Se nos fue Bud, se nos desvanecieron los golpes más grandes de la pequeña pantalla. Manos duras, dedos gordos, sopapos de autor.
¡Plas, pam, boom, zas! Rechinar de dientes con barba desdibujada y arrugas en el pecho.
Y aquí surge mi reflexión: me imagino a su creador pasando por estudios de guion contando la historia que quería narrar y lanzar en TV. Pero haciéndolo en la actualidad. En pleno año ñoño de 2016.
– Pero, bueno, ¿cómo osa poner puñetazos en horario infantil? ¿Cómo puede poner ceños agresivos en las pantallas de toda España? ¡Pero qué! ¡Pero qué whattheefuck! ¿Un obeso gruñón que golpea a todo el mundo con nudillos a punto de reventar?
No, eso no está bien, amigo.
Si acaso, caricias en la cara. Si acaso, con cuadraditos finos por todo el cuerpo. Si acaso, con barbita bien atusada. Si acaso, que pasee en bicicleta ecológica que lo haga todo sola y que, en caso de tirar para adelante con la serie, que sea bien lógica.
Una dictadura de lo correcto
Si Bud Spencer tuviera que buscar papeles ahora, no los encontraría. Hoy Bud no pegaría como lo hacía. No golpearía con tanta mala saña. Hoy Bud llevaría pendiente de coco y llevaría las piernas depiladas.
Bebería en cóctel siempre en copa de balón gigante. Mientras, su amigo el flaco le organizaría bolos por festivales veraniegos siempre Low.
Hoy Bud no tendría curro. No habría sitio para tanto ¡pammmmmmmmmmmmm! Llevaría lapiceros entre el bigote y en las entrevistas de trabajo le dirían que es raro, que monte un partido político, que es arriesgado su fichaje.
Hoy nadie creería en la ficción Spenceriana. Y lo que nos perderíamos. Kleenex debería de patrocinar los Soplamocos y montar una web en honor a Spencer, con sus mejores golpetazos. ¡Mamporro, guantá, tollina suprema!
Porque «lo de dar guantazos es un esquema muy sintético que conviene utilizar poco y utilizarlo bien. Casi en plan poético. ¡Guas, guas! Como algo prodigioso».
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