El auditorio está repleto, pero no se escucha ni un sonido, ni una palabra. Desde el escenario, el ganador de la última edición observa el contenido del sobre con cara de preoccupación. Es consciente del esfuerzo que le va a llevar pronunciar un nombre que no es el suyo.
Los seis nominados tiemblan en sus asientos. Se acerca el momento que esperan desde hace meses. Llevan un año en boca de todo el mundo. Por fin, tras varios segundos de titubeo, con un acento áspero y una voz gutural que no es la suya, pronuncia el nombre del ganador:
—#HASHTAG
El auditorio se llena de palabras exclamativas:
-(po)calypse!
-(ma)geddon!
YOLO!
hate-watching!
mansplaining!
alpacalypse!
dancelexia!
Frankenstorm!
legitimate rape!
dunlop effect!
slut-shaming!
self-deportation!
marriage equality!
big data!
Todos los asistentes a la gala de la Mejor Palabra del Año 2012 felicitan a la premiada, mientras Occupy, su predecesora, recupera su voz y se une a los vítores.
Ya en lo alto del escenario, #hashtag comienza su discurso de investidura.
—¿#Qué #puedo #decir? #Muchas #gracias, #para #mí #es #un #honor #que…
Nos encontramos en la sede de la American Dialect Society, que cada doce meses elige el mejor término del año. Se trata del mayor reconocimiento al que puede aspirar una palabra, los Óscar de la etimología, en los que #hashtag se ha impuesto, tal y como vaticinaban las apuestas.
Pero la victoria de #hashtag significa algo más. Significa la subida al Olimpo de una luchadora, la culminación de un largo recorrido lleno de transformaciones y abreviaturas, de confusiones y de ignominia. De triunfos y renacimientos.
Esta es la historia de “#”, la enigmática y polifacética almohadilla.
Nacida entre romanos
# piensa la respuesta mientras mira con atención el trofeo, atrapado –y algo polvoriento– dentro de una vitrina en el salón principal de la Casa de las Palabras. Este es el lugar, como escribió Eduardo Galeano, en el que «las palabras, guardadas en viejos frascos de cristal, esperan a los poetas y se les ofrecen, locas de ganas de ser elegidas».
«Me han llamado de muchas formas –explica la ganadora de 2012 a Yorokobu–, pero, si te soy sincera, en realidad no estoy muy segura del momento exacto en que nací».
El signo de # es uno de esos misterios de la caligrafía. Se cree que su origen está –como otras tantas cosas de la historia– en la Antigua Roma y en la omnipresente pereza humana. Los romanos usaban unidades de medida como la onza o la libra, a la que abreviaban como lb. Para evitar una posible confusión con el número I, a lb le creció una raya horizontal, convirtiéndose en ℔.
A partir de este punto todo se hace un poco más confuso. Uno de los ejemplos más tardíos donde aparece ℔ es en un escrito de Isaac Newton de finales del siglo XVII, pero no se sabe a ciencia cierta en qué momento de despiste o economía caligráfica, la b adelgazó y fue ensartada por otra raya horizontal, convirtiéndose en el signo que conocemos hoy día.
Uno de los primeros datos de la aparición de la almohadilla es en un tratado de contabilidad del año 1880, donde se la define como signo numeral. En torno a esa fecha, el signo comenzó a aparecer en los teclados de las máquinas de escribir de Estados Unidos, siendo designado como numeral cuando se escribía delante de una cifra y como signo monetario de la libra esterlina cuando se escribía a continuación (bajo el nombre de pound).
Este uso alternativo, posiblemente derivado de aquella libra romana, no se produjo en países como Irlanda o Inglaterra, donde el término libra se representaba con los signos £ para la moneda y lb para la masa. En estos países, además, la almohadilla era designada hash. Esta división de términos provocó el primer conflicto en el que estuvo implicada la almohadilla: cuando en Estados Unidos se escribía #, los británicos debían traducirlo como £ y viceversa.
En medio de esta gran confusión surgió el primer gran éxito mundial de la almohadilla, acompañada de uno de sus más extraños rebautismos.
El octathorpe: ¿y esta tecla para qué sirve?
Cuando se le pregunta a # por alguno de sus recuerdos más felices, saca una tímida sonrisa entre sus líneas horizontales y explica que «uno de los recuerdos más bonitos fue lo que sucedió en la década de 1950. Por aquel entonces ya había aparecido en bastantes sitios: como numeral, como símbolo de medida e, incluso, en los mapas suecos, para señalar almacenes de leña».
«Pero existía ese problema entre Estados Unidos y Reino Unido, que no se ponían de acuerdo a la hora de nombrarme. Entonces llegó la compañía Bell Labs, que me hizo uno de los mayores regalos de mi historia. Sin él, creo que habría sido imposible ganar el premio a la Mejor Palabra de 2012».
Hasta la década de los 50, todos los teléfonos funcionaban con la típica rueda (aquella que giraba y volvía sola, bajo riesgo de dejar atrapado un dedo). La compañía estadounidense de investigación y desarrollo científico Bell Labs comenzó a trabajar en un sistema de marcación por botones, con diferentes opciones para la disposición de los mismos.
Al fin, y tras una encuesta en la que preguntaron a distintas personas cuál era la forma más natural para distribuir las cifras, optaron por el sistema de 10 dígitos, con un sistema de 3×3 +1. Pero esto no duró mucho. La compañía se dio cuenta de que, en un futuro cercano, iban a ser necesarias otras teclas para diferentes funciones de llamada (como el sistema de grabación, rellamada, etc.). Entonces decidieron buscar dos compañeros para ese solitario 0.
Las primeras opciones que barajaron fueron una estrella y un diamante, pero observaron que no eran muy funcionales. Como explica en su web Douglas Kerr, ingeniero de Telecomunicaciones de la compañía en aquel momento, «era preferible utilizar símbolos presentes en el ASCII –el Código Estándar Estadounidense para el Intercambio de Información– para poder hacerlos compatibles con el uso en computadoras».
Tras estudiar las diferentes opciones, se decidió que los que cumplían mejor con los criterios eran * y #. Todo parecía perfecto. Salvo un pequeño detalle que volvía a traer un problema ya conocido.
«Recibí una llamada desde Estados Unidos: era de los laboratorios Bell diciéndome que me querían contratar para el nuevo teclado –explica #–. Casi me hago π del susto. En mitad de la euforia, cuando solo era capaz de asentir a todo lo que me decían, me explicaron las condiciones del acuerdo: tenía que cambiarme el nombre. Aquello no me gustó nada. Nada. Fue como un tachón en mitad de un examen».
En Bell Labs eran conscientes del problema polisémico del signo # en Estados Unidos (pound sign y number sign) y su confusión con el mundo británico. Y eso no se podía consentir para un comando al que se le quería asignar un significado específico. Entre la lluvia de ideas del equipo de Bell Labs surgió un nombre. Bueno, dos (que acabaron siendo tres): octatherp, octotherp y octothorpe.
«Me parecían horribles. Todos. Y encima no se ponían de acuerdo –explica # entre risas mudas–. Lo que sí estaba claro era la primera parte, octa-/octo, que quería significar los ocho extremos de mi cuerpo; pero lo de -therp/-thorpe… Unos decían que era porque se parecía más al estilo griego; otros, que lo hacía parecer más científico; otros, que si era en honor al atleta olímpico Jim Thorpe…».
«En fin. Bueno, al final acepté, claro. Total, ya me habían rebautizado más veces y la oportunidad merecía la pena. Por fortuna, ese nombre no duró mucho».
Pese al alarde de creatividad y los esfuerzos de los técnicos de los Laboratorios Bell, el nombre no tuvo mucho impacto e incluso tardó bastante en ser añadido en los impresos de instrucciones, apareciendo por primera vez a mediados de los años 70. Por su parte, los usuarios anglosajones continuaron llamándole como habían hecho hasta ese momento: pound o hash.
Entrada al mundo informático y el gran triunfo
La aparición del mundo informático fue, con diferencia, lo que marcó un antes y un después en la vida de la almohadilla.
Los diferentes lenguajes de programación (Perl, Python, PHP) encontraron en ella una pieza fundamental para introducir comentarios, así como los ficheros de programación de algunos programas como Apache.
En el sistema de programación C, desarrollado a comienzos de los 70 por el ingeniero de Bell Labs Dennis Ritchie, # servía para designar palabras clave especiales que debían ser gestionadas de forma prioritaria por el preprocesador. Más tarde, ya en los 90, apareció el sistemas de chat IRC, donde la almohadilla se utilizaba para encabezar los diferentes canales temáticos para conversar.
Como ella misma explica, «haber aparecido en el mundo de la informática, junto a la presencia en el teclado de los teléfonos, fueron los dos grandes factores que llevaron a que, en 2007, sucediese aquello».
La mañana del 23 de agosto de 2007, Chris Messina, ex diseñador de producto en empresas como Google y Uber y uno de los primeros usuarios de la recién nacida red social Twitter, subió un tuit con una propuesta:
https://twitter.com/chrismessina/status/223115412
«¿Qué pensáis sobre el hecho de usar # para crear grupos de conversación?»
Messina era un usuario habitual de los chats IRC y su intención era utilizar la # con el mismo fin: reunir diferentes conversaciones en un mismo grupo encabezado por una etiqueta (tag). Esta idea que hoy día nos parece tan obvia y efectiva, no tuvo tanta aceptación por parte de la compañía, que incluso le respondió que era «un poco friki y que no cuajaría».
Tuvo que quemarse San Diego para que Twitter se diese cuenta de la potencia de la propuesta de Messina.
En octubre de 2007, un incendio fuera de control en la zona de San Diego provocó que un amigo de Messina comenzase a tuitear sobre el tema. Este le sugirió que añadiese la fórmula #sandiegofire a sus mensajes, lo cual llevó a que más personas comenzasen a emular el uso de la almohadilla. Al fin, Twitter se dio cuenta del poder de la herramienta y, en 2009 añadió la opción de agrupar conversaciones en hashtags.
De la noche a la mañana, la almohadilla se convirtió en un elemento básico en las redes sociales: en 2010, la recién nacida Instagram facilitó la opción de etiquetar usando este signo y, tres años más tarde, una somnolienta Facebook se sumó al carro.
Desde el día en que Messina lanzó aquel inocente tuit, el hashtag se ha convertido en una herramienta básica de la comunicación en las redes sociales, el arma de difusión masiva para cualquier tuitero e instagrammer con ganas de dominar el mundo a través del poder del Social Media.
Y ahí, en la primera posición, se encuentra la herramienta básica para que un hashtag tenga razón de ser, lo único que se repite en los miles de trending topics que han sucedido desde que Twitter se dio cuenta de su poder: la cuadriculada, misteriosa, omnipresente y desconcertante #.
#buenísimo
Gracias por el artículo, muy informativo y bien escrito. Solo eché de menos los nombres en castellano. En Chile lo llamamos gato o signo gato, porque es como la cuadrícula en que se juega al gato («tres en raya»). Supongo que en cada país tiene un nombre diferente. ¿Por qué es almohadilla en España?
Muy buena crónica. En Uruguay le llamamos numeral aunque, claro, desde hace un tiempo se le dice también hashtag.
No lo se. En euskara, sin embargo, se llama “traola”, por su parecido al cuadrilátero de madera que se usa en la mar para recoger el aparejo de pesca.
En euskara, sin embargo, se llama “traola”, por su parecido al cuadrilátero de madera que se usa en la mar para recoger el aparejo de pesca.
Pues para mí ha sido, de toda la vida, un sostenido. Y no soy música ni nada, pero aprendí en la egb lo del bemol y el sostenido y… Ni almohadilla ni hashtag.
Me extraña no encontrar esta acepción en el artículo (muy curioso, por lo demás)
Yo siempre le he encontrado parecido con un cojín o almohada cuadrada de cuyos vértices salen los típicos hilos de su fabricación artesanal…
Me ha faltado, como mínimo, mencionar el sostenido en el ámbito musical.
Hola GM, gracias por tu comentario. El signo de sostenido y almohadilla se parecen pero no son el mismo. La almohadilla tiene las líneas verticales oblicuas (#) y el sostenido, las horizontales (♯). También creía que era así pero descubrí que no al buscar la información.
Hola Silvia, gracias por tu comentario. El signo de sostenido y almohadilla se parecen pero no son el mismo. La almohadilla tiene las líneas verticales oblicuas (#) y el sostenido las horizontales (♯). También creía que era así pero descubrí que no al buscar la información.