Las historias de la postpandemia que no se están escribiendo (I)

¿Estamos los creadores de ficciones escribiendo las historias que necesitamos en la pospandemia? ¿Cómo podemos hacerlo?

En esta serie de dos artículos conoceremos los temas que serán relevantes en el futuro próximo según científicos, tecnólogos, sociólogos y psicólogos. Por supuesto que son cuestiones que surgen a raíz de la pandemia.

La idea es descubrir qué temas dramáticos no estamos tratando en la actualidad en nuestros trabajos de ficción. Aunque es probable que ya te hayas percatado de que la sociedad y los individuos han cambiado.

También hablaremos de artistas que supieron ver los cambios mucho antes de que ocurrieran. Uno de ellos es Dashiell Hammett, que se adelantó a su tiempo sin pretenderlo. Simplemente siendo él mismo.

LAS CATÁSTROFES Y EL ARTE

Tras grandes catástrofes naturales, guerras y pandemias cambian las sociedades. Unas veces el cambio es drástico y perceptible por cualquiera. Otras veces, los cambios sociales son lentos y pocos individuos se percatan. Entre quienes aprecian estos cambios están algunos artistas que han sabido permanecer atentos. Ellos parecen tomar como lema las palabras de Alan Moore:

«No es el trabajo del artista darle al público lo que quiere. Si el público supiera lo que necesita, entonces no sería el público. Serían los artistas. El trabajo del artista es darle al público lo que necesita».

EL CRAC DE 1929, SUPERMAN, ZOMBIS Y EXISTENCIALISMO

Hammett escribió tres novelas en los años 30 que hoy son canon de la novela negra contemporánea: El halcón maltés (1929), Cosecha roja (1929) y La llave de cristal (1931). Retratan las consecuencias del capitalismo salvaje. No en vano, Hammett era un activista político —en 1951 pasó seis meses en la cárcel por no prestar declaración en el comité dirigido por Joseph McCarthy—. Pero por encima de todo, Hammett era un observador de primera mano de la podredumbre de la sociedad.

Lo cierto es que, antes que Hammett, otros autores golpearon al sueño americano: Scott Fitzgerald (El gran Gatsby), John dos Passos (Manhattan Transfer) y John Steinbeck (Las uvas de la ira).

Hammett tampoco inventó el género negro. Lo hizo Edgar Allen Poe con Los crímenes de la Rue Morgue (1841). El género tomó un nuevo rumbo con la Ley Seca (1920). El escritor Carroll John Daly creó en 1923 al detective privado cínico y duro que sabe manejarse en los bajos fondos para la revista Black Mask, donde también trabajó Dashiel Hammett. Esa revista fue la que inspiró Pulp Fiction a Tarantino.

Pero el gran impulso para la novela negra llegó tras el Crac de 1929. En aquellos días, en Estados Unidos, en las colas del hambre tras el Crac, se encontraban, en palabras del historiador Hug Brogan en BBC

«hombres honestos que habían seguido las reglas, trabajaron duro y ahora habían caído tan bajo como los vagos profesionales».

El hambre y desesperación condujo a algunos de aquellos hombres honestos a una carrera criminal. Son los perdedores y los delincuentes de la novela negra en la que Hamett sobresalió.

Primera publicación sobre SUPERMAN
Primera publicación sobre SUPERMAN

En aquellos duros tiempos también nació el primer superhéroe: Superman (1933). Entonces no era el buen chico que hoy conocemos. El escritor Jerry Siegel y el dibujante Joe Shuster lo concibieron como ejemplo del superhombre hitleriano. Para Siegel, un gran poder conllevaba un gran peligro.

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White Zombie

Son también tiempos en los que un nuevo subgénero aterra al público en los cines: el de los zombis, con White Zombi (1932). Una metáfora de los pueblos con la voluntad secuestrada por un individuo sin escrúpulos.

Mientras tanto, Europa seguía lamiéndose las heridas de la Primera Guerra Mundial y abrazaba a pomposas figuras que apelaban a la patria y a la violencia para resolver el paro y el hambre. El miedo y la angustia generalizados crearon el escenario propicio para el nacimiento del existencialismo.

Como vemos, las influencias del Crac de 1929 continúan en las narrativas de nuestros días.

Superman y los zombis son ideas ingeniosas al hilo de los acontecimientos del momento. Pero Dashiell Hammett se adelanta a las consecuencias nefastas del capitalismo salvaje y la filosofía del existencialismo sin pretenderlo.

EL OJO DE HAMMET

El halcón maltés se publicó por entregas para la revista Black Mask. La primera entrega tuvo lugar en septiembre de 1929. Un mes antes de que cayera la bolsa de Nueva York destruyendo las vidas de millones de personas dentro y fuera de los Estados Unidos.

Hoy, podríamos considerar El halcón maltés como una sátira sobre el funcionamiento de la bolsa: los protagonistas otorgan un valor artificial a un pájaro que solo es una leyenda. ¿Pero es lo que pretendía Hammett?

Según Raymond Chandler, como recuerda el editor Sam Jordison,

«dudo que Hammett tuviera algún objetivo artístico deliberado. Estaba tratando de ganarse la vida escribiendo algo sobre lo que tenía información de primera mano».

Tuviera Hammett intenciones artísticas o no, es cierto que tenía información de primera mano sobre los bajos fondos y sobre la corrupción de funcionarios y las fuerzas de seguridad.

Con una esposa y un hijo que alimentar, desempeñó distintos oficios: estibador, corredor de bolsa, controlador del tiempo de trabajo en una fábrica y agente de los detectives Pinkerton entre 1915 y 1922. Esta funesta agencia ofrecía sus servicios a hombres poderosos y reventaba huelgas con violencia.

El propio Hammett recibió de un tipo siniestro el encargo de matar a Frank Little, un líder sindical, por 5 000 dólares. Hammett rechazó el trabajo. Little batallaba contra las duras condiciones de los trabajadores de Anaconda, una mina de cobre que William Rockefeller adquirió sin dinero, especulando en la bolsa y que llevó a la ruina a miles de pequeños inversores.

Otros se encargaron del asesinato y linchamiento de Little en 1917 a plena luz del día. Un asesinato que no tuvo consecuencias para los asesinos. El escritor consideró que esto solo era posible cuando la corrupción está presente en todas las instituciones y a todos los niveles. Cansado y asqueado, Hammett abandonó la agencia en cuanto pudo. Y comenzó a escribir los relatos De las memorias de un detective privado para la revista The Smart Set (1922).

Eso lo cambió todo. Mientras que otros autores pulp escribían sobre detectives ficticios y situaciones y ambientes que no conocían, Hammett escribía de aquello que conocía a contracorriente del espíritu despreocupado de los años 20. El jazz, las chicas ansiosas por el sexo y el alcohol ilegal a raudales eran una fachada. Eran días en los que parecía que las riquezas no tendrían fin. La gente corriente creyó que podría hacerse rica metiendo dinero en la bolsa mientras tomaba limonada bajo el porche.

Hammett, que había pateado las calles, sabía que todo era mentira. Que tarde o temprano estallaría la burbuja. Tras la fachada de opulencia había obreros amedrentados, hijos de esclavos explotados por hijos de terratenientes y granjeros desahuciados por los bancos. Mientras tanto, políticos y autoridades corruptas recibían comisiones del alcohol ilegal y permitían las desigualdades y la violencia contra los más desfavorecidos.

Cuando la bolsa de Nueva York cayó en 1929, este hecho no sorprendió a Hammett. Él llevaba casi una década advirtiéndolo. El halcón maltés (1929), Cosecha roja (1929) y La llave de cristal (1931) no eran obras oportunistas, sino la continuación de su obra.

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El halcón maltés

En ella, Sam Spade actúa como alter ego de Hammett. Ha visto demasiado. Sabe demasiado. Por esto considera, aunque no lo verbaliza, que «el cosmos es impío y está gobernado por el azar y la violencia», como señala el profesor Michael Rockler en Philosophy Now. En ese mundo difícil de entender, las personas no son lo que dicen sino lo que hacen. Y esto puede cambiar de un momento a otro. En este mundo, el único valor real para Spade es ser él mismo en su trabajo.

LO QUE HAMMETT ENSEÑA PARA LAS HISTORIAS DE LA POSPANDEMIA

Mientras que muchos escritores quisieron seguir la estela de Hammett y se apresuraron para que sus novelas no quedaran obsoletas, Hammett ya había estado allí. Cuando se dice que hay artistas fuera del tiempo, habría que pensar, más bien, que hay artistas que crean su propio tiempo.

Crear el propio tiempo es el principio de la originalidad y de adelantarse al futuro.

Al igual que Sam Spade, Hammett continúo escribiendo tras el Crac sobre los temas que había iniciado en los supuestamente brillantes años 20. En la nueva década simplemente añadió la experiencia y consiguió la depuración de estilo.

Cuando nos planteamos sobre qué debemos escribir, podemos mirar al futuro o mirar al pasado e intentar reproducir obras similares. Ahora mismo, el pasado se sitúa en el año anterior a la pandemia.

Miremos al futuro.

Nos estamos percatando de cuestiones y de hechos que de manera tímida empiezan a asomar la patita. No nos relacionamos de la misma manera y no somos de la misma manera. Aunque no tengamos la capacidad ni la oportunidad para observar la naturaleza ajena, siempre podemos mirar dentro de nosotros y lo que nos está pasando.

Las historias de la pospandemia están por escribir. Encuéntralas aquí: Historias de la pospandemia que no se están escribiendo (II).

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Patrick Thomas

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