cada uno de vosotros dentro de esta dupla?
Aunque ambos trabajamos durante la fase de ideación, es verdad que después cada uno acaba centrándose en aquello que mejor entiende. Anna representa la parte analógica/creativa y Daniel la técnica/tecnológica. Anna se ocupa de llevar las ideas desde el papel hacia la realidad, es la responsable de que nuestras ideas cobren vida. Por otro lado, Daniel es quien documenta el proceso, se encarga de la toma final de la imagen y de todo lo que tiene que ver con los aspectos técnicos de nuestro trabajo. Y aún y con todo, a pesar de que en principio nuestras aptitudes estén tan definidas, es verdad que luego los dos participamos de una forma u otra de lo que hace el otro, y no es raro ver a Anna terminando de editar una imagen o a mí pintando una pared.
En contraposición con cierto tipo de fotografía digital, en donde la postproducción de la imagen ocupa una parte crucial del proceso, en vuestro caso el resultado final tiene más que ver con una precisión casi milimétrica a la hora de recrear la composición y con una intervención mínima y temporal en el espacio urbano. ¿En qué consiste esta filosofía y para qué utilizáis los programas de edición?
Si bien es cierto que en nuestro caso la postproducción no es una etapa especialmente relevante, eso no la hace menos fundamental. Todas nuestras imágenes pasan por Photoshop, la única diferencia es que en nuestro caso sólo utilizamos el programa como una herramienta de revelado y no de creación. Nos gusta trabajar con nuestras propias manos y por eso las cuestiones técnicas y creativas se resuelven mucho antes con el lápiz, con los materiales y con la localización.
Vuestra obra utiliza la imaginación, el ingenio, la geometría y la perspectiva. Pero también la escala y la materialidad de los elementos edificados, por no hablar de la minuciosidad a la hora de posicionar la cámara, la elección del tipo de objetivo o la ubicación de la persona y su vestuario. ¿De qué manera trabajan todos estos actores para representar una obra de teatro que dura apenas unos segundos?
Eso mismo nos preguntamos nosotros muchas veces cuando yuxtaponemos la imagen final con el boceto original que lo inspiró todo [Risas]. Bromas aparte, y sin querer ponerme demasiado sentimental, creo que la paciencia y el cariño tienen mucho que ver aquí. No es tarea fácil hacer que todas las piezas que mencionas encajen entre sí, pero cuando se siente pasión por lo que uno está queriendo contar, no hay ningún reto lo suficientemente desafiante.
La arquitectura no se puede entender sin personas que la habiten y ocurre lo mismo con vuestra fotografía. Los modelos no solo dan escala al espacio construido: también son el centro de la composición y su ubicación dentro de la imagen es una parte importantísima de la narrativa visual. ¿Qué diferencias encontráis entre lo que hacéis y la fotografía arquitectónica más tradicional?
Como arquitectos disfrutamos de gran manera de la fotografía de arquitectura tradicional. Sin ir más lejos, Daniel sigue realizando reportajes para compañeros de profesión que necesitan mostrar sus proyectos recién construidos. Pero con el trabajo artístico que desarrollamos juntos, más allá de mostrar un espacio o documentar una obra, buscamos transmitir emociones y contar historias aportando pequeñas dosis de humor. Saber que una de nuestras fotografías ha conseguido sacarle una sonrisa a alguien es y siempre será el mejor halago posible.
Aparentemente, una ciudad es una jungla de asfalto y hormigón por donde los vehículos campan a sus anchas. Pero, a través de vuestra mirada, también puede ser un patio de juegos repleto de espacios imaginarios. ¿Qué debe tener una metrópoli para transformarse en una curiocity?
A nosotros nos gusta pensar que todas las ciudades tienen una historia que contar y que en realidad depende de nosotros descubrir y entender qué es lo que se esconde detrás de su apariencia cotidiana. Por norma general, todos solemos desplazarnos de un lado al otro sin levantar la mirada del teléfono móvil.
Con nuestras imágenes buscamos despertar la curiosidad de las personas que las observan para que empiecen a desplazarse prestando atención a su alrededor, y así poder descubrir esas anécdotas urbanas propias de sus ciudades.
Los edificios nunca son lienzos en blanco, cada uno de ellos tiene características diferentes en cuanto a forma y materia. ¿Cómo os enfrentáis a un edificio peculiar que parece que os cuenta algo, con aspectos distintivos y característicos, pero todavía no sabéis lo que es? ¿De qué manera os tropezáis con esa historia escondida en un lugar que no habéis visitado todavía?
Sin pausa, pero sin prisa. Estamos acostumbrados a que las localizaciones nos digan cosas, si bien rara vez comprendemos lo que quieren decir a la primera. La clave está en saber detectar ese inicio de historia y buscar un hilo para, poco a poco, tirar de él.
A veces este proceso de «interpretación» nos lleva días y otras veces, ¡nos ha llevado incluso años! Elementos arquitectónicos que veíamos diariamente como estudiantes, han terminado años después siendo los protagonistas de alguna de nuestras imágenes.
Como, por ejemplo, la Muralla Roja de Ricardo Bofill: uno de los edificios más fotografiados del mundo, seguramente gracias a la popularidad que adquirió hace unos años en Instagram. ¿Cómo os enfrentasteis a retratar algo que ya había sido captado por cientos de cámaras fotográficas y teléfonos móviles?
Siempre nos ha dado la sensación de que la Muralla Roja de Ricardo Bofill se merecía dejar de ser entendida como un simple telón de fondo de campañas de publicidad y acciones de marketing. Nosotros queríamos que, de nuevo, fuera la protagonista absoluta.
Habitualmente, cuando escogemos una localización en la que queremos trabajar, nos quedamos con un rincón especial del proyecto que, de alguna manera, represente a la obra completa. Pero como es tan difícil resumir la complejidad y la belleza de esta obra con una sola vista, decidimos no hacerlo así en esta ocasión. En vez de eso, nos dejamos llevar por el edificio y su diseño laberíntico jugando al escondite, figurada y literalmente, con las diferentes fotografías que uno puede encontrarse allí dentro.
Una cosa que me fascina de vuestro trabajo es que entendéis que cada elemento que lo compone debe ser pensado y diseñado coherentemente: desde la imagen hasta el título de la fotografía, todo forma parte de la obra y está planteado con el mismo mimo.
Happytecture, Curiocities, Twogether, Hatvocado son términos acuñados por vosotros. ¿Por qué decidisteis que los juegos de palabras serían en inglés?
Así es. ¡No lo podemos evitar! Si está en nuestra mano la posibilidad de jugar con algún elemento, aunque sea intangible como el título de una fotografía o de una exposición, vamos a hacerlo.
Con nuestras imágenes buscamos contar historias universales, es decir, que puedan ser entendidas por personas de todas las partes del mundo y de cualquier edad sin necesitad de ser explicadas. Somos conscientes de que por este motivo nuestro trabajo llega a personas de muchos países de lengua no hispana y por ello intentamos siempre utilizar el lenguaje que nos ayuda a conectar con un mayor número de personas.
Al observar vuestras fotografías, vemos que las ventanas dejan de ser elementos edificados para convertirse en ojos, globos, libros o casillas de un tablero de ajedrez. El sombrero también es un objeto que se descontextualiza en la yema de un huevo, en una nota musical, una estación de metro o el corazón de un aguacate. No, en serio, ¿dónde está el límite de vuestra imaginación?
[Risas] Te agradecemos infinitamente la observación y el elogio. Curiosamente, cuantas más ideas ejecutamos, más aprendemos sobre el proceso creativo y más conceptos nos vienen a la cabeza. Así que, esperamos no encontrar ese límite de la imaginación y seguir construyendo fotografías por muchos años más.