Allá por 2013 el Salón Erótico de Valencia inauguraba un espacio dedicado al arte con un nombre llamativo: Harto de sexo. En él participaban artistas de la talla de Paula Bonet o Victoria Iranzo. La cuestión es que el título no era solo una provocación; planteaba algo que puede estar ocurriendo: ¿estamos realmente hartos de sexo?
Eso dicen algunas estadísticas. Un estudio de la Universidad de San Diego, publicado en la revista Archives of Sexual Behavior, dice que los jóvenes de hoy tienen menos relaciones sexuales que sus padres. En realidad, defiende la premisa de que los mileniales, es decir, los nacidos en los años 80 y 90, tienen menos relaciones sexuales una vez cumplidos los 18 años que la generación X (los nacidos en los 60 y 70).
Todo ello sin hablar de que la asexualidad ya es casi una tendencia no solo en Japón, donde el Gobierno ha tenido que intervenir para incentivar las relaciones sexuales por la baja tasa de natalidad derivada del desinterés sexual, sino incluso en Estados Unidos, donde ya hay parejas que deciden que conviven juntas (quizás la parte más difícil) acordando no tener relaciones sexuales (la parte que se cree más divertida).
De hecho, Robert Epstein, fundador y director del Centro Cambridge de Estudios del Comportamiento en Beverly, Massachussetts, afirmaba en 2014 que entre un 10% y un 20% de los matrimonios y las relaciones románticas en Estados Unidos no tienen sexo. Entonces, ¿realmente estamos hartos de sexo?
No todo es lo que parece
El sexo quema calorías –el gasto de energía durante la actividad sexual se sitúa aproximadamente en 85 kcal o 3,6 kcal/min, si es realizada con una intensidad moderada (5,8 METS), según un estudio de la Universidad de Quebec–, pero lo cierto es que no deja de ser un ejercicio físico en una época en la que las personas son más sedentarias que nunca. Algo que, de primeras y sin la estimulación correcta, puede dar pereza.
Igualmente, aunque se pueda pensar que estamos en la era de las relaciones sociales, estas ya no son en persona, sino por internet, lo que por lógica, aunque favorezca el aumento de uso de webcam y pornografía –el portal Pornhub pasó de 23 billones de visitas en 2016 a 28,5 billones en 2017– puede que no favorezca las relaciones sexuales propiamente dichas.
Porque lo cierto es que los españoles muchas veces hacen el amor sin ganas. Así lo atestigua el estudio Ulises que MyWord elaboró para 20minutos en el que un 33,2% de las mujeres y un 22,8% de los hombres encuestados declaraban haber mantenido relaciones sexuales a pesar de no tener ganas.
Hartos de la presión por el sexo
A este respecto, la sexóloga Adriana Brandia, del Intitut d’Estudis de la Sexualitat i la Parella, aporta que si bien «vivimos en una sociedad aparentemente más libre», al final, «a la hora de la verdad persisten los mismos prejuicios, dinámicas y mitos que existían antaño».
De esta forma, desde su perspectiva, quizás no es que ahora las personas estén más «hartas de sexo», sino que «estamos hartos de que nos vendan una imagen irreal, poco diversa e inaccesible de la sexualidad donde todo fluye y nadie tiene ninguna dificultad». Y a lo mejor por eso, antes de consultar a un sexólogo, se prefiere aparentar normalidad, cumplir con las estadísticas, y hacerlo sin ganas.
De hecho, ahora existe mucha más información sobre sexo, si se analizan un poco os mensajes, la mayoría de las veces la sexualidad ha pasado de ser un tabú a casi una imposición. Porque si quieres vivir una vida plena, has debido realizar la mitad del Kamasutra, copiar alguna escena BDSM (o lo que sea) de Cincuenta sombras de Grey, haber encontrado tu punto G para realizar una sesión de squirting y haber tenido una pareja abierta con la que visitar un swinger.
Todo ello sin perder de vista que la sexualidad se ha convertido en un producto de consumo para personas que entran de unos cánones establecidos de belleza, que en el caso de las mujeres van de los 18 a los 35 y en el de los hombres puede ampliarse hasta los 55. O un poco más si se considera al susodicho «un madurito interesante». Y por lo tanto, quienes se salen de ese modelo también se sienten hartos de no sentirse identificados.
Por todo ello, más que hartos de sexo, lo que se está es harto de un modelo impuesto sobre la sexualidad en el que la sociedad actual no acaba de encajar.
En este sentido, Brandia aclara que «cada pareja tiene el derecho de poder decidir de qué forma quieren vivir su sexualidad». Incluso hay que recordar que «el decidir no tenerla es perfectamente lícito, válido y normal».
Sin embargo, apunta que «el problema real viene cuando esa supuesta decisión es un disfraz» que puede ocultar no solo experiencias traumáticas que nos impidan vivenciar con naturalidad la sexualidad, sino sobre todo altas expectativas y estándares que pongan en juego la autoestima, por el miedo a no cumplir «con lo que se espera de mí».
Parece, entonces, que la solución ante la hartura del sexo pasa por practicar, de verdad, nuestro propio sexo.